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Август
2024

Franco y su verano frustrado a bordo del Azor

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Toulouse, agosto de 1948. La rue de Belfort era un ir y venir de españoles. Los recién llegados levantaban el puño al cruzarse con un paisano como si todavía estuvieran en el frente. En el número 4 estaba la sede de la CNT. Antonio Ortiz entró sin llamar. Había sido comandante durante la Guerra Civil y no tenía miedo a casi nada. Allí le esperaba Laureano Cerrada, otro anarquista, un falsificador digno de novela, enriquecido y con un odio desbordante. Para él la guerra no había terminado. Se saludaron sin efusión. «Vamos a matar a Franco. Tengo un plan», dijo Cerrada desplegando un mapa de San Sebastián con calma.

Carmen Polo estaba impaciente. Llevaba toda la mañana dando órdenes en el Palacio de Meirás. El servicio ya no era como antes. Había pedido informes de las criadas, y la que no había tenido un novio rojo lo había deseado. «Daos prisa –exclamó la esposa del dictador–. Pronto llegará el Caudillo y querrá irse». A Franco le gustaba jugar en verano. Una partida de tenis para desentumecer el brazo, unos golpes de golf para andar por el campo, y un poco de pesca de trucha con mosca seca en el río Eume. Qué tranquilidad. Solo faltaba para volver a El Pardo un viajecito con el Azor por la costa de San Sebastián.

Un viaje largo y pesado

«¿Esto volará hasta San Sebastián?», preguntó Antonio Ortiz señalando la avioneta Norecrin II. El anarquista Cerrada explicó que tenía un radio de acción de 900 Km y una velocidad máxima de 280 km/h. Si despegaban de Dax, en Francia, en poco tiempo llegarían a la capital guipuzcoana. «¡Pero eso es una bicicleta!», se quejó Ortíz señalando el aparato. «Todo está preparado –siguió Cerrada–. He reformado el avión colocando una trampilla desde la que lanzar unas bombas sobre el Azor». Ortiz, sudoroso, se abanicó con un ejemplar de «La zarpa de Stalin en Europa», de Felipe Alaiz. «Antonio, ¿quieres dejar ese libro? Me ha costado un riñón encontrarlo. Y atiende, zangolotino», se quejó Cerrada. «Cuento contigo, con José Pérez Ibáñez, el “Valencia”, y con Primitivo Pérez, que pilotó un Polikarpov en la guerra», anunció el anarquista. «¿Un ‘‘mosca’’?», preguntó el otro abanicándose con la mano.

«Hace mucho calor, Carmen, y está todo lleno de moscas», dijo Franco entrando en Meirás. No hubo tiempo para más. La comitiva salió hacia Donosti a la hora prevista para alojarse en el Palacio de Aiete. Era un viaje largo y pesado. El edificio era propiedad del ayuntamiento, y allí celebraba Franco sus consejos de ministros algunos veranos. Otra vez a escuchar a los Girón de Velasco, Fernández-Cuesta, José Ibáñez o Fernández-Ladreda. Qué aburrimiento. Pero esta vez era una ocasión especial. Iba a presenciar las II Jornadas de las regatas de traineras, que habían empezado el 5 de septiembre. Además, lo vería desde el mar. Le hacía ilusión pilotar el Azor, aunque algunos creyeran que era un pescador de agua dulce. «El nombre en clave de Franco es ‘‘pescador de agua dulce’’, ¿entendido?», preguntó Cerrada a sus compinches.

Hicieron el recuento: cuatro bombas incendiarias y veinte de fragmentación. «Repaso el plan: volamos hasta la Concha, dejamos caer sobre el Azor todo esto –dijo señalando los artefactos–, fotografiamos la explosión, tiramos las octavillas revolucionarias, y luego aterrizamos en Navarra donde nos esperan unos camaradas». «Ojo, cuidado. No podemos bombardear a los pescadores porque son proletarios y haría daño a nuestra causa”, dijo el Valencia. El Norecrin despegó y en poco tiempo el grupo terrorista divisó el monte Igueldo. «¡Qué vistas debe haber desde el Igueldo!», comentó Carmen Polo a Franco, que se había calado una gorra de capitán de navío. «Para ser 12 de septiembre está todo muy despejado», contestó el dictador agarrando el timón del Azor. Qué recibimiento.

Cuánta gente viendo el espectáculo de las traineras en las calles y tejados. «Honrados pescadores españoles y sus familias, creyentes en Cristo y en la Patria –pensó Franco–. No como los de la tribuna del Club Náutico, pedigüeños y pelotas». «¿Qué pelotas hacemos ahora?», preguntó Primitivo, que estaba al timón de la avioneta. Habían sido descubiertos por un hidroavión militar. Pronto aparecieron cuatro cazas, y luego otros dos. Primitivo, acordándose de los bombardeos en la retaguardia sublevada, tomó altura. Uno de los cazas le hizo señas para que los siguiera. Fue entonces cuando el anarquista picó el vuelo hacia la superficie del mar a 300 km y a dos palmos del agua enderezó y tomó rumbo a Francia. Aterrizaron en Dax. «¿Qué pasó?», preguntó Cerrada a la tripulación que bajó pálida de la avioneta. «¡Alguien nos ha delatado -dijo Ortiz. Lo sabían todo!». «Todo es tan bonito –sentenció Carmen Polo–. Aunque me hubiera gustado ver pasar algunas avionetas haciendo acrobacias». Las olas movieron el Azor. «Ha pasado una, querida –contestó Franco–. Lo previsto».