Tal día como hoy de 1195 dio comienzo la batalla de Alarcos, la última y más catastrófica derrota de los ejércitos cristianos ante los musulmanes
Mañana se cumplirán 829 años de un hito histórico que supuso un antes y un después en la Reconquista española, ese término hoy tan discutido por algunos historiadores: la conocida batalla de Alarcos, un episodio crucial, el final de una etapa o el principio de otra, según se mire. Ese día tuvo lugar la última gran derrota de los ejércitos cristianos antes de la victoria definitiva sobre los musulmanes en la Península Ibérica. Este enfrentamiento se produjo durante el reinado de Alfonso VIII de Castilla y el califato de Abu Yaqub Yusuf al-Mansur, líder de los almohades, y tuvo lugar cerca del castillo de Alarcos, en las cercanías de Ciudad Real.
La Reconquista, el proceso mediante el cual los reinos cristianos del norte de la península ibérica buscaron recuperar el control de la región de manos musulmanas, había estado en curso desde la invasión musulmana de 711. A finales del siglo XII, la península estaba dividida en varios reinos cristianos en el norte y oeste, y diversos territorios musulmanes en el sur y este.
El siglo XII fue una época de intensa actividad militar y política en la península, con constantes enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. La dinastía almohade, originaria del norte de África, había tomado el control de Al-Ándalus (el territorio musulmán en la península ibérica) a mediados del siglo, sucediendo a los almorávides. Los almohades, bajo el liderazgo de califas como Abu Yaqub Yusuf y su hijo Al-Mansur, buscaban consolidar y expandir su dominio sobre la península ibérica.
En los años previos a la Batalla de Alarcos, Alfonso VIII de Castilla había logrado varios éxitos en la expansión de su reino a expensas de los musulmanes. Sin embargo, la situación política era compleja. Las relaciones entre los diferentes reinos cristianos (Castilla, León, Aragón, Navarra y Portugal) a menudo eran tensas y marcadas por alianzas cambiantes y conflictos internos.
En el devenir histórico, la zona de Alarcos fue zona de asentamiento que controlaba los pasos tradicionales entre el norte y el sur, y entre las tierras del Atlántico y el Mediterráneo. En concreto, durante la Edad Media, por aquí pasaba el camino principal que unía Córdoba con Toledo. En 1147, Alfonso VII conquistó Calatrava y toda su comarca y la dio para su defensa a la Orden del Temple, que la mantuvo en su poder hasta comienzos del reinado de Sancho III, cuando, ante el empuje almohade, los templarios renuncian a la plaza y se la devuelven al rey. Este abandono planteó un grave problema en el bando cristiano, que se resolvió en 1158, cuando Sancho III hizo donación de Calatrava a la Orden del Cister, para la creación de una nueva orden militar, la primera hispana, que tomó en nombre del lugar: la Orden de Calatrava.
A partir de ese momento, todo el territorio circundante comenzó a consolidarse, asentándose nuevos pobladores. A la vez que se emprendía una sistemática tarea de fortificación, todo el territorio se organizó de acuerdo a un sistema de encomiendas, todas ellas situadas en el entorno de Calatrava y Alarcos (Caracuel, Benavente, Malagón y Guadalerza) y en el muy transitado camino de Toledo a Córdoba. Alarcos, castillo situado en la margen izquierda del río Guadiana, no fue ajeno a este proceso; sobre todo a partir de 1190, con la construcción de una ciudad regia de nueva planta que sirviera de base para el proceso de recuperación territorial.
En 1190, Alfonso VIII rompió una tregua con los almohades y comenzó a lanzar incursiones en territorio musulmán, lo que llevó a un aumento de las hostilidades. En 1194, Al-Mansur regresó a la península desde el norte de África, decidido a frenar el avance cristiano y consolidar el poder almohade. En respuesta a las incursiones cristianas, Al-Mansur reunió un gran ejército y marchó hacia el norte.
Los trabajos arqueológicos desarrollados en la muralla y en el castillo de Alarcos han ampliado la información facilitada por las fuentes escritas. Las excavaciones han documentado un tramo de la gran fosa que se abrió para poder cimentar la muralla. Se trata de una zanja con un ancho de entre 8 m en la parte superior y 5 m en la zona inferior, con 65 m de altura en alguna de sus partes.
En el punto más alto del cerro se encuentra el castillo. De hecho, Alarcos se encontraba en pleno proceso constructivo cuando una expedición cristiana contra al-Andalus, mandada por el arzobispo de Toledo Martín López, llegó hasta la región de Sevilla, lo que provocó la ira del califa almohade Abu Yusuf Yaqub al-Mansur, que cruzó el estrecho de Gibraltar el 1 de junio de 1195.
El 8 de junio se encontraba ya en Sevilla, donde organiza y pasa revista a su ejército. Prosigue su marcha y una vez cruzado el puerto del Muradal, el ejército almohade se extiende por la llanura de Salvatierra. Alfonso VIII de Castilla convocó en Toledo a sus vasallos y sin esperar a las tropas leonesas de Alfonso IX de León, reunió a su ejército, compuesto por los caballeros de Toledo y los de las órdenes de Calatrava y Santiago. Con el rey castellano también se encontraban los obispos de Ávila, Segovia y Sigüenza y gentes de toda la Extremadura.
Ya en Alarcos, al-Mansur convocó una reunión de jefes. Acabada la reunión, el visir les mandó armarse y prepararse para el día siguiente. Ese mismo día, 18 de julio, el rey Alfonso ordenó a todos los suyos que a primera hora de la mañana salieran armados al campo para luchar contra el rey de los moros. Pero los musulmanes descansaron ese día. Al día siguiente, miércoles 19 de julio, los musulmanes marcharon hasta colocarse “a una distancia de dos flechas o más cerca" de Alarcos.
Los cristianos, que estaban desplegados por las laderas de los cerros de Alarcos y del Despeñadero, mandaron un ataque con la élite de la caballería pesada, donde se encontraban los caballeros de Calatrava y Santiago, así como las huestes del Arzobispo Don Martín y otros caballeros; el Alférez Real, Diego López de Haro, enarbolaba el pendón real.
Sin embargo, Al-Mansur demostró ser un comandante astuto y estratégico. Sus fuerzas realizaron una retirada táctica, creando la ilusión de una retirada desorganizada. La táctica de ataque almohade, con una caballería más rápida que la cristiana, permitió efectuar movimientos más veloces, golpeando y saliendo inmediatamente, apoyados por los arqueros y ballesteros que combatían a cierta distancia. Ésta se oponía a la de la caballería pesada cristiana, basada en la fuerza. El combate encarnizado y las flechas de los arqueros almohades hicieron estragos en el campo cristiano.
Perdida la batalla, y mientras el rey marchó hacia Toledo con unos pocos caballeros, D. Diego López de Haro se quedó cercado en el castillo, conteniendo a los musulmanes. Aceptada la rendición, pudo salir del castillo a cambio de algunos rehenes.
Lo mejor de la nobleza castellana murió en la batalla y quedó diezmada. Las órdenes militares de Calatrava y Santiago perdieron a la mayor parte de sus miembros, los posteriores ataques almohades de 1196 y 1197, que devastaron las tierras toledanas, no pudieron ser repelidos por el reino de Castilla.
La batalla fue una derrota catastrófica para los cristianos. Alfonso VIII apenas logró escapar con vida, mientras que gran parte de su ejército fue aniquilado o capturado. La victoria de Al-Mansur fue total, y las fuerzas almohades se mostraron implacables en su persecución de los cristianos en retirada.
Las consecuencias inmediatas de la Batalla de Alarcos fueron significativas. La derrota debilitó severamente a Castilla y retrasó el avance cristiano en la Reconquista durante varios años. Al-Mansur consolidó su control sobre Al-Ándalus y lanzó una serie de campañas para recuperar territorios perdidos y debilitar aún más a los reinos cristianos.
En Castilla, la derrota llevó a una crisis política y militar. Alfonso VIII tuvo que hacer frente a la desmoralización de sus tropas, la pérdida de muchos de sus mejores caballeros y la necesidad de reforzar sus defensas ante posibles incursiones musulmanas. Además, la derrota en Alarcos fomentó una mayor cooperación entre los reinos cristianos, quienes comenzaron a reconocer la necesidad de una mayor unidad frente a la amenaza almohade.
Aunque la derrota en Alarcos fue un revés significativo para los cristianos, no marcó el fin de sus aspiraciones en la península ibérica. De hecho, el recuerdo de esta derrota y la amenaza continua de los almohades sirvieron como catalizadores para futuras alianzas y victorias cristianas.
La Batalla de Alarcos puso de manifiesto la necesidad de una mayor coordinación y unidad entre los reinos cristianos. En las décadas siguientes, esta comprensión llevaría a la formación de coaliciones más amplias y a la convocatoria de cruzadas contra los musulmanes en la península. Una de las consecuencias más importantes fue la creación de la alianza entre Castilla, Aragón, Navarra y Portugal, que resultó crucial en la decisiva Batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.
La derrota en Alarcos también tuvo un impacto significativo en el liderazgo musulmán. Al-Mansur, aunque victorioso, tuvo que enfrentar la realidad de que sus enemigos cristianos no habían sido derrotados de manera decisiva. Su régimen continuó enfrentando desafíos internos y externos, lo que eventualmente debilitó el control almohade sobre Al-Ándalus.
La Batalla de Las Navas de Tolosa, librada en 1212, representó una reversión dramática de la suerte para los cristianos. Liderados por Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, los reinos cristianos unieron fuerzas y lograron una victoria decisiva contra los almohades. Esta victoria marcó un punto de inflexión en la Reconquista, debilitando severamente el poder musulmán en la península y permitiendo un avance cristiano sostenido en las décadas siguientes.
La Batalla de Alarcos, aunque una derrota, ocupa un lugar importante en la memoria histórica de España. Representa un recordatorio de los desafíos y sacrificios enfrentados durante la Reconquista, y subraya la importancia de la unidad y la cooperación en tiempos de crisis. La derrota en Alarcos sirvió como una lección para los líderes cristianos, enseñándoles la necesidad de la preparación estratégica y la cooperación inter-reinos.
Además, la batalla destacó la capacidad de resistencia y recuperación de los reinos cristianos. A pesar de la derrota, Castilla y sus aliados continuaron luchando, demostrando una determinación que eventualmente llevó al éxito en la Reconquista. Esta resiliencia y espíritu de lucha son elementos clave del legado de la Batalla de Alarcos.
Los trabajos arqueológicos realizados en Alarcos desde 1984 han descubierto restos muy reveladores de la batalla. En todas las zonas donde se ha excavado se ha producido una significativa recuperación, sobre todo, de armamento procedente de la batalla. Destaca la fosa de despojos que se encontró junto a la muralla de la zona sur, donde se utilizó la fosa de cimentación abierta para arrojar los restos de la batalla; en ella aparecían mezclados esqueletos humanos, probablemente cristianos, con otros huesos de diferentes animales.
Todo el espacio ocupado por la fosa se encontraba sellado por un gran encanchado de piedra, procedente del derrumbe de la muralla que ocultaba tanto un gran edificio ibérico, como la fosa de fundación de la muralla. Dicha fosa estaba cubierta, a su vez, con piedras y cal y bajo ella aparecía una gran acumulación de huesos humanos entremezclados con huesos de équidos y otros animales junto a una gran cantidad de armamento que habría sido, sin ninguna duda, el causante de sus muertes.
Entre los hallazgos no había armas caballerescas de calidad, tales como espadas o armas defensivas, pero sí se constató una gran cantidad y diversidad de puntas de flecha de diferentes tipos.
Las armas halladas en Alarcos forman un conjunto único, de gran valor histórico y arqueológico. Al tratarse de despojos de guerra nos resulta difícil establecer con certeza a cuál de los dos ejércitos pertenecieron. Las fuentes contemporáneas y la tipología de algunas de ellas sugieren que en su mayor parte fueron utilizadas por cuerpos de infantería.
El análisis de los restos humanos de la fosa ha permitido establecer un número mínimo de 34 individuos, aunque es probable que el número real de personas depositadas en la fosa fuera mayor. Los restos se corresponden con una mayoría de individuos masculinos. En su mayoría son individuos adultos jóvenes (20-35 años) de sexo masculino; también adultos medios (35 a 50 años) y una minoría de adultos de más de 50 años, además de 9 individuos de entre 14 y 19 años y un individuo menor de 14 años.
Las consecuencias de la batalla de Alarcos tuvieron un efecto inmediato, aunque no contundente; retrasó durante 17 años el avance cristiano hacia Andalucía y la frontera volvió a las riberas del Tajo. El avance musulmán en al-Ándalus con los almohades, y en Tierra Santa con Saladino, motiva la idea unificadora de cruzada en la cristiandad, propiciando la victoria en las Navas de Tolosa.
A escala local, la derrota acabó con el desarrollo de la ciudad de Alarcos, pero fue el origen de la fundación de Ciudad Real en un lugar próximo y perteneciente a su alfoz. Parte de los materiales constructivos más nobles, pasaron a formar parte de los edificios públicos de la nueva ciudad.