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Июль
2024

Chocan civilizaciones en final de la Copa América

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Llevaba dos horas intentando ingresar al Hard Rock Stadium de Miami antes de la esperada final de la Copa América entre Argentina y Colombia, y quedó claro que no lo iba a lograr. La frustración entre los hinchas era cada vez peor, la paciencia de las autoridades se agotaba y la hora de inicio del partido era inminente.

Cada vez que abrían brevemente las puertas, una estampida de aficionados —con o sin entradas— se abría paso por los sistemas de escaneado desatendidos. Era un caos total. Con dos niños pequeños, no podía arriesgarme a nada peligroso, así que con mi esposa decidimos esperar hasta que se diera un acceso seguro, algo que nunca pasó. Las autoridades mantuvieron las puertas cerradas justo antes del comienzo del partido, dejándonos a muchos afuera, sin poder usar nuestras entradas excesivamente caras, y con el corazón roto.

Que quede claro: nada de esto habría sucedido el domingo si miles de vándalos sin entrada no hubieran hecho hasta lo imposible para acceder al partido de fútbol más importante del continente. Este salvajismo condenable y concertado habría desafiado incluso a los organizadores más avezados. Infortunadamente, los encargados de la organización de la final no estuvieron a la altura. Lo sucedido es una advertencia que los estadios y las ciudades estadounidenses deberían tomarse en serio ya que el país se prepara para ser sede de la Copa Mundial junto con México y Canadá en 2026. También es un recordatorio de lo mucho que tiene que mejorar el fútbol sudamericano si quiere jugar en las grandes ligas del espacio deportivo mundial.

Es fácil entender por qué las autoridades estadounidenses subestimaron los riesgos potenciales en torno a este partido. En el ardor del momento, un agente nos gritó desde el otro lado de la valla: “Esto nunca había pasado aquí”, señalando que el caos era producto de los desmanes de los hinchas sudamericanos. Olvidemos por un momento el toque racista: el agente ignoraba —y probablemente sus jefes también— lo que los grandes partidos de fútbol significan para muchos mortales independientemente de su nacionalidad o clase social. Si no me creen, basta con ver la serie de Netflix La final: caos en Wembley, que describe los terribles sucesos durante la final de la Eurocopa de 2020 en Londres.

Pero, a diferencia de aquel horrible caso, el desastre de la Copa América sí se podía evitar. Primero que todo, las autoridades deberían haber establecido distintos perímetros de seguridad para identificar a los alborotadores mucho antes de que se acercaran al estadio, como es habitual en estos partidos. Hay razones para creer que ésta fue una petición de la Conmebol, el organismo rector del fútbol sudamericano, que las autoridades locales obviaron, por alguna razón (solo solicitaban que los asistentes mostraran sus entradas si ingresaban por los estacionamientos, por lo que simplemente dejaron sus autos en otro lado, y caminaron libremente hasta las puertas).

Por otro lado, el número de agentes de seguridad movilizados también fue inadecuado: poco más de 800 para una asistencia de 65 mil personas. A modo de comparación, cuando fui a un partido de clasificación para el Mundial entre Argentina y Uruguay en Buenos Aires en noviembre, pasé por dos puestos de control antes de llegar a la entrada del estadio. Además, había 1.100 agentes dedicados, más personal de apoyo, para una multitud de unas 55 mil personas (y aun así algunos con entradas se quedaron por fuera esa noche). A pesar de sus autoelogios, la policía de Miami tampoco pareció muy eficaz. Durante la final, detuvieron a 27 personas y expulsaron a otras 55. Si asumimos de forma conservadora que mil personas entraron de manera ilegal, eso significa que no capturaron a 9 de cada 10, derivando en probabilidades tentadoras para que estos bandidos intenten repetir la hazaña.

En cierto modo, los acontecimientos del domingo son consecuencia del choque de dos culturas muy diferentes. El estilo informal de toma de decisiones de la Conmebol, centrado en los ingresos y siempre opaco, mezclado con la actitud arrogante y sabelotodo del estadio y las autoridades locales. Esta combinación disfuncional refleja las dificultades que a veces tienen los responsables políticos latinoamericanos y sus homólogos estadounidenses para entenderse. Esto garantiza que no habrá otra Copa América en Estados Unidos en un futuro próximo.

Como dueña y gestora del torneo, la Conmebol tiene sin duda la mayor parte de la responsabilidad. Desde el principio, intentó desviar la culpa hacia otros y todavía no ha pedido disculpas a los aficionados que no pudieron utilizar sus entradas, ni ha mostrado intención alguna de compensación. El arresto del presidente de la Federación Colombiana de Fútbol y funcionario de la Conmebol por presunta agresión al personal del estadio fue la cereza del pastel.

Pero las ciudades y los estadios estadounidenses se engañan a sí mismos si creen que pueden prepararse para el fútbol como cualquier otro gran evento, como lo hizo Miami. De hecho, la agresión entre hinchas es tristemente una tendencia que se da en todo el mundo, incluido Estados Unidos. Y la Copa América fue testigo de otros fallos de seguridad, como peleas a puñetazos entre jugadores uruguayos e hinchas colombianos en las gradas durante una semifinal. Es cierto que la FIFA supervisará las cosas en 2026. Eso significa una seguridad mucho más estricta, como vimos en las dos últimas ediciones en Catar y Rusia. Si hay un aspecto positivo en todo esto, es la posibilidad que tienen ahora las autoridades de aprender de los errores y prepararse para el Mundial más grande y complejo de la historia.

Por mi parte, aún me molesta que el colombiano que estaba a mi lado se regodeara por no tener entrada cuando intentaba colarse. Habiendo pagado ingenuamente casi 4.400 dólares por las cuatro entradas de mi familia, quizá se me podría perdonar que pensara en lo injusta que fue toda la experiencia. Pero lo peor de todo fue no poder materializar el sueño de ver a Lionel Messi levantar otra copa para Argentina. Ningún reembolso podría compensarlo.