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El Papa excomulga al nuncio que le considera «siervo de Satanás»

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El Papa excomulga al nuncio que le considera «siervo de Satanás»

El castigo al arzobispo Carlo Maria Viganò es inédito en el pontificado de Francisco

Excomunión por cismático. El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, esto es, la antigua Inquisición, ha aplicado la pena más grave, esto es, la expulsión de facto de la Iglesia al arzobispo Carlo Maria Viganò. El diplomático italiano de 83 años, que fue nuncio en Estados Unidos entre 2011 y 2016, ha sido sancionado por «su negativa a reconocer y someterse al Sumo Pontífice, de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sujetos y de la legitimidad y autoridad magisterial del Concilio Ecuménico Vaticano II». A través de un comunicado, la Santa Sede ha explicado que esta decisión se adoptó en una reunión que se mantuvo el 4 de julio «para concluir el proceso penal extrajudicial» contra el prelado y fue ayer mismo cuando se le comunicó el veredicto al afectado.

«Son bien conocidas sus declaraciones públicas», explicita la nota vaticana, que detalla cómo «al término del proceso penal, fue declarado culpable del delito reservado de cisma». Eso sí, la Santa Sede, que, sin embargo deja una puerta abierta al arrepentimiento: «La remoción de la censura en estos casos está reservada a la Sede Apostólica». O lo que es lo mismo, el Papa.

Lo cierto es que, al igual que ha sucedido con las diez monjas burgalesas de Belorado, sin necesidad de proceso ya había incurrido en excomunión ‘latae sententiae’, es decir, inmediata, por el hecho de no reconocer la legitimidad del Papa ni del Vaticano II.

Pero, ¿qué ha llevado a decertar la excomunión de un ‘embajador’ vaticano? Con experiencia previa como nuncio en Nigeria, se convirtió en un diplomático díscolo al aterrizar en Washington, cuando su discurso se radicalizó. Pero, fue en 2018, dos años de ser embajador cuando abrió una particular guerra contra el pontífice argentino. Francisco decidió actuar sin miramientos contra el cardenal estadounidense, Theodore McCarrick, expulsándole del sacerdocio por pederasta. Fue entonces cuando Viganò acusó al Papa de encubrimiento de este caso, extremo que nunca se ha podido demostrar. A partir de ahí, sus ataques no han tenido límite, llegando a tachar a Jorge Mario Bergoglio de ser el «siervo de Satanás», amén de considerar que el coronavirus era «una colosal operación de ingeniería social».

A lo largo de esta década larga de pontificado, las reformas económicas y pastorales implementadas por el papa Francisco han despertado algunas resistencias de algunos grupos nostálgicos con aire preconciliar. Dentro y fuera de los muros vaticanos. En la mayoría de las ocasiones, el pontífice argentino ha acogido con deportividad, incluso con buen humor, acusaciones que le han llegado a tachar de hereje o bulos que llegaron incluso a dejar entrever que podría padecer un tumor cerebral. Incluso dentro de la curia vaticana ha orillado los dardos lanzados por cardenales como el alemán el estadounidense Raymond Leo Burke, los alemanes Gerhard Müller y Walter Brandmüller o el guineano Robert Sarah. Teniendo la oportunidad de tomar medidas de gravedad como máximo responsable de la Iglesia universal, lo máximo que ha llegado a hacer, en el caso de Müller y Sarah, es no renovarles en sus cargos curiales tras cumplir su tiempo de su mandato.

Sin embargo, con Viganò se habría ido más allá, en tanto que sus ataques a Francisco han sido más feroces en fondo y forma. De hecho, fue el propio nuncio defenestrado quien desveló el pasado 20 de junio en sus redes sociales que había sido citado en Roma para defenderse de las acusaciones de cisma o arrepentirse. Incluso se le dio de plazo hasta el 28 de junio para que eligiera un abogado que le representara o enviara un escrito de defensa. Al no obtener respuesta alguna, se le designó un abogado de oficio.

Viganò acrecentó entonces su órdago y a través de sus redes sociales anunció que no se presentaría al juicio por considerarlo una «farsa». A la par, llegó a afirmar sin miramientos: «El Concilio representa el cáncer ideológico, teológico, moral y litúrgico del cual la ‘Iglesia sinodal’ bergogliana es la metástasis necesaria».