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Июнь
2024

Assange no es un periodista

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Abc.es 
Julian Assange, el cautivo más famoso del siglo XXI , ha llegado como un hombre libre a Australia, su país natal, tras declararse culpable de un delito de conspiración para obtener y revelar información relacionada con la seguridad nacional de Estados Unidos. Su repentina liberación ha sido fruto de un complejo acuerdo entre distintos gobiernos. El Reino Unido dejó libre bajo fianza a Assange, que estaba preso a la espera de que se resolviera su juicio de extradición a EE.UU., estos aceptaron que el acusado admitiera su culpabilidad por tan sólo uno de los 18 delitos que se le imputaban y que lo hiciera ante un tribunal situado en los confines del país, y Australia asumió la logística de los traslados y la custodia. Si alguien puede apuntarse un éxito en esto es el primer ministro laborista australiano, quien convenció a todas las partes de que después de cumplir 62 meses en la prisión de Belmarsh y siete años recluido en la embajada de Ecuador, nadie tenía nada que ganar en este asunto. Assange es una figura polarizadora. Ante la juez Manglona dijo que violó la ley «mientras trabajaba como periodista», un oficio que se ha atribuido pero que muchos profesionales impugnaron desde el principio al ver que su conducta era más propia de un activista. Al mismo tiempo que el australiano era enviado a su país, en Rusia comparecía en un tribunal secreto el corresponsal del 'Wall Street Journal', acusado de espionaje por visitar una fábrica de tanques a la vista de todo el mundo, una prueba de lo fácil que es cuestionar el papel de un informador. En el caso de Assange, sin embargo, la condición de periodista se ha desdibujado con el tiempo pese a la insistencia de algunas organizaciones por incluirlo en la profesión. Esta misma semana, algunos periódicos que formaron parte del consorcio que cooperó y animó a WikiLeaks desde su fundación en 2006, se han referido a Assange como 'hacker' (intruso informático) y no como periodista. Esto es fruto de la ruptura de ese consorcio tras las condiciones que Assange les impuso, impidiéndoles editar con unos mínimos criterios profesionales el material filtrado. Esto marcó una diferencia sustancial entre WikiLeaks y otros casos parecidos, como el de los Papeles del Pentágono, donde las decisiones editoriales de los medios no quedaron condicionadas a las exigencias del filtrador o su intermediario. Comprobar que WikiLeaks era una organización sin criterio es lo que también llevó a EE.UU. a acusarla de haber puesto en peligro la vida de cientos de sus funcionarios en todo el planeta. Pero, además, el Departamento de Justicia logró evidencia de que su fundador había entregado una lista de objetivos a un grupo de piratas informáticos para conseguir información. Una de las cuestiones que más socavaron la credibilidad de Assange ha sido su sesgo político radical. Sus filtraciones nunca afectaron a Vladímir Putin, a Nicolás Maduro, a los regímenes teocráticos como el de Irán o a los de partido único como China. Muy por el contrario, sirvieron a los intereses de esos países para dañar a Occidente, como determinó el Senado de EE.UU. en un informe de 2020. Las filtraciones de correos que contribuyeron al triunfo de Donald Trump frente a Hillary Clinton en 2016 terminaron por enajenarle las simpatías que los demócratas estadounidenses pudieron sentir hacia él. No cabe duda de que Assange ha sido uno de los actores principales de la mutación del ecosistema informativo que ha coincidido con el auge del populismo en nuestras sociedades. Desgraciadamente, sus revelaciones escandalosas sólo han alentado el conflicto y no serán recordadas como una contribución al periodismo y a la libertad.