Los tiempos de la euforia
Exultantes, gloriosos, soberbios, sin pudor. Así se ve hoy a docenas de morenistas de alto nivel, presumir su victoria aplastante por todos los rincones del país.
No hay empacho en hacer sentir su “mandato” emitido en las urnas.
Y como la vida y la vanidad humana demuestran, esto conduce a excesos, a atropellos, a erigirse en líderes impolutos que no son detentores del verbo encarnado, poseedores de la verdad única y absoluta.
El siempre jabonoso discurso del pueblo soberano que nos ha entregado su voluntad.
Escucho a sus no pocos acólitos radiofónicos, quienes hablan de un amor inédito, histórico, entre caudillo y sucesora, una comunión de almas, de miradas, de proyectos y corazones. Toda una obra de zarzuela.
En la realpolitik están a punto de arrasar con el Poder Judicial de la Federación, con los tribunales locales, con los jueces de distrito, con todos. Borrados, eliminados para instalar a los suyos, con métodos aún desconocidos.
Que sea el pueblo “sabio” y profundamente ignorante de la materia judicial, quien elija a los juzgadores con el sofisma manipulador de los “jueces cercanos a la gente”.
El ministro de la SCJN, Javier Laynez, en su exposición hace un par de días en uno de los foros de consulta —otra simulación vergonzosa— explicó con detalle: “esta reforma no resolverá los problemas del Poder Judicial”. Más claro ni el agua.
Todo es un montaje para disfrazar una venganza política. Ante la osadía de la ministra espuria Yasmín Esquivel, al pretender la renuncia de la ministra presidenta Norma Piña, el caudillo, magnánimo, pronunció la patriarcal frase “no hace falta ninguna renuncia”, con la evidente implicación de que todos se van a ir de cualquier forma.
Arturo Zaldívar, execrable, traidor a las leyes y al derecho —vengativo de sus pares—, lanzó una retahíla de insultos y agravios a la Suprema Corte y a su sucesora en su discurso inaugural. Por supuesto, al final, para que nadie le pudiera responder ni rebatir.
Y los morenistas, repitiendo falsedades con el pecho henchido de un Poder Judicial “verdaderamente autónomo”, “independiente” y “democrático”.
Vaya colección de falsarios, actores, todos de una opereta que provoca carcajadas en Palacio.
Los foros sobre la reforma judicial han arrojado el consenso de una reforma necesaria, pero pensada, reposada, bien hecha, sin matices políticos ni partidistas.
La euforia de los vanidosos contrasta con la sobriedad de la candidata victoriosa.
Aunque por momentos se deja llevar y resbala en declaraciones como “el día de AMLO” en el aniversario de la victoria, o “terminará la corrupción del Poder Judicial”.
¿De verdad terminará presidenta? ¿O será como la del gobierno federal, que solo cambió de manos y de formas, para crecer y ensancharse?
¿Alguien puede creer en su sano juicio que un juez electo en las urnas por cientos de votantes desconocedores de la materia y los personajes, arrojará profesionales de mayor calidad y nivel a tribunales y defensorías?
Seamos serios. El control del Poder Judicial solo conducirá al poder exacerbado, concentrado en unas solas manos: la presidenta.
Si tenemos suerte como país, tal vez se autocontenga y decida ejercer de forma salomónica una justicia equilibrada. ¿Pero, y si no?
Cuando Evo Morales en Bolivia logró cambiar a la Corte con ministros electos, lo primero que hizo fue modificar la constitución para quedarse en el poder.
¿México no corre esos riesgos? ¿Por qué destruir el sistema de contrapesos, los baluartes de la República democrática y la división de poderes?
Todo el poder concentrado. Es un autoatentado democrático.
¿De aquí a dónde? No habrá instancia a la cual recurrir por una empresa, organización o particular en un litigio legítimo contra el gobierno, el Estado o los funcionarios.
¿De qué lado piensa usted que se inclinarán los nuevos jueces a quienes se les hará saber dónde reside su compromiso político? Es el final del amparo que ya había sido trastocado para librar de obstáculos a las obras de infraestructura, tan costosas como inútiles.
Sin duda, estamos frente a la conformación de un nuevo régimen, donde los ciudadanos, de forma voluntaria y mayoritaria, entregaron el poder absoluto a un solo grupo, olvidando los contrapesos y balances. Mucho dinero se invirtió en el proceso, en programas sociales y los ejércitos de “los servidores de la nación” que trabajaron para Morena, pero los pagamos todos los ciudadanos.
La euforia conducirá a excesos, a abusos, a la aplastante fuerza de quienes se sienten los dueños de la nación.
Subsisten los riesgos de la sobrerrepresentación legislativa. Los morenistas quieren pasar del 53% de las curules, como resultado del voto directo, al 76% de ambas cámaras por la interpretación tramposa del 8 por ciento ¿por partido o por coalición?
El 30 de septiembre conoceremos la conformación del nuevo México.