Virgencita motiva a la romería incluso a quienes no pueden caminar
La peregrinación a la basílica de los Ángeles es un acto de empeño y devoción que cobra tintes de heroísmo para quienes hacen el recorrido en silla de ruedas. En vez de piernas, sus manos y las de sus familiares y amigos son el motor que los impulsa.
Mario Enrique Mora Romero, vecino de calle Mora en Zapote, fue un bebé prematuro de seis meses a quien le faltó desarrollar los tendones de las piernas y, desde que tenía edad para empezar a caminar, utiliza la silla de ruedas. Hoy tiene 51 años.
“Participo de la romería hace 15 años y para mí es una experiencia muy bonita. Todo el grupo es como una familia y más la de José Alexis”, manifestó en referencia a José Alexis Astúa Guzmán, su esposa Nubia Jaime Bravo y su hijo Luis Miguel, organizadores de la romería en silla de ruedas, aventura anual concebida para reunir creyentes con alguna discapacidad motora para que se acompañen en el esfuerzo.
Mario Enrique describe la experiencia como lindísima y única. Según recordó, cuando el grupo llega a la basílica, la gente les aplaude. Él apenas entra, le reza a la Virgencita y empieza a llorar de emoción.
Para trasladarse al punto de partida desde donde se inicia el peregrinaje, lo hace por sus propios medios, pero llegado allí, José Alexis y su familia les dan toda la ayuda posible a él y a otros romeros.
Ya en esta época, don José Alexis, doña Nubia y Luis Miguel tienen casi todo listo. La salida será el 28 de julio a las 10 am desde la parroquia de San Nicolás de Tolentino, en Taras, para un trayecto de casi cuatro kilómetros. Ellos brindan asistencia y meriendas a los participantes sin cobrar por toda la organización.
El matrimonio lleva 20 años de realizar el evento.
Vocación de servicio comunitario
La pareja vivió 45 años en Quepos (Puntarenas) donde se casó y tuvo a sus hijos. Con su esfuerzo, le dieron educación a sus tres hijos; la madre trabajaba como maestra y el padre en el Tribunal Supremo de Elecciones.
Cuentan que de novios ya eran devotos de la Negrita y viajaban de Quepos a Cartago en motocicleta cada 2 de agosto. Ya casados, se traían a sus chiquillos pero en otro medio de transporte.
Por razón del estudio de sus hijos, se trasladaron a Cartago, donde se enraizaron de manera definitiva. No obstante, mientras vivían en Quepos, José Alexis se hizo voluntariado en asociaciones y hasta fue presidente del Club de Leones.
En cierta ocasión, tuvo contacto con un grupo de personas con discapacidad que eran parte de un programa del Centro Nacional de Rehabilitación (Cenare) e hicieron una visita a Quepos. Aquel grupo durmió en una escuela local y la experiencia se grabó en su alma.
Verlos durmiendo en el suelo sobre colchonetas movió una fibra en él y su esposa quienes, al año siguiente, los invitaron a quedarse en unas cabinas que la familia había construido. Esa fue la mecha que encendió la idea de una romería especial.
“Un día en el 2004, ya viviendo en Cartago, a mi hijo Luis Miguel, de 15 años en ese entonces, se le ocurrió la idea de hacer la marcha de fe con ese grupo de amigos. La primera la hicimos desde el parque de Curridabat, pero fue muy pesado para todos”, confesó.
En años siguientes, salieron de Tres Ríos. Por desgracia, la pandemia y algunos problemas de salud les impidieron realizarla por tres años, pero en 2024 la retomaron con entusiasmo y en familia, pues todo lo organizan él, su esposa, sus hijos, sus nueras y hasta los nietos.
El efecto es visible y duradero.
Historias de fuerza y solidaridad
Marisol Gómez Camacho sufrió a los 23 años un tumor intramedular, entre cuyas secuelas vino la pérdida de movilidad en sus piernas debido a una cuadriplejía. A sus 54 años, esta vecina de San Diego de La Unión suma 16 años de hacer la procesión con este grupo.
“Siempre he andado sola, un hermano me acompañó cuatro años, pero él falleció. Cuando asisto a la romería voy con la esperanza de que alguno de los voluntarios me ayude y así ha sido”, contó Marisol quien agregó que siempre van “chineados, protegidos y cuidados”.
Junto con la fe, la gratitud es lo que más siente al ir con las familias que se unen para hacer posible todo: por silla de ruedas, al menos cuatro personas ayudan, contó.
“La Negrita siempre me ha escuchado y el primer milagro que le pedí fue que me alejara del papá de mis hijas porque sufría de agresión física y psicológica por parte de él, por mi enfermedad poco a poco él se fue alejando”, narró.
La primera vez, asegura que su fe la salvó cuando le detectaron el tumor y le dieron tres meses de vida. Oró por más tiempo para hallar con quién dejar a sus hijas, muy pequeñas entonces. El tiempo le fue concedido y no hubo que localizar a alguien porque ella misma se encargó. Han pasado 32 años y contando.
Yesenia Ledezma Rodríguez es una de las voluntarias en esta actividad desde el 2017 a la fecha. Amiga y vecina de la familia organizadora, ha hecho un poco de todo: repartir los refrigerios, empujar a las personas en sus sillas de ruedas, tomar fotografías y servir almuerzos.
“Para mí es un honor, me llena de felicidad poder ayudar a las personas a cumplir sus promesas y demostrar su fe. Quizás algunas personas no logran entender cómo hacer la romería en silla de ruedas, pero el amor y fe hacia la Virgencita dan la valentía”, explicó.
De acuerdo con su testimonio, si ella puede contribuir a ese propósito, ¿por qué no hacerlo?
Entre la familia que organiza, los voluntarios y los propios participantes en silla de ruedas, llegan personas de distintos puntos de Costa Rica: Guápiles, Puriscal, Heredia, Puntarenas y Cartago, sin duda.
Nunca se cobra, pero para participar cada uno debe de llevar una camiseta blanca para identificar el grupo y un sticker que la familia les coloca el propio día de la actividad con la lista que días antes ellos ya han confeccionado.
Como requisitos deben ir en silla de ruedas, asistir con mucho respeto bajo las reglas que tiene la familia organizadora y con devoción. Además, se valora la salud de cada uno de los participantes para que no tengan ningún problema de camino.
Todos llevan banderines para que sirvan de guía como indicadores del inicio y fin del grupo en movimiento. Allí, frente al templo, consiguen la recompensa.
Consiste en una escena que, según los organizadores, es indescriptible y pasa cuando los integrantes parecen envueltos en un arrebato de emociones de satisfacción, gratitud, alegría y orgullo, tanto por llegar a la meta como por llevarle a la patrona de Costa Rica sus promesas.