El Purgatorio existe, es un paraíso y esta cascada espectacular es la prueba
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En pocos lugares de la comunidad de Madrid se viene a experimentar con la naturaleza tanto deleite como en el valle de El Paular , un espacio incluido en su totalidad dentro del parque nacional de la Sierra de Guadarrama . Cada estación del año desparrama en él su particular encanto: las setas y frutos en otoño; la nieve en invierno; los paisajes floridos en primavera; y, ahora que el verano está ya a la puerta, las frescas aguas de Las Presillas para darle esquinazo -transitorio, sí, pero a lo grande- a sus asfixiantes calores. Desde estas últimas arranca precisamente el sendero hacia las cascadas del Purgatorio , tramo final de una de las rutas emblemáticas, no ya de El Paular, sino de todo el Guadarrama. Clásica y preciosa excursión, apta para toda la familia en cualquier fecha, en la cual se combinan una naturaleza rumbosa, la historia de los habitantes de este valle y un marco cultural alambicado por el paso de los siglos. Un escenario pródigo en sensaciones para los incondicionales del senderismo, sobre quienes, sin duda, planeará perpetuamente el irresistible deseo de volver. Dado que el parking de Las Presillas es de pago y, pese a ello, está a menudo congestionado, hay quienes prefieren dejar el coche en el aparcamiento del cercano monasterio de Santa María del Paular . Una vez allí y ya a pie, deben cruzar el río Lozoya, lo cual efectúan por el ciclópeo puente del Perdón, sito frente al convento, para luego continuar el paseo hasta el inicio de la ruta propiamente dicha. El puente en cuestión, con tres arcos de medio punto y sillería de granito, fue construido mediado el siglo XVIII a instancias de la comunidad cartujana de El Paular para acceder al molino de papel de Los Batanes, del cual se cuenta como cierta la anécdota de que en él se fabricaron los pliegos en los que se imprimió la primera parte de Don Quijote de La Mancha , publicada en Madrid en 1605. También se narra que las autoridades locales acostumbraban celebrar los juicios junto al puente. Allí, como última oportunidad de salvar sus vidas, los reos apelaban su sentencia. Si eran perdonados, volvían sanos y salvos; de no ser así eran ejecutados en la casa de la Horca, situada a unos 2 km en dirección al Puerto de Cotos . De aquella tradición le viene el nombre. Las Presillas, tres amplias piscinas de aguas rebalsadas en las que se permite el baño, cada cual con su particular vista próxima del Lozoya y, de fondo, el pico de Peñalara , constituyen el destino perfecto para una excursión de un día o una escapada de fin de semana. Este paraje natural cuenta con un socorrido parque infantil y profusas praderas sombreadas por árboles, aptas para el picnic. Como alternativa, existe un bar donde sirven bocadillos y hamburguesas. Desde aquí, la ruta hacia las cascadas del Purgatorio aprovecha parte del histórico camino que unía la cartuja de El Paular con la Villa y Corte madrileña a través del puerto de la Morcuera . El sendero, escoltado por robles de troncos esbeltos, conduce a uno de los tributarios más caudalosos del Lozoya: el arroyo del Aguilón , a cuya vera se ciñe el resto del recorrido. A medida que se asciende por el robledal, explotado durante siglos para producir carbón y leña -práctica hoy en desuso-, éste acaba cediendo su protagonismo al pinar de la variedad silvestre, inconfundible por el vistoso color naranja de su corteza. Entre los claros del bosque pace el ganado vacuno y caballar, una de las estampas que caracterizan los paisajes del valle. Se trata de una ganadería de máxima calidad, resultado de la selección de las razas de origen -con la avileña-negra ibérica como exponente bovino central- y de su crianza a lo largo de meses en estos montes de excelentes pastos. Corriente arriba, donde comienzan a alternarse las pozas con torrenteras de aguas veloces y cantarinas sobre el roquedal, abundan los árboles de ribera: alisos, sauces, arces, fresnos, abedules… una floresta variopinta en la que medra una fauna menor, huidiza ante nuestra presencia. En la parte final del recorrido, que se transita ya por un sendero escarpado, surge el congosto de majada Grande , cuyas paredes verticales van encajonando el lecho fluvial hasta presentar el escalón por el que se precipitan las aguas en la cascada baja del Purgatorio: un salto casi a plomo de 10 m de altura, situado a 1.350 msnm. En cuanto a la cascada alta, localizada unos 200 m más hacia lo alto, se despeña a lo largo de 15 m por una hendidura mucho más encajonada. Llegar hasta ella no es precisamente empresa para neófitos de la montaña. La vereda desaparece, tragada por un caos de rocas en apreciable pendiente, para superar el cual se precisa trepar utilizando agarres con las manos. A distancia prudencial de la cascada baja -final de la ruta para la mayoría-, una plataforma construida con tablones y dotada de una barandilla disuasoria de correr los riesgos innecesarios de mayores aproximaciones permite disfrutar a libre voluntad de la etérea y sonora belleza de este rincón que, revelándose en el último momento, atesora uno de los paisajes más imponentes -por insospechado- de la sierra de Guadarrama . Porque dada su estructura geológica, fabricada de manera prioritaria con viejas acumulaciones de granito procedentes de la orogenia herciniana (periodo paleozoico, hace entre 380 y 290 millones de años), cuyos perfiles han sido largamente suavizados por la erosión conjunta del hielo, el agua y el viento, no es habitual encontrar en ella relieves que favorezcan semejantes espectáculos hidrológicos. Lo cual hace de las escondidas cascadas del Purgatorio un paraje excepcional en su contexto, entre bosques mixtos de roble y pino silvestre, frondas ribereñas, rocas de espléndida riqueza cromática y súbitas verticalidades de piedra. Es obvio que ninguna de las dos puede competir en aparatosidad con las grandes cataratas. Pero no es esa la exigencia al contemplarlas, ni tampoco al escuchar el incesante traqueteo de sus aguas al vaciarse corriente abajo. A fin de cuentas , puestos a hacer comparaciones, unas y otras cumplen sin excepciones la función que les supone el anónimo proverbio: «Las cascadas son la risa de la naturaleza».