Se frustra todo intento de paz en Sudán y en República Democrática del Congo
Un proceso de paz siempre es largo y trabajoso. La paz exige olvidar viejas afrentas, perdonar asesinatos y criar como si fueran propios a los hijos bastardos del enemigo. La paz no es fácil de conseguir porque no es bonita: trae humillaciones al bando perdedor y preocupaciones futuras al ganador. Siempre habrá alguien que desee boicotear la paz y que busque traer la guerra de nuevo a las puertas. Aunque lo más curioso en un proceso de paz es que, quienes menos hacen para alcanzarla, son a la vez quienes más hablan de ella. ¿Cuántas veces ha dicho Vladimir Putin que desea la paz para Ucrania? ¿Cuántas veces justificó Julio César la conquista de las Galias para garantizar la paz en Roma? ¿En cuantos de sus discursos mencionaba Hitler su deseo de alcanzar la paz con los Aliados? Por eso es tan complicado alcanzar la paz, porque los encargados de conseguirla son generalmente los responsables de haber acabado con ella. Y es contradictorio que la paz la traiga el mismo que la arrebata, aunque el mundo ha decidido funcionar así.
Existen hoy en el continente africano dos conflictos que pugnan por alcanzar esta paz esquiva y que desean los ciudadanos. Uno de estos procesos se vive en Sudán, donde una cruenta guerra civil asola el territorio desde abril de 2023, enfrentados entre sí el ejército regular y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF por sus siglas en inglés). El segundo proceso tiene lugar en la provincia de Kivu Norte, en República Democrática del Congo, donde el grupo guerrillero conocido como M23 ataca de forma indiscriminada y desde 2021 a las poblaciones locales que se interponen en su camino.
Como ya se ha dicho anteriormente, los encargados de alcanzar esta paz son los mismos que evitan que ocurra y son los mismos que hablan de ella constantemente. Todo es tremendamente cínico y doloroso para los civiles que sufren esta contradicción que no termina.
Respecto a Sudán, se intentó durante mayo y junio de 2023 un primer proceso de paz en Yeda (Arabia Saudí) que acabó en fracaso. Igualmente, las sucesivas treguas que han procurado organizarse para facilitar corredores humanitarios que lleven la ayuda necesaria a la población civil han sido rotas antes de tiempo (en ocasiones se rompieron antes incluso de comenzar). Un brillo de esperanza surgió a finales del pasado mes de julio, cuando se informó de que representantes de ambas facciones se encontrarían en Ginebra (Suiza) para procurar una nueva intentona en la que nadie confiaba realmente. Fue entonces cuando el líder de las RSF, Mohamed Dagalo, dijo que las conversaciones en Ginebra serían "un paso importante hacia la paz y la estabilidad en Sudán" y que ayudarían a crear un nuevo Estado basado en "la justicia, la igualdad y el gobierno federal". Eso fue lo que dijo, porque la palabra paz, que en árabe se pronuncia salaam, es muy corta y fácil de decir, pero sus actos fueron opuestos a lo pronunciado. No tuvieron que pasar muchos días hasta que Dagalo organizó un intento de asesinato contra el líder del ejército regular, Al-Burhan, intento de asesinato que fracasó pero que bastó para que su contrincante se retirara de antemano de las conversaciones en Ginebra. Este es otro ejemplo más para la historia y que nos muestra que la paz no pueden traerla quienes hablan de ella con tanta facilidad, pese a lo contradictorio de sus actos.
La consecuencia inmediata de esta paz que no llega es que la ONU ha estipulado que 25 millones de personas están al borde de la hambruna en Sudán debido a la guerra, pero como respuesta a la inflación alimentaria que vive esta nación conocida como "el granero de los países árabes" y a los incontrolables flujos de desplazados que han abandonado sus hogares en busca de zonas seguras e incapaces de acogerlos de la forma adecuada. La consecuencia inmediata es que en la región de Darfur está sucediendo un genocidio silencioso, ejecutado por los pobladores árabes en contra de las etnias negras, y que el genocidio continuará. La consecuencia inmediata es que Sudán continúe siendo un escenario útil para los intereses de terceros estados que intervienen en esta guerra entre bastidores, como pueden ser Rusia, Ucrania, Emiratos Árabes Unidos o Uganda. La consecuencia inmediata de la ausencia de la paz es la guerra con todos los horrores que trae.
Otro proceso de paz recientemente frustrado atañe a la provincia de Kivu Norte (RDC). Altos cargos diplomáticos de Ruanda y congoleños se reunieron el pasado mes de julio en Luanda, capital de Angola, acordando una tregua temporal en el conflicto que enfrenta a ambas naciones. Llegados a este punto, haría falta especificar que numerosos informes de periodistas, Naciones Unidas y diversos organismos internacionales señalan al presidente de Ruanda, Paul Kagame, como principal fuente de financiación del M-23. Esta tregua fue acogida con gran regocijo por las entidades implicadas, pero no puede hacer la paz quien se ha acostumbrado a hacer la guerra, y poco después de acordarse a la tregua, la Alianza del Río Nilo (asociación de grupos armados que actúan en RDC y entre los que se encuentra el M23) rechazó lo acordado en Luanda. En un comunicado emitido el 1 de agosto, renegó de las obligaciones impuestas en una reunión a la que criticaron que no fueron invitados. Reiteraron haber procurado un intento de paz en marzo de 2023, pero que los continuos ataques del gobierno congoleño contra la coalición les habrían obligado a adoptar una actitud de “defensa propia y legítima para proteger a las poblaciones amenazadas”. El M23 habla de paz, sí, como lo hacen todos, pero tiene que ser una paz hecha a su medida.
No es la primera vez que el grupo rebelde reniega de un intento de paz gestionado por Ruanda, abriendo la puerta a dos posibles escenarios: que el M23 no está a las órdenes de Ruanda, tal y como se ha confirmado en multitud de ocasiones, o que desde Kigali se están partiendo de risa porque alguien se creyó el paripé ocurrido en Luanda.
La respuesta a esta tregua por parte del M-23 ha sido, en definitiva, más guerra. Un día antes se comenzar el plazo estipulado, conquistaron la localidad de Nyamilina, y también tomaron la ciudad fronteriza de Ishasha el mismo día que comenzaba. La tregua en el este de República democrática del Congo ha sido, a efectos prácticos, un terrible engaño.
El resultado inmediato sería la huida de las poblaciones de las dos localidades previamente mencionadas, aterradas por lo que pueda venir junto con el grupo guerrillero. Los desplazados se unirán a otros 600.000 congoleños que han sido obligados a escapar de sus hogares para sobrevivir. El resultado inmediato es que continuarán los roces étnicos entre los tutsis (a los que el M23 dice representar, aunque no ha preguntado a nadie) y el resto de etnias de la zona. El resultado inmediato es que un estudio reciente de Médicos Sin Fronteras que prueba que una de cada 10 mujeres han sido violadas en los campos de desplazados entre noviembre de 2023 y abril de 2024. El resultado inmediato supone que continuarán los tiroteos en el corazón de las tinieblas y las explosiones de mortero en los arrabales de las ciudades que asedia el M23. El resultado inmediato significa que continuarán llegando a las calles de Goma esos soldados traumatizados y sin extremidades a los que su gobierno abandonó y que hoy sobreviven mendigando a pie de calle.
Ningún proceso de paz es sencillo, no importa el empeño que ponga la comunidad internacional en conseguirlo. Lo vemos en Ucrania. Lo vemos en Gaza. Pero más difícil todavía es alcanzar la paz en los lugares que no importan a nadie, y prueba de ello es que el este de República Democrática del Congo lleva sin conocer la paz desde hace más de 30 años. O que Sudán lleva ya tres guerras civiles desde su independencia, sazonadas, con el mayor genocidio de nuestro siglo, el genocidio de Darfur, que casi nadie conoce. La falta de interés o la falta de expectativas llevan a que los principales agentes de la paz sean los menos indicados, haciendo de esta palabra de tres letras y una sílaba una quimera inalcanzable.
Es todo tan hipócrita y letal, que este miércoles se anunció que los cascos azules que llevan tres décadas en el este de RDC (sin que hayan logrado traer la paz) darán apoyo a la fuerza de paz integrada por Sudáfrica, Tanzania y Malawi dentro de la Comunidad de Desarrollo de África Austral. Una fuerza de paz compuesta por militares de las naciones citadas y que vuelve a traer esa odiosa paradoja donde los encargados de pacificar aparecen armados en el escenario donde ocurre este drama.