Austria - Turquía (1-2): El fútbol es una fiesta
Podemos imaginar a Deschamps, el seleccionador de la selección francesa, desesperado delante de la televisión, escupiendo la cena, murmurando palabras malsonantes, quizá con las manos en la cabeza mientras veía los primeros minutos del encuentro de octavos entre Austria y Turquía. Podemos seguir con la ficción, pero verosímil, de Deschamps apagando la tele de malos modos, por qué no tirando el mando y entre dientes, diciendo: «esto no es fútbol, esto no es fútbol».
Demasiado entretenido para que lo comprenda.
Demasiado desordenado también, pero felizmente desordenado, dos equipos sin atajos hacia la portería rival y sin medir sus esfuerzos o hacer caso a su miedo de caer eliminados. Quizá porque se sabían las dos selecciones más inferiores de los octavos, porque estar en esta fase ya era un pequeño éxito, por lo que sea, Austria y Turquía disputaron un partido ansioso, sin pausa, muy imperfecto y no siempre bonito, pero sí de esos que mantienen al espectador al tanto de lo que pasa. Y buena falta hacía un choque así tras unos octavos en los que algunas selecciones han dejado un reguero de racanería y control, por encima de cualquier otra cosa.
Así que antes de que los espectadores del último encuentro de octavos, pudiese parpadear, Turquía ya había marcado un tanto, el más tempranero de una Eurocopa, en un saque de esquina de Güler, como si fuese Kroos, y un par de errores consecutivos en el despeje de Austria.
Eso definió la actitud de los dos equipos los siguientes minutos, hasta el descanso. Turquía, con el madridista Güler como falso nueve y sacando todas las jugadas a balón parado, estuvo muy a gusto. Juega al ataque, defiende regulinchi, pero no le importa. Austria es igual de directa, pero el tanto en contra dejó al equipo descolocado y sin saber muy bien cómo detectar a un rival que no tenía delantero y que podía aparecer por cualquier lado.
No fue un partido de fútbol elaborado, pero si de rapidez, de aprovechar cada hueco sin vacilar, pero a Austria cada vez le costaba más mientras Turquía, con Yildiz muy rápido y Güler pidiendo cada pelota como si fuera un veterano jugaba con más determinación y siempre más cerca de la portería contraria. Eso sí, el balón iba y volvía sin descanso. Los medios no eran elaboradores, eran transmisores de la pelota para llegar al otro lado de la manera más vertical posible. Poca teoría se puede sacar de este choque.
No fue hasta el comienzo de la segunda parte cuando Austria reaccionó porque Rangnick decidió que si quería ganar tenía que jugar al ataque de verdad, es decir, sacar delanteros y, en algunos momentos, dibujar un equipo con cuatro futbolistas delante, como si esto fuese el fútbol de los años cincuenta, antes que de los teóricos metiesen su mano.
Algo de eso, de ese fútbol antiguo siguió en el partido. Porque en el pasado, los saques de esquina eran tan simples como peligrosos. El primer tanto de Turquía fue de un córner y el segundo, cuando mejor estaba Austria, también.
Y el de Austria, para meterse en el partido, acortó distancias de otro balón desde la esquina. Luego acosó y acosó, convirtiendo a Günok en un héroe.
Y Deschamps, en su cama, leyendo un libro.
Uno malo.