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Август
2024

«Ayer me dieron por muerto tres veces»: así vivieron el desastre de Cuba los héroes de España

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Abc.es 
En noviembre de 2019, los Reyes de España viajaron a Santiago de Cuba para rendir homenaje al almirante gaditano Pascual Cervera y Topete , héroe de la guerra de Cuba, y a los militares que bajo su mando murieron en el combate naval del 3 de julio de 1898 para defender la última provincia española en ultramar. Don Felipe y Doña Letizia acudieron al Castillo del Morro de San Pedro de la Roca, donde un relator leyó el siguiente texto: « Hoy, en esta Fortaleza del Morro, que durante tanto tiempo fue baluarte español de la ciudad de Santiago de Cuba, rendimos homenaje a los marinos españoles que perdieron la vida en combate en 1898. La heroica actuación de los miembros de la Armada Española, guiada siempre por la lealtad y el amor a España, será recordada como un ejemplo de coraje, valor y honor ». Para saber cómo vivieron realmente el almirante Cervera y sus hombres aquel episodio final de la Guerra de Cuba , han llegado hasta nosotros varios testimonios como el relato que Cervera escribió en el parte de guerra o las cartas que el médico de su tripulación envió a su familia. Documentos que aparecieron en 2018 en la casa gaditana del bisnieto de Alejandro Lallemand (Cádiz, 1857), primer doctor de la Armada y testigo de aquel combate junto al famoso almirante. «La jornada del 3 de julio de 1898 ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto», advertía el almirante Cervera en el mencionado parte de la batalla naval de Santiago de Cuba , según la versión original escrita a pluma y lápiz a la que tuvo acceso este diario. Todo apunta a que fue el galeno quien la transcribió durante los dos meses que ambos pasaron cautivos en Estados Unidos, con el objetivo de tener una copia de seguridad para cuando regresaran a España. «La patria ha sido defendida con honor. La satisfacción del deber cumplido deja nuestras conciencias tranquilas, con solo la amargura de lamentar la pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de la patria», subrayaba Cervera sobre aquella batalla que generó, además, un debate tremendo entre los intelectuales de la Generación del 98. Es la crónica de la batalla contada «in situ» y con todo detalle, desde los incendios de cada buque hasta la muerte de los marinos, pasando por el rescate de los supervivientes y el hundimiento de los navíos . Aquel fatídico 3 de julio en que España lo perdió todo, comenzó por la mañana, cuando el almirante Cervera reunió a los miembros de su escuadra en el puerto de Santiago de Cuba y les comunicó lo siguiente: «Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España». Ante la evidente superioridad de la flota estadounidense, que había bloqueado su plaza un mes antes, los marinos de los cuatro cruceros (Infanta María Teresa, Vizcaya, Cristóbal Colón y Oquendo) y de los dos destructores (Furor y Plutón) se extrañaron de la orden. Pero Cervera estaba convencido, por lo que añadió: «El enemigo codicia nuestros viejos y gloriosos cascos. Para ello ha enviado contra nosotros todo el poderío de su joven escuadra. Pero solo las astillas de nuestras naves podrán tomar, solo conseguirán arrebatarnos nuestras armas cuando, cadáveres ya, flotemos sobre estas aguas que han sido y son de España. ¡Hijos míos! El enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. ¡Clavad las banderas y ni un solo navío prisionero!». Uno de los que se extraño de la decisión casi suicida de Cervera fue Lallemand, el mencionado médico, que se pasó más de ocho años navegando por los mares de China y las Antillas hasta el funesto momento que aquí les narramos. Fue el episodio más difícil que le toco vivir, hasta el punto de que su nombre apareció, incluso, en la relación de fallecidos publicada por la prensa española. ABC tuvo acceso a las cartas en 2019, en exclusiva, a través de la donación que le hicieron los descendientes a Antonio Pérez Henares. El médico se las envió a su mujer en los días posteriores al «desastre», donde describía con todo detalle lo ocurrido. Una de ellas está fechada el 4 de julio de 1898 , un día después de la célebre batalla naval que acabó con la vida de 332 marines españoles e hirió a otros 197. «Ayer me dieron por muerto, ahogado, y casi lo estuve tres veces, pero cuando ya había perdido toda esperanza de salvación, la providencia me socorrió poniendo a mi alcance los restos de un bote destrozado», cuenta. Se trata de un minucioso y ordenado relato personal sobre los meses anteriores y posteriores a este importante episodio que el médico escribió con su propia mano. Unas misivas que empiezan en abril de 1898, nada más zarpar de Cádiz y antes de que Estados Unidos les declare la guerra, hasta el 1 de septiembre en que fue liberado y enviado de vuelta a casa. «Queridísima Vicenta de mi alma, un milagro de la Virgen Santa me salvó ayer de la horrenda catástrofe de la escuadra. Gracias a que Dios veló por mí, puedo ahora escribirte y podré abrazarte pronto a ti y a nuestros hijos», explica a su esposa. Lallemand viajaba precisamente en el buque de Cervera, el Infanta María Teresa . A la pregunta de por qué salieron del puerto si las posibilidades de escapar eran escasas, la respuesta dada por el almirante fue porque se lo ordenaron. Así lo refleja al comienzo del parte: «En cumplimiento de las órdenes de vuestra excelencia ilustrísima, con la evidencia de lo que había de suceder y tantas veces había anunciado, salí de Santiago de Cuba con toda la escuadra». Una decisión que el almirante ya había calificado antes de «desastrosa». «Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil. Y si en él muero, como parece seguro, cuida de mi mujer y de mis hijos», le advirtió a su hermano en una carta anterior. Según explica Cervera en este mismo parte, sus buques «salieron del puerto (a las 9.30 horas) con una precisión tan grande, que sorprendió a nuestros enemigos, los cuales nos han hecho muchos y entusiastas cumplimientos sobre el particular». Cuenta después que, a los cinco minutos, el Infanta María Teresa abrió fuego sobre un acorazado norteamericano con la intención de dirigirse luego «a toda fuerza de máquina» sobre el Brooklyn , el navío más rápido del enemigo. Sin embargo, el buque de Cervera y Lallemand «recibió un proyectil y le rompió un tubo de vapor auxiliar». «Nos hizo perder velocidad y, al mismo tiempo, recibimos otro que rompió un tubo de la red de contraincendios. El buque se defendía valientemente del nutrido y certero fuego enemigo, pero no tardó mucho en caer herido el valiente capitán Concas [...]. Tras realizar la salida, el combate se generalizó con la desventaja, no solo del número, sino también del estado de nuestra artillería y de las municiones de 14 centímetros que usted conoce por el telegrama que le puse». Lallemand, por su parte, contaba en sus cartas que con las dos primeras bombas recibidas por su buque, se amontonaron en su enfermería más de 40 heridos. La mayoría presentaban graves amputaciones. Era solo el comienzo de cuatro horas de enfrentamientos que solo produjeron una víctima mortal y varios heridos en el bando estadounidenses. A lo largo del parte de Cervera y de los transmitidos desde el resto de los cruceros y destructores españoles, las escenas se describen también con mucha crudeza. «El aspecto del buque era imponente, porque se sucedían las explosiones y estaba para aterrar a las almas mejor templadas. Nada absolutamente creo que pueda salvarse. Nosotros lo hemos perdido todo, llegando la mayoría absolutamente desnudos a la playa», reconoce el almirante sobre el Infanta María Teresa. Durante el salvamento de este buque murió el médico segundo del navío, Julio Díaz Navarro, y Lallemand sufrió una fuerte contusión en el abdomen que le produjo una hemorragia interna y fiebre. Aún así, el galeno no abandonó su puesto hasta poner a salvo a todos los heridos en cubierta, cuando el buque ya era pasto de las llamas. Después se arrojó al mar y la hélice del barco estuvo a punto de succionarle, como le ocurrió a cuatro de sus compañeros. Lallemand se escapó milagrosamente, como señala en la carta, «hasta que me vio un barco americano y mandó un bote a recogerme. Entonces quedé prisionero». Se cumplían los peores presagios que el médico había ido plasmando en la correspondencia a su esposa, donde ya intuía la tragedia que finalmente sufrió su escuadra . En una de sus primeras misivas, la del 16 de abril de 1898, le comunica que le ha enviado sus pertenencias más valiosas desde San Vicente de Cabo Verde por lo que pueda pasar. Y después hace el siguiente comentario por el sexto hijo que acaban de tener: «Recibo noticias que ha sido un niño muy negrillo y chatito. Dios quiera que pueda besarlo pronto». El 24 de abril de 1898, solo un día antes de que se hiciera oficial la declaración de guerra entre España y Estados Unidos, Lallemand describía así la situación: «Desgraciadamente ya no queda esperanza de que la cuestión tenga una solución pacífica. Esta noche se ha recibido ya del Gobierno la noticia oficial de la declaración de guerra. La orden del Gobierno es que salgamos para Puerto Rico (...). Dios nos proteja, porque, de otro modo, la inferioridad grandísima de nuestros navíos nos hará llevar la peor parte. ¡Dios quiera que llegue una orden suspendiendo el viaje y mandándonos a Cádiz!». Obviamente, nada de eso ocurrió. Según un estudio publicado por el coronel médico Juan Manuel García-Cubillana en 2006, las condiciones sanitarias de la escuadra del almirante Cervera dejaban mucho que desear. De hecho, el espacio reservado a la enfermería dentro de cada buque era minúsculo y estaba en penumbra, cerca de la quilla, sin ventilación ni medios de acceso. El personal sanitario se componía de ocho médicos, dos en cada barco. El mismo Lallemand se queja de la pésimas condiciones del viaje: «Te estoy escribiendo casi a oscuras por una avería en la luz eléctrica, pues solo tengo el final de una vela». Y también de las pocas noticias que le llegan desde España: «Pasan días y semanas y, mientras llegan cartas para todos, aquí sigo yo sin saber nada de ustedes, en el estado de ánimo que te puedes imaginar. No puedo comprender en qué consiste, pero temo que, desgraciadamente, se fundamente en que las noticias que me tengan que dar sean malas». No se equivocaba: durante su ausencia, su padre y uno de sus hijos habían muerto en Cádiz. Aún así, y en los peores momentos de la batalla de Santiago de Cuba, Lallemand siempre demostró que estaba dispuesto a sacrificarlo todo por su país. Lo demostró cuando renunció a la libertad que le correspondía por ser médico, contemplada en el Convenio de Ginebra de la Cruz Roja, tras ser hecho prisionero. No quiso dejar solos a sus compañeros heridos y continuó atendiendo a «60 o 70 enfermos de una epidemia de fiebre que se había desarrollado entre nuestra gente, al ser ya insuficientes los médicos yanquis». Una suerte parecida corrieron el Colón, el Furor, el Plutón, el Vizcaya y el Oquendo. En el parte de este último, fechado en el fatídico 3 de julio, puede leerse: «Cuando el valiente comandante vio que no podía dominar el incendio y que no tenía ningún cañón en estado de servicio, decidió embarrancar, mandando previamente disparar todos los torpedos por si se acercaba algún buque enemigo (...) El rescate de los supervivientes fue organizado por su comandante, que ha perdido la vida por salvar la de sus subordinados». Lallemand y Cervera quedaron en libertad en septiembre de 1898. El médico atracó en Cádiz el día 12. Por sus servicios en Portsmouth, el lugar donde permaneció cautivo junto a sus compañeros, recibió la Cruz Blanca del Mérito Naval, pero poco más de tres años después falleció en su casa a los 45 años. La causa: una peritonitis crónica, secuela del traumatismo abdominal que había sufrido en la batalla naval de Santiago de Cuba. El almirante Cervera no murió hasta 1909, a los 70 años de edad, después de ocupar varios cargos importantes en el Gobierno español. Fue inhumado en el Panteón de Marinos Ilustres, cinco años después, y hasta bautizaron un buque de la Armada con su nombre. También se ganó su calle en Barcelona, hasta que el Ayuntamiento de Ada Colau decidió quitársela en 2018. Miles de páginas se han escrito en los últimos 120 años para tratar de explicar lo sucedido en la famosa batalla naval de, pero aquí están los relatos de primera mano contados por sus propios protagonistas, hace más de 120 años. «Sé que os extraña esta ropa de gala, porque es impropia en combate, pero es la que vestimos los marinos de España en las grandes solemnidades. Y no creo que haya momento más solemne en la vida de un soldado que aquel en que se muere por la patria», comentó el almirante Cervera en la arenga antes de salir a combatir.