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Июнь
2024

Yoshitomo Nara, el artista de los 25 millones de dólares: "Si pienso mientras creo, no me salen buenas obras"

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Yoshitomo Nara, el artista de los 25 millones de dólares:

Una retrospectiva de la obra de este cotizado artista japonés, fenómeno de masas en su país natal, aterriza en el Museo Guggenheim

Su pelo liso y densamente canoso, su gorra con espíritu de skater y la receptividad de unos ojos mullidos que albergan más de lo que dicen enmarcan un rostro con una inocencia y un nivel de entrañabilidad difícilmente identificable con un hombre que sobrepasa los sesenta. Tal vez sea su pertenencia a la categoría estanca y de fuerte raigambre cultural asociada con la soledad en la infancia de los conocidos como "niños llave", quienes después del colegio a menudo volvían solos y se quedaban en casa sin supervisión porque sus padres están fuera trabajando, o tal vez su evidente influencia de un movimiento artístico posmoderno como el Superflat, que bebe de la iconografía del manga y el anime, pero lo cierto es que Yoshitomo Nara se parece bastante a sus obras.

Su reconocible estilo gráfico, consolidado a nivel internacional, no consigue opacar el éxito completamente arrollador que sigue brindándole su país de origen, lugar en el que al parecer, hordas de mujeres –integrantes mayoritarias de su club de fans– se encuentran casi más interesadas por su estado sentimental que por su arte, tal y como nos apunta cálida la comisaria Lucía Agirre durante el recorrido que llevamos a cabo por la antología que ahora le dedica el Museo Guggenheim.

Nara, que es un artista lo suficientemente cotizado como para que un comprador llegara a pagar 25 millones de dólares en 2019 en el Sotheby ‘s de Hong Kong por su obra "Cuchillo detrás de la espalda", reconoce en entrevista con LA RAZÓN que "nunca he intentado dibujar niñas con expresiones tristes porque creo que cada uno percibe sensaciones distintas cuando contempla mis cuadros. Hay gente a la que le resultan amistosas, otra a la que le parecen alegres o misteriosas" cuando le preguntamos por la clave técnica de sus figuras más reconocibles, las "Nara Girls"" y afirma tajante no haber recibido "un céntimo de esa venta y la verdad es que no me agrada mucho que ocurriese. La consecuencia de esa venta es que el precio general de obras mías también subirá y mis verdaderos fans no suelen ser gente rica, sino gente normal. De modo que de ahora en adelante, les costará más poder comprar mis obras y eso no me alegra".

Sin orden

Estos llamativos muñecos de grandes proporciones craneales que poseen enormes ojos en los que bucear sin prisa y adoptan actitudes a veces adultas, a veces cándidas, a veces perturbadoras, han sido históricamente proyectadas como chicas, pero Agirre nos advierte de que "en realidad no pertenecen a un género concreto porque si nos fijamos en algunos de los atuendos y de los cortes de pelo, se pueden corresponder también perfectamente con chicos". Cuando preguntamos al artista por la decisión inamovible de vertebrar esta muestra que contiene un total de 118 piezas entre dibujos, pinturas, esculturas e instalaciones, renunciando a cualquier tipo de orden cronológico, reverbera en su respuesta el espíritu líquido de los creadores para los que no existe el tiempo.

"Pienso que yo soy yo tanto antes como ahora. Dentro de mí no hay un orden cronológico y por lo tanto, tampoco quería que lo hubiese en la distribución de esta muestra. Gracias a esta propuesta personal seguramente pueda ser capaz de averiguar qué clase de persona soy. No distingo lo que ocurrió hace diez años de lo que pasó hace dos meses. Durante estos cuarenta años de trayectoria artística ha pasado el tiempo evidentemente, pero no tanto. Tengo la sensación de que estos años están compuestos por pequeñas franjas de tiempo", explica.

En la obra de Yoshitomo Nara la infancia es un lugar de regreso. Un recurso de la memoria que nos enfrenta con etapas en las que fuimos absurdamente felices. "La relación que estableces con la infancia está determinada por el lugar en el que naces. Nunca fui introvertido, simplemente tuve la suerte o la desventaja de nacer en un lugar en el que apenas había niños. Cuando empecé a ir a la escuela, hice un grupo de amigos que disfrutaban bastante de mi compañía y yo de la suya, pero cuando nos despedíamos en el camino de vuelta a casa después de las clases y nuestras direcciones se separaban, confieso que me encantaba ese tramo último en el que estaba solo, era muy importante para mí. Era un tiempo de calidad en el que podía conversar conmigo mismo", confiesa un artista cuya cabeza "razona y hace mover mis manos, como un impulso".

Cuando Nara se traslada a Alemania para estudiar Bellas Artes tras superar el examen de ingreso de la Kunstakademie de Düsseldorf y matricularse como alumno, su basamento inspiracional le lleva de nuevo a casa: "quería haber ido a Inglaterra a estudiar arte pero allí era muy cara la matrícula así que como Alemania aceptaba estudiantes de manera gratuita me fui para allá. Si hubiera optado por la primera opción y teniendo en cuenta que me gusta tanto la música, me hubiera perdido en los clubes nocturnos y no habría estudiado mucho. Alemania es una ciudad que fomenta el diálogo con uno mismo y al estar allí recordé mi infancia, mi etapa en Japón y esos paseos en solitario cuando volvía del colegio".

La concepción cíclica y cambiante de su arte propicia que incluso el interior simbólico de esos grandes ojos que tanto resalta en la configuración de sus universos, cambien. "Los matices que incorporo en los ojos que pinto ha cambiado con el paso del tiempo. Podría explicar el por qué de mi temática describiendo el proceso de creación, pero no es lo que realmente siento. Me pasa algo parecido a esos deportistas de alta competición que están con la tensión tan alta que después no se acuerdan del momento en el que jugaron, pero el cuerpo se mueve, responde, actúa sin pensar. Mi estado cuando creo es parecido. Si pienso mientras pinto, dibujo o creo, no me salen buenas obras. En un momento dado, mis manos comienzan a moverse y las plumas o los pinceles actúan. A ese instante yo lo llamo "entrar en la zona"", se despide. Y por un momento, sentimos que estamos a punto de entrar en ese espacio descrito.