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Июль
2024

La fiesta de los mosquitos

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En los días de apagones, los mosquitos, cuando pican, dan calor. ¿Calor? ¿Sin los zapaticos ni las medias que me aprietan? ¿Y solo cuando pican? Bueno, tal vez. Hay personas que no sienten el pinchazo mientras duermen y al día siguiente se levantan con las erupciones. Algunos hasta cogen el gusto y se pasan el día rasca que te rasca.

Parecen cosas de retrasados mentales, de enajenaciones del capital (sin que haya mucho capital en varios casos), ¿pero ¿qué se le va a hacer? Son cuestiones de la vida; porque para alegrías, como los gustos, pues por ahí andan los colores.

Otros, sin embargo, se despiertan hechos un resorte apenas sienten la picada o el zumbido del insecto. A esa hora se acuerdan de Carlos J. Finlay. Debe ser la mayoría, como también deben serlo los que no regresan al sueño o, si lo hacen, se mantienen en ese estado donde quiero dormir, pero no puedo, aunque al final duermo o esa idea me hago.

El resultado es sentir el embotamiento del cerebro por la mañana. A esa hora, en esas circunstancias, todo pesa (menos el matrimonio, aclaren bien) y los primeros minutos los pasas en la lenta recapitulación de lo que debes, quieres o intentarás hacer durante el día.

Pero resulta que los mosquitos con las picadas y sus calorcitos se combinan hoy con otros acompañantes: el dengue, el oropouche, el catarro, la fiebre, el dolor de cabeza, los temblores y el malestar en el cuerpo. Con tanta gente en el núcleo, no sé qué harán con la canasta básica y más con los atrasos que tiene.

Para congeniar con esa familia, transportada por los mosquitos, se vuelven a hacer los llamados a la correcta hidratación, al distanciamiento, a la realización del autofocal, al empleo de las mascarillas sanitarias y el uso de mosquiteros a la hora de dormir.

Y aquí aparece el ruido en el sistema. ¿Cómo pusieron en el WhatsApp? ¿Mosquiteros? Eso me suena, de verdad que me suena; pero más debe sonar la persona que precise cuándo fue la última vez que compró esa prenda con total tranquilidad en una tienda de Comercio Interior.

A veces a uno no le queda más remedio que meditar si la gente olvidó que en Cuba vivimos bajo la sinfonía de un clima tropical; sinónimo, entonces, de calor sofocante, de sudores de todo tipo y colores y, también, de mosquitos.

Porque al lado de los mosquiteros, como hermanitos bien llevados, habría que poner a las telas metálicas o las que no lo son tanto; pero que, en definitiva, para lo mismo sirven: para aguantar a los bichitos de la costa y la manigua, que buena picazón y fastidio dan cuando llega su hora, y para mantener la casa ventilada, como la lógica del tiempo manda.

Fíjense en esto. Hace ya unos años, al pasar uno de los tantos ciclones que nos han hecho la triste visita, JR publicó un artículo del capitán Antonio Núñez Jiménez donde, entre otros temas, se mencionó la necesidad de integrar las construcciones y la vida, en general, con la naturaleza.

Desde su estatura de científico, Núñez Jiménez hacía ver los perjuicios que traía soslayar el medio ambiente. Uno de los ejemplos expuestos era el olvido en el país de una tradición proveniente de España, de origen árabe y que concebía la edificación de las viviendas con puntales y ventanales amplios para favorecer la ventilación.

El abandono de esos principios ha traído consigo la presencia de recintos calurosos, que, en muchos casos, obligan a un gasto energético alto para mantenerlos aireados. El mal, sin embargo, no anda solo por ahí. El perjuicio también camina por el lado de no tener a mano otros ejemplos de cómo concebir una vivienda.

¿En qué programa de televisión, periódico, revista o sitio en internet se pueden ver diseños diferentes? ¿Dónde adquirir ventanales distintos? Si los hay, son escasos y no se ven. Que no es lo mismo, pero es casi igual a nada.

Un efecto de ese problema aparece a fin de mes con las «caricias» del pago de la electricidad. Otro efecto es más permanente. Llega sin anuncios, con la temperatura desquiciante del verano. Sobre todo por las noches; cuando se deben cerrar las ventanas y convertir el cuarto en un verdadero horno, porque ni en el recuerdo hay mosquiteros. Y sí unos cuantos mosquitos que andan de fiesta, aun sin apagones.