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Jordi González : «Mi hogar está en un asiento de avión»

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Abc.es 

Jordi González ha vuelto a casa, a TVE, donde todo empezó, y está feliz «porque siento que a la gente le hace ilusión mi regreso y me tratan como si fuera alguien». Además, le gusta presentar 'Lazos de sangre' «porque no hay ruido en el debate, no tengo que gritar, y hemos acertado en la combinación de debate de ideas y de emociones, que es el que me gusta porque es el más televisivo». Gracias al programa, el presentador reconoce que ha descubierto facetas inéditas de los personajes: «Para mí, Julio Iglesias ha sido toda una sorpresa porque tenía una imagen de él de cantante comercial sin más. Creo que es un tipo muy interesante al que dan ganas de conocer en profundidad». Tras su larga etapa en Mediaset, Jordi se tomó un año sabático: «Se lo recomiendo a todo el mundo. La verdad es que me vino muy bien. Ni fui a Japón, ni aprendí inglés, ni hice nada de lo que quería hacer, sencillamente me dejé llevar. Se me pasó volando». Reconoce que no es nada perfeccionista: «La perfección es un aburrimiento. Yo no soy nada perfecto, afortunadamente, y me gusta reconocer mis errores». Es más dado a dejarse llevar que a tenerlo todo atado y bien atado: «Soy 70% improvisación y 30% organización, aunque reconozco que me gusta sentir que hay una base. Además, los que trabajamos en equipo sabemos que no podemos actuar sin tener en cuenta a los demás». Aunque trabaja en un medio dado a las fantasías, Jordi no es un soñador: «Para nada, siempre he tenido los pies en la tierra, no he sido de fantasear». Aunque se confiesa un tipo nervioso: «No es que me ponga nervioso un atasco o hacer una cola, me pone nervioso la ignorancia, la incompetencia». Pero sabe cómo encontrar la paz: «En casa, junto a mis perras. En mi santuario, puedo leer, ver serie… Allí encuentro la tranquilidad». Lo único que le altera es «la estupidez, las mentiras de quienes nos administran. Hace tiempo se me ocurrió crear un Tribunal de la Verdad para juzgar lo que dice los políticos, y sancionarlos cuando mientan». Jordi siempre ha sido muy celoso de su intimidad, pero se reconoce bastante romántico: «En realidad lo era mucho más antes de los 40, pero he crecido y ha cambiado mi percepción. Ahora, me confieso romántico de mi trabajo. Me enamoro de un proyecto y me entrego por completo». Lo que no ha cambiado nada es lo cariñoso que se muestra con sus parejas: «De 0 a 10 soy un 9,5. Lo expreso tanto en el tacto con en lo intangible, con las palabras, en la forma de la relación. Pero no soy un santo, aunque es verdad que enseguida me encariño con la gente». «Me cuido más por dentro que por fuera», reconoce. «Ahora he empezado a entrenar. Pero si el lunes soy vegetariano, el miércoles ya lo he dejado. Soy alérgico al alcohol, a la noche, a las fiestas, a las multitudes». A Jordi no le hace mucha gracia la fama que acompaña su trabajo: «No voy a las alfombras rojas. Y a mí la endogamia del famoseo no me va ». Incluso vive un poco aislado del mundo paralelo que suponen las redes sociales: «Me desconecté hace años, cuando me di cuenta del truco. Son armas destructivas que solo hacen infelices a las personas. Estoy fuera, me parece todo una mamarrachada». En cambio, lo suyo es viajar por el mundo: «Mi hogar está un asiento de avión». Aquel invierno hizo tanto frío que al pequeño Jordi le compraron su primer abrigo: «Es que yo era un niño muy caluroso». Se recuerda «tranquilo, buen hijo, nada rebelde, con un mundo propio creado en su habitación. Me gustaba estar solo». Con los años desarrolló una tartamudez que le convirtió en blanco de sus compañeros, que le apodaban 'Gongongon' por su incapacidad para pronunciar su apellido: «Siempre me atascaba al decir González y se burlaban de mí. Algunos profesores también lo hacían». Unos Reyes Magos le trajeron una grabadora para que aprendiera a leer en voz alta. Aquellos ejercicios de lectura acabaron no solo con su tartamudez, sino que dieron paso a sus primeros programas de radio que inventaba en la soledad de su cuarto: «¡Quien iba a pensar que el tartaja de la clase acabaría siendo locutor!». Pero Jordi tenía otro problema: «Me comía las uñas. Un día, me madre me puso ante el espejo y me dijo que me las comiera. Cuando me vi, me pareció algo tan feo que no volví a hacerlo. Creo que me creó un trauma». No jugaba al fútbol ni era de los que participaba en peleas, pero tenía su grupo de amigos que todavía conserva. Con todo lo que sufrió, aprendió una lección: «Al final ganan los buenos. Creo en el karma. Ser buena persona sale a cuenta». Si pudiera viajar en el tiempo y reencontrarse con su yo del pasado, «le diría que siguiera así, ordenando las prioridades, el trabajo, el esfuerzo, sin hacer daño a nadie».