De los prejuicios a la violencia inducida
El 29 de julio, una sangrienta tragedia conmovió el Reino Unido. En la localidad inglesa de Southport, un joven de 17 años, puñal en mano, atacó una clase de baile infantil, mató a tres estudiantes e hirió a ocho. De inmediato, una marejada de desinformación tomó las redes y las plataformas digitales, y activó los peores disturbios que han asolado el país desde el 2011.
Siguieron durante una semana, y apenas parecen contenidos, debido al rechazo masivo de la población y la robusta acción policial y judicial, desarrollada con admirable apego a las garantías individuales.
Tres agudos prejuicios —xenófobos, religiosos y raciales—, potenciados por la manipulación en redes y plataformas digitales, condujeron al desastre. Como al principio las autoridades no revelaron la identidad del menor, grupos extremistas le fabricaron una. Atribuyeron el crimen a un migrante musulmán indocumentado, aunque era un cristiano nacido en Cardiff. Solo el color oscuro de su piel resultó cierto: sus padres son oriundos de Ruanda.
Cabalgando sobre tan perversa mentira, los fanáticos encendieron la chispa del caos. Cuando al día siguiente el joven compareció ante un juzgado y se conocieron su identidad y problemas mentales, ya era tarde. La falsedad se había tornado en certeza y desatado la reacción de minorías intolerantes. Los desmanes se extendieron a 22 ciudades y pusieron en jaque al gobierno.
Sin prejuicios enraizados, grupos dedicados a impulsarlos y políticos dispuestos a capitalizarlos, la violencia no habría estallado. Sin embargo, su gran detonante fueron las redes y plataformas digitales. Con limitada regulación de contenido y algoritmos que los multiplican, estas últimas se convirtieron en portadoras masivas de desinformación. Y aunque la mayoría se ha esforzado en contenerla, X ha dado vía libre a las mentiras y mantenido las cuentas de agitadores; peor, su propietario, Elon Musk, se ha sumado a la incitación, con temerarios augurios de “guerra civil”.
¿Moralejas? Al menos, seis: evitar vacíos de información verídica; luchar para que los prejuicios no arraiguen; lograr adecuada moderación de las redes; educar en su debido uso; rechazar la normalización de los discursos de odio; y exponer a sus impulsores. En esencia, prevención activa. El intento es necesario, aquí y en cualquier parte.
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X (antes, Twitter): @eduardoulibarr1
El autor es periodista y analista.