Rusia e Irán engendran la 'OPEP' del gas
El alumbramiento de un cártel del gas es un viejo objeto de deseo. Un pacto de transferencia directa de la rusa Gazprom a la iraní NIGC ha restablecido la idea de crear una 'OPEP' gasista con los otros ocho socios de la asociación de productores para usar este conducto entre Moscú y Teherán y manejar los precios
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La conexión ruso-iraní sigue reportando beneficios económicos a dos enemigos acérrimos de las potencias industrializadas. Desde casi el inicio de las sanciones y los vetos occidentales, Teherán ha enseñado a Rusia su expertise para sortear desde hace décadas el veto de EEUU y Europa a sus exportaciones de crudo, intensificado desde que emprendió su carrera nuclear, y eludir así el tope de 60 dólares por barril al oro negro siberiano que el Kremlin ha logrado desviar a Asia a precios competitivos para abastecer la ingente demanda de mercados altamente dependientes del petróleo, como el chino o el indio. Ahora, además, acaban de plasmar en un Memorándum de Entendimiento entre sus dos buques insignia -Gazprom por parte rusa y la estatal iraní NIGC (National Iranian Gas Company)- el primer esbozo de una especie de OPEP (cartel del petróleo) del gas.
La firma de esta alianza empresarial incluye la “transferencia directa de gas desde Rusia a Irán” y “actuará como un arma revolucionaria en la industria energética de la región”, afirmó el titular de Petróleo iraní Javad Owji. No es solo una declaración oficial más o menos grandilocuente. Los analistas convienen en que abre la veda para la puesta en escena de un cártel gasístico de primer orden.
En línea con la iniciativa lanzada en 2008 por Rusia, Irán y Qatar, en cuyo subsuelo existen el 60% de las reservas conocidas de este combustible fósil, y una correa de transmisión esencial para trasladar sus intenciones de controlar la producción y los precios globales desde un foro de mayor dimensión, el llamado GECF, Foro de Países Exportadores del Golfo, del que forman parte otros 9 países: Emiratos Árabes Unidos (EAU), Argelia, Bolivia, Egipto, Guinea Ecuatorial, Libia, Nigeria, Trinidad y Tobago y Venezuela.
La idea viene de largo. El tridente Rusia, Irán, Qatar ya lo impulsaron en diciembre de 2008, con motivo de una reunión ministerial del GECF en Moscú en la que se decidió que su cuartel general estuviera en Doha. En total, sus socios ponen en el mercado el 71% de la producción mundial de gas, el 44% de la producción de la oferta comercializada, el 53% de los gaseoductos y el 57% de las exportaciones de Gas Natural Licuado (GNL). Aunque es ahora cuando cobra fuerza su puesta de largo en los circuitos energéticos globales, explica Simon Watkins, consultor en varios hedge funds, en Oilprice.com, donde matiza que la iniciativa supone un “arma de control sobre dos de los factores fundamentales para controlar la oferta en circulación del negocio gasístico; por un lado, el grifo de los gaseoductos y, por otro, el de carga y transporte marítimo del negocio de los buques metaneros.
Watkins concede credibilidad a las palabras del presidente de NIGC, Hamid Hosseini: “Por fin en Rusia han llegado a la conclusión de que el consumo mundial del gas aumentará, que sus flujos reclamarán cada vez más GNL y que no podrá atender ni satisfacer la creciente demanda de una manera aislada”. Con este argumento, Hosseini dejó una lectura geopolítica de especial relevancia –con el memorándum, se oficializa que Rusia e Irán no serán competidores sino aliados del gas- y lo que, a su juicio, es una evidencia palpable: “El vencedor de la guerra entre Rusia y Ucrania es EEUU, que capturará los mercados europeos, así que si Moscú y Teherán desean reducir la influencia de la Casa Blanca en los círculos mercantiles del petróleo y del gas, están obligados a crear modelos productivos conjuntos que les reporten beneficios compartidos”.
Un póker geoestratégico con cartas ganadoras
El acuerdo entre Gazprom y NIGC se plasmó en 2022, pero ha sido este año cuando se rubricó por ambas partes. Si bien su aplicación comenzó casi de manera inmediata a la invasión rusa. En cuatro grandes áreas.
La primera, un pacto de asistencia técnica del emporio ruso al iraní por valor de 10.000 millones de dólares para elevar la capacidad extractiva de varios campos de gas como el de Kish o el de North Pars, que ahora bombean más de 10 millones de metros cúbicos. La segunda, el apoyo de Gazprom a una iniciativa para facilitar la salida al mar de otra de sus localizaciones con especiales reservas de gas, la de South Pars, de común acuerdo con Qatar, nación con la que comparte el terreno costero y marítimo, a través de otra dotación, valorada en 15.000 millones de dólares y que procederá de los beneficios de la gasista rusa. La tercera, otro arsenal de recursos, también milmillonarios, para la construcción de gaseoductos de gestión conjunta de GNL y sobre los que el trasvase de gas ruso de este acuerdo añade aún más relevancia. Y, finalmente, la decisión de ambas partes de involucrar a otros socios del GECF -y productores ajenos- al cártel del gas.
“El gas es una fuente de energía óptima y ya generalmente aceptada en la transición energética, así que los esfuerzos por controlar lo máximo posible su extracción, su cotización y su logística y distribución será determinante en los próximos 10 ó 20 años”, explica una fuente próxima a la presidencia de la gasista iraní: “de hecho, es lo que sucedió con el cierre de la válvula del crudo y del gas siberianos a Europa decretado por Vladimir Putin”, apuntala Watkins.
El inicio de esta transferencia entre Rusia e Irán establece un corredor energético entre Siberia y el Golfo Pérsico y amplía las expectativas de negocio. Por ejemplo, la de Turquía y su declarada intención de aumentar sus compras de gas y petróleo iraníes sobre las que exigiría peaje tarifario a los socios del Este de la UE por el tránsito a través de gaseoductos que atraviesan su territorio. Pero, sobre todo, otorga a Rusia un bypass por el que situar en el mercado ventas de gas y eludir así las restricciones y sanciones internacionales, con la colaboración inestimable de Irán, Turquía y otros países, como Irak. Además de dotar a Irán de una plataforma hacia el Mediterráneo con la que no solo ofertar gas y petróleo al mercado interior, sino involucrar a socios del GECF como Argelia o Libia, con tuberías directas en la Europa meridional.
Trascendencias geopolíticas de una OPEP del gas
Watkins también observa maniobras geopolíticas de especial transcendencia. Para Moscú, como fuente de los ingresos que tratan de impedir Occidente con su veto al uso del dólar como divisa de intercambio y en pago en los sistemas de transferencias internacionales o su tope al petróleo. Irán -dice- para atender demandas de las facciones armadas que patrocina en el sur del Líbano, los Altos del Golán, Siria o Yemen. Y China, para obstruir cualquier hipotética reacción de EEUU ante una invasión de Taiwán.
Todo ello aderezado -explica este experto- con acuerdos militares chinos y rusos con países de la región y presencia de sus servicios secretos. En principio, para garantizar la seguridad de sus suministros. Una OPEP del gas, solventaría en gran medida cualquier altercado geopolítico y de cariz energético en una de las zonas más convulsas del planeta.
Qatar, el convidado de piedra del cártel
Ali Dirioz, profesor de la Escuela TOBB de Económicas y Tecnología de la Universidad de Ankara recuerda que en el objetivo de crear un cártel gasista está involucrar a Qatar, que salió de la OPEP petrolífera en 2008 para centrarse en su producción de gas. Desde entonces, Qatar no solo se ha separado geopolíticamente de Arabia Saudí y los emiratos del Golfo Pérsico por sus lazos con Yemen y Turquía, sino que, también entre 2014 y 2017, coincidiendo con este alejamiento de sus hermanos de la Península Arábiga, se ha consumado su distanciamiento del cártel del oro negro. “Las motivaciones geoestratégicas de Qatar priorizan la industria del gas junto a Rusia, a Irán y a sus aliados del GECF”, advierte Dirioz.
En su opinión, Qatar sería la correa de transmisión con este foro y “la muleta diplomática sobre la que podría apoyarse Irán”, resalta Dirioz.
Nikos Tsafos, del Center for Strategic and International Studies (CSIS), ve dos inconvenientes en el cártel gasista. El primero, que sus precios son más elásticos que los del petróleo, lo que pone en mayores dificultades su control de los precios. Casi el 40% se usa en el sector eléctrico, pero no es tan relevante en otros segmentos industriales, y su paulatina sustitución por energías de origen renovable, les deja un acta de nacimiento, de consumarse, con menor peso e influencia que su hermano mayor, la OPEP +; de hecho, en 2019, fue la debacle de su demanda a pesar de sus históricamente baja cotización. El segundo es que EEUU y sus leyes antitrust podrían relajar sus ambiciosas pretensiones, aunque su persecución judicial haya sido más un teatro político de baja calidad.
Pero Tsafos apunta que Europa ha intensificado las investigaciones de su área de Competencia sobre determinados países suministradores como Noruega, Argelia, Rusia, Nigeria o Qatar, en tiempos recientes, ante los temores de nuevas señales de inseguridad energética y disrupciones en sus cadenas de valor.