Marta Ferrusola, la gran matriarca de Cataluña
Pocas mujeres tuvieron en la vida pública tanta influencia y poder. Marta Ferrusola Lladós, esposa del ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol i Soley ejerció un mando férreo durante los veintitrés años de su marido como líder indiscutible. La «Dona», como era conocida, movía los hilos no solo del clan «pujolista», sino también de los consellers del Govern y altos dirigentes de Convergència, a quienes a veces ponía y quitaba a su antojo.
Eterna compañera de Jordi Pujol desde su matrimonio en junio de 1956 en la Abadía de Montserrat, auténtica madre coraje en defensa de su familia, fue además la gran matriarca de Cataluña que defendía con una pasión nacionalista. El destino la hizo pasar de presidenta en la sombra a un calvario judicial abierto contra toda su familia a raíz de las cuentas opacas en Andorra. Astuta, enredadora, lista, divertida, elegante, ferviente católica, osada y sin pelos en la lengua, Marta Ferrusola era todo un personaje, la mujer más poderosa de Cataluña.
Una llamada suya ponía firmes a sus interlocutores y muchos la consideraban el gran cerebro financiero de la trama corrupta que imputó al ex presidente, a ella misma y a sus siete hijos, algunos de los cuales pisaron la cárcel. Fallecida a los 89 años, un cruel y progresivo alzhéimer la impidió ver los últimos acontecimientos en esa Cataluña que tanto amó.
Ella nunca imaginó un final así. El hermetismo familiar era absoluto, pero personas muy cercanas a la familia Pujol, dentro del estrecho círculo que aún les visitaba, confirmaban la decadencia de quien fuera la mujer más influyente de Cataluña en casi treinta años: la «Dona» a quien unos admiraban, otros reverenciaban y todos temían, había entrado en un proceso de demencia senil consecuencia del alzhéimer que padecía desde hace años.
Agravada aún más por la caída que sufrió en su residencia de Queralbs, en el Pirineo gerundés, que la obligó a estar ingresada en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona y una dura rehabilitación en un centro especializado en Pedralbes. Algunas de sus íntimas amigas, esposas de antiguos altos cargos de Convergència, aseguran que llevaba tiempo con la cabeza perdida bajo una frase que les lanzaba como prueba de su dolencia. «¿Dónde están mis recuerdos?», solía preguntarle a su confesor de toda la vida en su residencia de la Ronda de General Mitre en la Ciudad Condal.
La mujer del ex presidente catalán hizo, a través de su abogado Cristóbal Martell, un movimiento táctico para evitar el juico que se le venía encima por la ocultación de bienes en Andorra. Su defensa reclamó que se archivara la causa contra ella por «una demencia sobrevenida» que anulaba su capacidad de comprender los hechos de la acusación. El letrado adjuntó al juez de la Audiencia Nacional varios informes médicos de las Unidades de Memoria y Neurología de los hospitales la Santa Creu y el Sant Pau, donde Ferrusola fue tratada y atestiguaban que no estaba en condiciones de prestar declaración.
Según los doctores era ya una mujer que a nivel cognitivo no reconocía a sus familiares más cercanos y emitía frases incoherentes. No obstante, salía a la calle acompañada de un cuidador y era vista por el Eixample barcelonés seguida de un envejecido Jordi Pujol apoyado en un bastón pero, según fuentes de su entorno, con la cabeza en su sitio.
[[QUOTE:PULL|||Astuta, enredadora, lista, divertida, elegante, ferviente católica y osada. Así era Ferrusola]]
Hace unos cinco años que a Ferrusola le fue diagnosticado el alzhéimer y fue tratada en la clínica especializada de Barcelona donde también estuvo el ex presidente catalán Pascual Maragall, aquejado de igual dolencia. Hasta entonces, se revolvía como una fiera en defensa del legado del ex presidente y su familia. Se sentía traicionada y acusaba sin tapujos a los nuevos convergentes de desleales y desagradecidos.
Tan solo defendía al ya desaparecido Maciá Alavedra, íntimo amigo del clan pujolista, a Xavier Trias y a Artur Mas, a quien ella hizo designar «el hereu» tras ser imputado el «delfín», su hijo Oriol, en la trama de las ITV. «No entiende lo que pasa, y es mejor que así sea», llegó a comentar con amargura el expresidente a algunos empresarios, escritores y periodistas que le visitaban. A Pujol siempre le obsesiona el juicio sobre su legado, según afirman antiguos dirigentes de CiU que le frecuentan. Todos coinciden en que su gran obsesión es hablar de su papel político y cómo será recordado. «La historia reconocerá mi honor», asegura a cuantos le frecuentan.
La última aparición pública del matrimonio Pujol tuvo lugar antes de decretarse el estado de alarma por la pandemia, en un restaurante del Ensanche barcelonés. Llegaron al local acompañados de un escolta fornido y una cuidadora. Ambos se apoyaban en un bastón, Ferrusola estaba como ausente y nadie se acercó a saludarles, aunque el murmullo era patente. «Mira, son Pujol y la Ferrusola, que viejos están…», susurraban los comensales.
Pasaron del poder absoluto a la nada. De la veneración a la indiferencia. De «Molt Honorable President» al ocaso moral. De la enérgica «Dona» que levantaba un teléfono y todos temblaban, que ponía y quitaba altos cargos, al olvido. Aquel día, cobijados en una discreta mesa, al almuerzo se unió su hijo Oriol, el antaño delfín destinado a sucederle, destronado por la corrupción y el escándalo de las ITV. Oriol y su hermano Jordi han pisado la cárcel y dejaron una estela de chapuzas financieras que echaron por tierra el legado político de su padre.
Según personas cercanas a la familia, Marta Ferrusola consideraba todo fruto de una conspiración y siempre defendió el honor de su marido y sus hijos. «Mal pagados», solía decir Ferrusola en sus momentos de lucidez furiosa contra la ingratitud de cuantos saborearon las mieles del poder a la sombra de los Pujol. Mujer muy religiosa, en la Iglesia cercana a su domicilio escuchaba misa a diario. Heroína para unos, conspiradora e intrigante para otros, descanse en paz.