No fue 'tierra de nadie': Guadalajara era el hogar de los primeros hombres hace 33.000 años
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La península ibérica tiene la clave de uno de los misterios de nuestra evolución: en ella, el último reducto de neandertales que migraron a la costa sur hace 42.000 años dejaron su huella para extinguirse tan solo dos milenios después. Su hueco lo ocuparon los Homo sapiens, nuestra especie. Pero no fue algo instantáneo: se cree que primero ocuparon las costas y evitaron el centro peninsular, ya que era un lugar inhóspito , un desierto helado en el que no vivió nadie durante unos 15.000 años desde el abandono de los neandertales. Sin embargo, el hallazgo de pruebas de presencia humana de hace unos 33.000 años en el abrigo del yacimiento de la Malia, situado en el municipio guadalajareño de Tamajón, contradice la creencia de que las mesetas estuvieron despobladas tanto tiempo. Los resultados acaban de publicarse en la revista ' Sciences Advances '. Hasta la fecha, los primeros registros de Homo sapiens que se tenían en el centro peninsular databan de hace 27.000 años, encuadrados en el periodo Gravetiense. El descubrimiento del yacimiento de la Malia adelantaría la presencia humana a seis milenios antes, lo que confirma la capacidad de los primeros pobladores de nuestra especie, llamados cromañones, por colonizar lugares que, en principio, serían menos adecuados a sus características. Y no fue algo casual: las pruebas indican repetidos asentamientos el centro peninsular a lo largo del Paleolítico superior. «La península ibérica es una región clave en la evolución humana, al encontrarse en el extremo suroccidental del territorio europeo, que funcionó como refugio para las poblaciones paleolíticas. No obstante, su diversidad orográfica y ecológica fue la que probablemente determinó que el poblamiento fuese desigual», señala Antonio Rodríguez-Hidalgo, investigador del Instituto de Arqueología de Mérida (IAM), centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Junta de Extremadura, quienes participan, junto al Laboratorio de Arqueobotánica del Instituto de Ciencias del Patrimonio (INCIPIT-CSIC), en el grupo internacional que ha realizado este trabajo. La península contiene un rico registro arqueológico del periodo de transición entre los neandertales y los homo sapiens; de hecho, nuestro país cuenta con numerosos yacimientos correspondientes con los primeros milenios de ocupación de humanos modernos, especialmente en la cornisa cantábrica, pero también con algunos registros en las costas atlántica y mediterránea. Empleaban un tipo de tecnología lítica -herramientas de piedra-, encuadrada en el Paleolítico superior -llamado Auriñaciense- que se desarrolló en Europa aproximadamente entre los 40.000 y los 30.000 años de antigüedad. Sin embargo, el panorama en las costas es muy diferente del centro peninsular. Hasta ahora, se había pensado que las condiciones climáticas de este periodo crítico, con unas temperaturas mucho más parecidas las del norte de Europa en la actualidad, unido a la orografía del territorio (dos mesestas), habrían supuesto una especie de barrera ecológica para las poblaciones auriñacienses. No obstante, en los últimos años se han ido encontrando pruebas de que quizá esta teoría estaba equivocada. Y los hallazgos en la Malia han dado la puntilla final a la idea de que el centro peninsular fue 'tierra de nadie' durante 15.000 años. Descubierto en 2017, el yacimiento de la Malia se comenzó a excavar un año después. Desde entonces se han rescatado herramientas líticas y restos de animales con marcas de corte producidas por cuchillos de piedra. El registro más antiguo es el que ha aportado una edad comprendida entre los 36.000 y los 31.000 años de antigüedad, correspondiente con el periodo Auriñaciense. El nivel superior ha arrojado una edad más moderna, comprendida entre los 27.000 y 25.000 años. Este hecho indica que hubo diferentes asentamientos en distintas épocas a lo largo del Paleolítico superior. Además, el análisis de los sedimentos, los microvertebrados y el polen, junto los carbones y los isótopos estables de los fósiles de ungulados -como las cabras- concuerdan con la teoría de que, en efecto, el clima cambió hacia unas condiciones más frías y áridas que produjo que los ambientes fuesen cada vez más abiertos, con menos bosques, y con menor disponibilidad de agua. Aún así, esto no parece que afectara a los humanos que habitaron aquellos parajes hace más de 30.000 años: los restos más antiguos indican el mismo nivel de consumo de presas que en el estrato posterior de unos diez milenios después. «Esto se observa también en las estrategias de recolección de leña, que no varían mucho a nivel taxonómico a lo largo del tiempo, aunque sí cambian sus porcentajes. Los taxones leñosos identificados de forma recurrente coinciden con los identificados en el análisis palinológico, sugiriendo que la leña se recogía en los alrededores del abrigo rocoso, aportando una información especialmente valiosa para la reconstrucción de las estrategias de subsistencia de estas comunidades», apunta María Martín Seijo, investigadora del INCIPIT. «Los nuevos datos del Abrigo de la Malia refutan la vieja hipótesis del desierto interior. Pese a las duras condiciones ecológicas, los humanos modernos transitaron y ocuparon el corazón de la península ibérica durante el Paleolítico superior antiguo. La cantidad y calidad de los datos arqueológicos extraídos del Abrigo de la Malia indican que, durante la peor glaciación en milenios, la supuesta 'tierra de nadie' del interior peninsular fue en realidad el territorio de caza de grupos de cultura auriñaciense. Este descubrimiento nos invita a revisar los modelos de dispersión peninsular del Paleolítico superior y la dinámica poblacional de Homo sapiens», indica Rodríguez-Hidalgo. La 'España vaciada', pues, parece que no estuvo tan vacía como se pensaba hace 30 milenios.