Yo soy antipatriota
Despedir a Isabel García, directora del Instituto de la Mujer, porque su pareja haya logrado 64 adjudicaciones de ayuntamientos socialistas, es directamente una injusticia, porque la mujer del presidente ha hecho lo mismo. A saber, Begoña Gómez trabaja en la Complutense sin título, solo por ser quién es y recibió contratos publicitarios de empresas a las que apoyaba para conseguir subvenciones públicas. La impunidad ha subido un grado, ya no solo ampara a los que están en el poder, sino a sus cónyuges, parientes, sus amigos y aliados políticos.
Me marcho de vacaciones desolada, lo confieso. Nací al periodismo con Flick y Flock y aquel jefazo de la Guardia Civil en calzoncillos con prostitutas, he vivido Filesa y Malesa y he conocido al hermano de Guerra cerrando contratos desde un despacho de la Junta de Andalucía, la Gürtel del PP y los ERE de Andalucía y no se me caen los anillos ante la avidez humana. Pero lo de ahora es diferente. Porque no solo se conculcan la ley y la ética. Es que se utilizan las instituciones, particularmente las judiciales, para exonerar de los delitos a los delincuentes sentenciados.
Existen dos Españas: la de los amigos de Pedro Sánchez y la de quienes no lo son. Punto. Hay dos sistemas legales, dos tipos de medidas. Si eres un golpista amigo del PSOE, te indultan y te dan la amnistía. Si has usado dinero público de los trabajadores para fines inadecuados y reprochables y has sido condenado por ello, pero eres del partido, eliminan las sentencias. Si te has beneficiado por ser la mujer del presidente, te garantizan entrar por el garaje al juzgado, tu juzgador es insultado públicamente y te recubre un manto de conmiseración al estilo de una serie venezolana. El Constitucional se ha convertido en un cuarto tribunal de casación y Cándido Conde Pumpido se ríe de las sentencias del Supremo y de los jueces que se han dejado las pestañas estudiando los casos. Si preguntas a los colegas de izquierdas, te argumentan sin más: «Es que eran jueces de derechas». Es el triunfo de los puigdemones, los chaves y griñanes, las begoñas.
Lo más estupefactante es el silencio de la izquierda. Esa aquiescencia que va más allá de un caso o dos, que traga con todo, que vive la política como una guerra de falanges. Si a los míos les va bien, a mí también.
Francamente, por primera vez en la vida me siento desprotegida por un sistema en el que me educaron a creer. El franquismo a menudo era arbitrario, Francisco Franco podía cambiar las sentencias, indultar, había dos facciones, los que se beneficiaban del montaje y los que no. En democracia, de veras pensaba que las sentencias eran intocables, que no se podía doblegar el armazón del Estado al servicio de un solo partido, que no íbamos a vivir jamás el espectáculo de una segunda Carmen Polo de Franco, que determinaba destinos desde la salita de El Pardo. Begoña llama a los rectores a La Moncloa, ordena la creación de cátedras a su medida y ahora se niega a declarar.
En una semana hay elecciones en Venezuela y Maduro advierte frente a un estallido de violencia si no gana. Claro, si has doblegado el sistema, la revolución tiende a continuar, como el conejo de Duracell. «El destino de Venezuela –ha dicho Maduro– depende de nuestra victoria el 28 de julio, si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida».
Franco decía lo mismo, la paz de tantos años tras la Guerra Civil lo justificaba todo. La realidad se reducía a caricatura: patriotas y antipatriotas. En ese camino estamos. Usted, ¿es patriota o antipatriota? Si es patriota, no tema a los tribunales, la calle es suya.