Euforia y estupor entre los testigos de la aparición y desaparición de Puigdemont: "Este hombre debería ser guionista"
Más de 3.500 personas se han concentrado desde las siete de la mañana en el Passeig Lluís Companys de Barcelona para recibir al expresident en su regreso a Catalunya
Detenido un mosso acusado de ayudar a Puigdemont a escapar tras su reaparición en Barcelona
Con el passeig Lluís Companys a media entrada, el expresident Carles Puigdemont apareció en pleno centro de Barcelona por la trasera del escenario colocado frente al Arc del Triomf por la organización Consell de la República Catalana. Seguidamente resucitó el orgullo independentista con un breve pero intenso y contundente discurso.
Rememorando una figura romántica y de gran tradición en Catalunya como es la del bandolero, Puigdemont apareció de la nada, cogiendo a todo el mundo por sorpresa, y sin más dilaciones lanzó su parlamento: “Queridos compatriotas; hace siete años que nos persiguen por querer escuchar la voz del pueblo de Catalunya”.
Durante algo más de siete minutos, el expresident denunció la represión del estado, el gobierno de los jueces y el control que según sus palabras ejerce el Partido Popular “por la puerta de atrás” de la judicatura española. Reivindicó que “el derecho a la autodeterminación pertenece a los pueblos” y cerró enardecido: “No sé cuándo nos volveremos a ver, amigos y amigas, pero pase lo que pase, espero que cuando nos volvamos a ver juntos podamos gritar fuerte Visca Catalunya lliure!”.
Después se desvaneció y hasta este momento nadie a podido dar con él: ni mossos ni la guardia civil ni la policía nacional, a pesar de que se ha elevado al máximo nivel el dispositivo para capturar a Puigdemont, que de este modo ha agrandado considerablemente su leyenda popular. Otra cosa es que por el momento no haya cumplido su promesa de comparecer en el Parlament...
Se esfumó como minutos antes había aparecido: al más puro estilo bandolero y con una maniobra de distracción que consistió en convocar a los manifestantes que habían acudido a recibirle en dos largas hileras a lo largo del paseo, dejando en medio un pasillo para que él pudiera desfilar hacia el parque de la Ciutadella, donde se encuentra el Parlament de Catalunya y donde en poco menos de media hora comenzaría el pleno de investidura de Salvador Illa como nuevo President de la Generalitat.
La gente obedeció y se formó el pasillo entre clamores de independencia y vivas a Catalunya. Por el pasillo, rodeados de cámaras, desfilaron personalidades como Artur Mas, Jordi Puigneró, Laura Borràs o el president del Parlament, Josep Rull. Pero Puigdemont no se encontraba entre ellos. Había desaparecido de nuevo, generando un gran estupefacción entre sus acólitos, muchos de ellos atónitos por la maniobra.
Un suspense digno de Netflix
Los primeros asistentes a la convocatoria del Consell de la República Catalana se dejaron ver en el passeig Lluis Companys prácticamente con la salida del sol, poco más tarde de las siete de la mañana. Posteriormente el alargado espacio dispuesto para la convocatoria se fue llenando paulatinamente, si bien no del todo, quedándo la mitad que da al parque de la Ciutadella vacía.
Si por la parte alta del paseo la sensación era que la convocatoria iba a ser un éxito, a medida que se caminaba hacia el parque el vacío se hacía patente, demostrando que solo los acólitos más férreos habían acudido. El calor comenzaba hacerse notar, pero la gente, en su mayoría de edad superior a la cincuentena, se mostraba resignada y a la vez esperanzada de poder ver a Puigdemont de vuelta en Barcelona.
Marga y Miquel, procedentes de Girona, tenían dos puntos de vista diferentes sobre el regreso. Él creía que la presencia del expresident cambiaría el curso de la política catalana y española. “Seguramente, si lo detienen, Junts reventará el gobierno de Madrid”, decía tras declararse “optimista”. Marga, por el contrario, se mostraba más pragmática y opinaba que ahora tocaba “pasar a una fase más política que de movilizaciones, pero siempre luchando por la independencia del país”.
Cuando los primeros cánticos ya habían cesado y el público parecía algo más relajado, sobre las 9:40 de la mañana, repentinamente apareció Carles Puigdemont en el escenario. Los aplausos entusiastas delataron su presencia a los asistentes de las filas traseras y sin más dilación el expresidente trenzó su vibrante discurso.
Tras el mismo y tras la maniobra de distracción del pasillo, la estupefacción cundió entre todas y todos. Clara y Miguel, dos estudiantes castellanoparlantes de 21 años, que en octubre de 2017 tenían apenas 14 años y recuerdan de manera más o menos difusa los acontecimientos, habían acudido “por curiosidad” a ver qué sucedía.
Clara, vestida con unos vaqueros negros, con la camiseta de la banana que diseñó Andy Warhol para la portada del disco The Velvet Undergound y con los ojos y los labios pintados de negro, comparaba la desaparición de Puigdemont con el climax de una serie de Netflix. Miguel, con vaqueros azules y polo blanco, aseguraba que el expresident “tendía que haber sido guionista en lugar de político”.
Gas pimienta en la calle de Pujades
Poco a poco, el pasillo se deshizo ante la constatación de que ahí no estaba Puigdemont. Los manifestantes se dirigieron entonces de modo masivo hacia las puertas del parque de la Ciutadella, que permanecían cerradas. Unos hacia lácale de Pujades, en el perímetro norte, y otros hacia las puertas situadas en el perímetro sur, en la confluencia de Passeig de Picasso con la Estación de Francia.
Allí estaba concentrada la manifestación convocada por Vox y organizaciones afines, emboscada en una de las calles ciegas que dan al parque. Los mossos mantenían férreamente separadas ambas manifestaciones, la ultraderechista mucho más minoritaria, con un pasillo de unos cincuenta metros de separación. Los insultos se sucedieron desde la parte independentista mientras en el otro frente mostraban un cartel contrario a la amnistía y exhibían un muñeco del expresident vestido con un traje de presidiario que llevaba estampada la senyera.
El ambiente se fue distendiendo en la zona de Passeig Picasso hasta que llegó la noticia de que, en una de las puertas de la calle de Pujades, los mossos habían lanzado gas pimienta contra unos manifestantes que intentaban forzar el acceso al parque. Numerosos manifestantes se desplazaron los aproximadamente 500 metros que separaban ambos puntos, pero a medida que se iban aproximando, grupos numerosos regresaban y explicaban que había sido un hecho puntual, aunque algunos aseguraban que el olor del gas irritante les había llegado.
Uno de los grupos era el conocido como Meridiana Resisteix, que durante los últimos siete años han cortado a diario la avenida Meridiana de Barcelona por las tardes. Uno de sus integrantes, Salva, ataviado con una camisa con la entelada estampada y portando una larga bandera con la cruz de santa Eulalia en blanco sobre fondo negro, decía encontrarse satisfecho con la aparición de Puigdemont a la vez que se mostraba cauto sobre el futuro del presidente. “Si lo cogen, son capaces de meterle doce años y tirar la llave al mar” intervino otro de los integrantes del grupo, que prefería no dar el nombre.
Los mossos abren finalmente el parque
A mitad de la calle de Pujades se encuentra una puerta accesoria al parque. Sobre las 10:30 permanecía abandonada y sin vigilancia policial, por lo que diversos manifestantes se lanzaron a zarandearla hasta que rompieron la cadena. La gente comenzó a entrar en masa para desparramarse entre los parterres y los caminos que llevan al Parlament.
Pronto apareció una furgoneta de los mossos y una docena de agentes consiguieron sacar del parque, a empujones y con amenazas pero sin cargas, a las personas que estaban a medio entrar. Se produjo después un cuarto de hora de forcejeos durante los que los manifestantes abrían las puertas desde el exterior y los mossos las cerraban desde el interior.
Finalmente, la policía plantó la furgoneta frente a la puerta, momento en que los manifestantes comenzaron a lanzar los agentes el agua de las botellas. Hubo algunos forcejeos más, pero el ambiente se fue relajando poco a poco. Hasta que corrió la voz de que los mossos habían abierto la puerta principal del parque, para sorpresa de todos.
El grueso de los manifestantes fue entrando pacíficamente y sin prisas por el acceso abierto mientras la policía había cerrado el perímetro en trono al Parlament. No había agentes por los caminos del parque y algunas vallas de alambre estaban tiradas. Dos jóvenes, un hombre y una mujer, estaban separando de los palos el enrejado de alambre, que permanecía unido con juntas bridas metálicas. “Gerard: ¿no has traído la navaja? Me cuesta cortar esto...”, dijo la mujer. “A ver, Neus: ¿cómo voy a traer una navaja a la manifestación?”, respondió el hombre.
Al final, en el espacio que hay entre la laguna del parque y el instituto Verdaguer, los manifestantes se encontraron un nuevo bloqueo policial, ya a pocos metros del Parlament, donde se estaba desarrollando la sesión de investidura. El ambiente a uno y otro lado de las vallas era relajado, de cansancio por la tensa mañana, las emociones y el sol de justicia, que dejaba temperaturas cercanas a los 35ºC.
Tras insultar a los mossos y recriminarles que no merecían llevar la senyera en el uniforme, los manifestantes se refugiaban a la sombra de los ficus y se sentaban en los bancos frente a pequeña y coqueta laguna, que cuenta con varios individuos de una especie de árbol mexicana llamada taxodio, propia de tierras pantanosas. De hecho se le conoce como “el ciprés de los pantanos”.
Esperando un tamayazo
En los bancos que enfrentan la laguna se situó un grupo con aspecto diferente al resto: no llevaban ni banderas ni camisas estampadas, no parecían ni sudados ni cansados, como el resto de los concurrentes tras varias horas expuestos al sol, al polvo del parque y a la alta humedad. Vestidos de blanco, bien peinados y con gafas de diseño, reconocían este periodista que eran miembros de Junts y se dedicaban activamente a la política, pero no quisieron especificar de qué modo lo hacían.
Uno de ellos, el más alto y elegante, aseguraba esperar “un tamayazo en Esquerra”. Otro le preguntaba “¿Con qué dinero se pagará?”. “Con el de la caja de resistencia”, bromeaba el primero para luego añadir: “aunque me parece que esos [los de Esquerra] no saben ni leer ni escribir”. En un tono más formal, una de las mujeres del grupo comentaba que “lo que es una vergüenza es que se monte una 'operación jaula' para alguien que ni es terrorista ni es delincuente”. “Da idea de lo que es el Estado español”, añadía otro.
Media hora más tarde aparecía en la zona un grupo de jóvenes con un carrito de supermercado pintado con los colores de la entelada. Dentro, bolsas de plástico y banderas, así como un altavoz inalámbrico en el que sonaba música makina. Algunos asistentes a la protesta se acercaban a ver si también traían cervezas para refrescarlos.
Ante la negativa, un manifestante gritó: “¿Dónde están los paquistaníes?”, en referencia a los vendedores ambulantes de bebidas alcohólicas, que en Barcelona son mayoritariamente de este país asiático. Otro le contestaba: “Están todos en la playa vendiendo mojitos a los turistas”. “Pasan de nosotros”, concluía un tercero.
Hacia las doce, con el sol en su cenit, las posiciones no se movían y el lado de la valla policial que pertenecía a los manifestantes se iba poco a poco despoblando. Cerca de las entradas al parque comenzaban a hacerse frecuentes las bicicletas de los turistas, totalmente ajenos a los hechos acontecidos unas horas antes. Ya fuera, en el Passeig Lluis Companys, no quedaba rastro de los andamios montados para recibir a Puigdemont. Tampoco del expresident...