Prejuicio como arma política
Nada más fácil en esta vida que estimular los prejuicios contra las minorías con tal de ganar el favor de las mayorías. No requiere un gramo de inteligencia ponerse a hablar contra los extranjeros para acusarlos de ser los culpables de la ola de crímenes. O hablar contra los gais y la “gente rara” para responsabilizarlos de la falta de valores. O para decir que todos los funcionarios son unos vagos, que “todo es culpa” de los judíos platudos, que los chinos son gente de poco fiar, que los indígenas son tontos y vagos.
Podríamos completar una larga lista de prejuicios que siempre andan por ahí, medrando en el archivo de la memoria social, a la espera de que alguien los desempolve. Y es que la demonización de un grupo social vende. Acusar a algunos de ser la fuente de los males de una comunidad y exigir que se haga algo contra ellos es más viejo que la maña de pedir fiado. Y, con enorme tristeza, compruebo que, no importa país o época histórica, sigue siendo un método político eficaz para promover líderes, armar mayorías y proyectos de sociedad. Lo es, por supuesto, en nuestra Costa Rica actual.
Como que los seres humanos no aprendemos o, peor aún, no queremos aprender. Cada vez que una persona y, en el caso que me interesa, un político, abre la boca y estigmatiza a un grupo social, me resulta desolador comprobar no solo que tiene pegue, que muchos le compran el discursito y lo repiten, sino que se envalentonan, como si, ahora sí, tuvieran patente de corso para decir las peores cosas e incitar a la violencia. Hacerse famosos (y ricos) siendo personas horribles, poniendo de moda la maldad, se convierte en una estrategia para trepar en la escalera social. Y entonces los buscavidas proliferan como hongos, especialmente, hoy día, en las redes sociales.
En esas circunstancias, hasta pensar se vuelve sospechoso. Entonces, ¿qué hacer para frenar la espiral de odio que desata el uso del prejuicio como arma política? Me encantaría pensar que la invitación pública a la deliberación razonada fuera un remedio. Pensada, sin embargo, como acción individual, probablemente sea un valiente, pero poco eficaz, recurso testimonial. En cambio, la acción cívica de muchos a favor de la razón es otra cosa: si no se cede un milímetro a la intolerancia, denunciando y, a la vez, proponiendo opciones, se inyectará una buena y sana dosis de cordura social.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.