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¿Qué es WikiLeaks?: la creación de Assange que protagonizó la mayor filtración de documentos clasificados de la historia

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¿Qué es WikiLeaks?: la creación de Assange que protagonizó la mayor filtración de documentos clasificados de la historia

«Teníamos la experiencia del activismo y la voluntad de atacar el poder». El ‘hacker’ regresa a Australia 14 años después tras acordar su libertad con el Departamento de Estado de EE UU

En «Autobiografía no autorizada», un libro publicado en septiembre de 2011 por Canongate Books y otras 38 editoriales de todo el mundo, el excéntrico Julian Assange, que quiso cancelar el contrato a última hora porque, según declaró entonces, «las memorias son siempre prostitución» –aunque no puso reparos en cobrar el anticipo para pagar a sus abogados–, contaba cómo fueron los inicios de WikiLeaks. «He visto por dentro muchas organizaciones, ya sea cara a cara o hackeando sus sistemas y colándome de noche en sus portales. Pero en 2006 terminaron estas exploraciones y me dispuse a enfrentarme a esas organizaciones y a los gobiernos, e ir a buscarlos precisamente en los oscuros rincones donde viven sus vidas secretas. No soy un filósofo político original y jamás he dicho que lo fuese. Pero conozco la tecnología y entiendo bien las estructuras de los gobiernos. Estaba dispuesto a cargármelas la medida de lo posible, arrojándolas a un baño de ácido y llevándolas al punto de ebullición hasta reducirlas a los meros huesos», cuenta en sus páginas el activista y hacker de origen australiano, recién aterrizado en Canberra tras acordar su libertad con el Departamento de Estado norteamericano 14 años después de protagonizar la mayor filtración de documentos clasificados de la historia.

El primer cable, que salió publicado en prensa el 28 de diciembre de 2006, adjuntaba una carta filtrada por una fuente china de «procedencia misteriosa» que, en palabras de Assange, parecía estar firmada por un comandante militar vinculado a la Unión de Tribunales Islámicos de Somalia, una entidad rigorista conformada por milicianos al servicio de grandes empresarios que llegó a ocupar la capital, Mogadiscio, y dos terceras partes de Somalia cuando el país del Cuerno de África pasó a ser un Estado fallido, y cuya facción juvenil más radicalizada se convertiría con el paso del tiempo en el grupo yihadista Al-Shabaab.

«Los correos electrónicos interceptados que nos pasaron junto con este documento sugerían que algunos ministros somalíes, en especial el ministro de Petróleo, estaban dispuestos a reunirse con funcionarios chinos, de manera que el documento parecía revelar algo que el pueblo somalí debía saber acerca de la actitud del Gobierno hacia China y de China hacia África, en general», recuerda Assange, quien sin embargo reconoce que entonces no estaban seguros de la autenticidad de esa carta. No importaba. «Aunque el documento fuera falso, y pese a que podía tratarse de un invento de los chinos, seguía planteando cuestiones importantes y mostraba que la puesta en circulación de documentos secretos servía para mejorar nuestra comprensión de situaciones políticas complejas. Parecía un buen primer paso para una web joven como WikiLeaks».

Hasta la publicación de la primera filtración, Assange había tenido que emprender un largo camino, lleno de obstáculos, para construir la estructura de lo que después sería WikiLeaks. Una página web operada por una red de colaboradores de distintos países con servidores en Estados seguros, como Islandia y Suecia, que solicitaba –y sigue solicitando– material clasificado, censurado o restringido para después publicarlo en Internet. El material, eso sí, debía –y debe– de estar relacionado con conflictos armados, espionaje o corrupción y sacar a la luz los trapos sucios de los distintos gobiernos o líderes políticos.

«Teníamos la experiencia del activismo y la voluntad de atacar el poder. Carecíamos de oficinas, pero teníamos los portátiles y los pasaportes. Disponíamos de servidores en diferentes países. Sabíamos que íbamos a crear la plataforma más segura de la que jamás hubiesen podido servirse las personas dispuestas en el mundo entero a denunciar a las organizaciones en las que trabajaban. Poseíamos la valentía necesaria para poner todo aquello en marcha, poseíamos la filosofía adecuada para emprender nuestras acciones. La partida iba a empezar. El 4 de octubre de 2006 registré el dominio wikileaks.org. Y me parece que me di cuenta de que mi vida normal, suponiendo que alguna vez hubiese vivido algo merecedor de ese nombre, jamás volvería a ser la misma», explicaba Assange en esa autobiografía que, muy a su pesar, también saldría publicada en España, de la mano de la editorial Los libros del lince.

«Como nosotros éramos en la inmensa mayoría gente que vivía en países occidentales, y estábamos sometidos a las diversas jurisdicciones de los países de Occidente, traté de que WikiLeaks no naciera en forma de organización antioccidental, cosa que no resultaba nada difícil, ya que no es antioccidental sino proinformación», aseguraba el hacker. «Pero al mismo tiempo, era consciente de que tarde o temprano volveríamos los ojos hacia Estados Unidos. Al principio, la corrupción de los países africanos parecía el punto de partida más obvio para comenzar. Desde el primer momento, nuestra filosofía consistía en atacar a los hijos de puta y, por decirlo sin florituras, en ser tan honestos como fuera posible».

Dicho y hecho. Assange y sus colaboradores, entre los que llegaron a figurar grandes medios de comunicación y las principales cabeceras de prensa internacional, publicaron documentos y vídeos militares clasificados de Estados Unidos que demostraban sus violaciones sistemáticas de los derechos humanos en países como en Irak o Afganistán, o en la cárcel de Guantánamo. También revelaron la campaña de espionaje de Washington sobre el entonces secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y los representantes permanentes del Consejo de Seguridad de China, Rusia, Francia y Reino Unido. Así como la corrupción «rampante» del Gobierno de Hamid Karzai en Afganistán, respaldado por Occidente, y la sospecha de la existencia de acuerdos secretos entre el ya desaparecido Silvio Berlusconi cuando presidía el Gobierno italiano y Vladimir Putin, entonces primer ministro en Rusia.