Gandoca-Manzanillo, su legado ancestral y amenazas modernas
El Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo es mucho más que un paraje de belleza escénica; es testimonio vivo de la historia natural y cultural de Costa Rica.
Este rincón alberga un delicado equilibrio ecológico y una herencia milenaria que se remonta a épocas precolombinas. Ubicado en la esquina sureste del Caribe costarricense, el humedal está constituido por arrecifes coralinos, lechos de pastos marinos, ríos, pantanos y bosques inundados.
Es el hábitat de cientos de especies cuya interdependencia forma un ecosistema muy frágil, que lamentablemente ha sido alterado a lo largo de muchas décadas por actividades como la agricultura, la tala y el turismo no regulado.
De acuerdo con el registro arqueológico, hace aproximadamente 4.000 años, en estos humedales costeros se asentaron las primeras poblaciones indígenas del Caribe sur, las cuales desarrollaron una economía diversificada y sostenible, adaptada a su entorno. Su legado incluye un hito tecnológico en nuestra historia precolombina: algunos de los recipientes cerámicos más antiguos registrados en el país.
Estos habitantes del pasado demostraron un profundo conocimiento del ecosistema local e integraron recursos marítimos y terrestres. Desarrollaron prácticas como la caza, la pesca de tiburones y otras especies arrecifales, así como el aprovechamiento de recursos vegetales como la palma de aceite americana.
Este modelo de adaptación exitosa no solo sentó las bases para el desarrollo de las futuras poblaciones en la región, también influyó en las prácticas de subsistencia de generaciones posteriores. Es probable que muchos de estos conocimientos fueran adoptados y adaptados por los afrodescendientes y otros pobladores que habitaron estas costas en tiempos más recientes, evidenciando la naturaleza acumulativa y evolutiva del conocimiento humano en este territorio.
Las prácticas, que perduraron durante milenios en Gandoca-Manzanillo, hasta épocas recientes, son un ejemplo de coexistencia entre el ser humano y su entorno natural. Sin embargo, esta relación se ha visto nuevamente amenazada.
Las denuncias plasmadas por Anacristina Rossi en su novela La loca de Gandoca se han ido cumpliendo: la lógica de la sostenibilidad está siendo socavada por concesionarios privados, instituciones públicas complacientes con desarrolladores privados y decisiones gubernamentales presentistas.
El permiso dado por el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) para la tala en el refugio es un ejemplo alarmante, porque abre silenciosamente un portillo a su destrucción. Esta decisión revela una preocupante falta de visión a largo plazo y un desconocimiento profundo del valor incalculable de este espacio, patrimonio de la nación.
La visión de Rossi ha resultado ser una advertencia sobre las amenazas que ha enfrentado esta frágil relación ecológica y cultural. Es imperativo que reconozcamos la importancia de preservar no solo el entorno natural de Gandoca-Manzanillo, sino también el conocimiento ancestral y las prácticas sostenibles que han permitido su conservación durante milenios.
Como defensores de este patrimonio único, debemos alzar nuestras voces contra políticas cortoplacistas y abogar por la protección integral de este tesoro natural y cultural de Costa Rica.
norberto.baldi@ucr.ac.cr
El autor es arqueólogo y antropólogo genético, coordinador del Laboratorio de Antropología Biológica de la Universidad de Costa Rica.