Estoy harta de Pablo
Si desde que comenzó la pandemia, en las redes sociales se ha popularizado el concepto “macho alfa” como ese hombre proveedor de la familia, dominante (y abusivo), era cuestión de tiempo que se hiciese visible su contraparte: las tradwives (esposas tradicionales)
Si hemos pasado, aunque sea un poco de tiempo en las redes sociales este último mes, nos habremos topado con un vídeo en el que una chica con una dulce y agradable sonrisa se prepara para complacer los deseos de Pablo, mientras los narra con una suave y delicada voz. Por ejemplo: “Hoy Pablo me ha pedido unos chocoflakes, así que los hice en un momento.” Tras esto procede a hacer los chocoflakes y cada ingrediente uno por uno, haciendo la mantequilla casera, el arroz inflado sobre una cama de sal y cubriéndolo de chocolate, etc.
Todo ello con una voz suave, delicada y sumisa. Y quien dice una voz suave y delicada, dice una voz infantil y aniñada. En definitiva, la voz de “buena mujer”, junto a lo que se ha definido e implicado serlo.
Si desde que comenzó la pandemia, en las redes sociales se ha popularizado el concepto “macho alfa” (e incluso macho sigma) como ese hombre proveedor de la familia, dominante (y abusivo), era cuestión de tiempo que se hiciese visible su contraparte: las tradwives (esposas tradicionales).
Y no es que tengamos una obsesión por decirlo todo en inglés, es que en este caso la etiqueta que se utiliza para posicionar este tipo de contenido es originario de un movimiento antifeminista capitalizado por mujeres que reivindican su lugar, natural y casi divino según algunas, en el espacio de la casa y los cuidados mientras que es el hombre el que debe de salir a trabajar fuera del hogar y mantener económicamente a la familia. Cualquiera diría que la Sección Femenina del franquismo se ha abierto un perfil en las redes sociales.
Es por esto por lo que no creo que el problema de fondo sea Roro Bueno (quien ha sido centro de críticas y memes), ni su tono de voz, si no el por qué ella adopta esa forma de hablar para poder hacerse viral. Aunque la respuesta es simple, el algoritmo favorece ese tipo de contenido.
Y no es porque todas las personas que utilicemos redes sociales como TikTok o Instagram seamos fundamentalistas religiosas, sino que ese contenido es polémico y el algoritmo lo favorece porque lo entiende como interesante, entre otras cosas. Algo que he aprendido en mi corta vida es que en las redes sociales no hay que ignorar otros debates para convertirnos en cámaras de eco, ni mucho menos hacerle el juego a este tipo de cuentas con las que al interactuar masivamente lo único que conseguimos es posicionarles de manera favorable.
El problema no es que este chaval se encuentra cómodo con una mujer de alto valor, que le sea sumisa y obediente, que asuma cada uno de los mandatos machistas de la sociedad quedándose exclusivamente y de manera gratuita realizando los quehaceres del hogar y la familia, y que, por supuestísimo, tenga un bajo bodycount o kilómetro 0 (es decir que haya estado con pocos hombres, o ninguno, sexualmente hablando).
El problema es que para que el macho alfa, el hombre dominante al que no le importa lo que quieres como mujer porque él ya lo sabe, pero necesita una mujer totalmente sumisa y dependiente económicamente de él, esa es la mujer de alto valor.
El problema es que, entre pasteles, tutoriales de limpieza, tutoriales de maquillaje y contenido “femenino” aparentemente inocuo, contenido en el que todo respira un aire de calma y tranquilidad; nos cuelan un anhelo de un pasado en el que no debíamos tener una doble jornada laboral por ser mujeres a cambio de asumir una feminidad única y rígida. Un pasado bajo el que se escondían muchos abusos para sostener el orden social que dictaba el hombre en espacio público y la mujer en espacio privado. Un orden social que obedece a la realidad de y desde una clase social determinada, con una melanina determinada, en una parte del hemisferio global determinado. Un orden social que no nos encaja a la mayoría.