Crítica de "Del revés 2": Pixar, en piloto automático ★★
Dirección: Kelsey Mann. Guion: Meg LeFauve, Dave Holstein y Kelsey Mann. Voces originales: Amy Poehler, Maya Hawke, Kensington Tallman, Phyllis Smith. USA, 2024, 96 min. Género: Animación.
Con “Del revés 2” la Pixar parece haber cerrado el círculo de un cambio de rumbo en su filosofía editorial. No es extraño que lo haya hecho con la secuela de la que, probablemente, sea la última gran película de la factoría, o la última que se atrevía a abordar uno de sus temas favoritos -qué sentimos cuando dejamos atrás la infancia- desde el riesgo conceptual que iluminaba sus mejores títulos, desde “Ratatouille” hasta “Toy Story 3”. Si películas como “Red”, “Lightyear” o “Elemental” anunciaban que los años dorados de la Pixar eran cosa del pasado, “Del revés 2” certifica esa sequía creativa apelando a las más formularias, mecánicas y rutinarias estrategias de corta, pega y despersonaliza de las segundas partes cocidas en los despachos de los altos ejecutivos de un estudio de Hollywood. Es la clase de secuela que podría firmar una IA. Pixar ha dejado de ser diferente.
En un momento de la película, la estrella de “Del revés 2”, que no es otra que la Ansiedad, afirma que, a los trece años, la vida de Riley necesita emociones más sofisticadas que el quinteto que orquestó la construcción de su identidad cuando era niña. A los colores primarios de la Alegría, la Tristeza, el Miedo, el Asco y la Ira se le añaden lo que se supone emociones más complejas como la Ansiedad, la Vergüenza, la Envidia y el Aburrimiento. “Añadir” es la palabra: la película confunde la sofisticación con la acumulación, y desaprovecha por completo el desarrollo de situaciones que permitan que esas emociones formen parte significativa de los dramas de la pubertad de Riley. Da la impresión de que, al contrario que el original, “Del revés 2” no se toma demasiado en serio la importancia de esos afectos en ese tsunami anímico llamado adolescencia (¿por qué la presencia de la Nostalgia se reduce a un par de cameos?). Que la Ansiedad tome las riendas de la conciencia de Riley puede darnos una pista de la (hiper)tensión arterial del relato, pero ese ritmo histérico, sincopado, es una forma más bien burda de ocultar su insuficiencia (cardíaca): todo ocurre durante un fin de semana de campamento de hockey sobre hielo, y el marco narrativo es tan pobre y esquemático que Riley acaba por convertirse en una marioneta, algo así como la versión ciclotímica de aquel aprendiz de chef de “Ratatouille” que cocinaba por delegación de una rata ‘gourmet’. Una de las grandes virtudes de “Del revés” era su capacidad para construir un universo coherente, con sus códigos cromáticos y su concatenación de parques temáticos en permanente riesgo de colapso, con sus derivas hacia la abstracción sombría y la alegría melancólica, pero el filme de Kelsey Mann empieza con todos los deberes hechos, y se aburre imaginando lo que queda por delante. Lo que ocurre dentro de la cabeza de Riley es un calco desenfocado de lo que ocurrió cuando se mudó a San Francisco, y sus emociones descubrieron que su mente era una verbena en la que amenazaba tormenta. Los nuevos subuniversos de “Del revés 2” parecen metidos con calzador para que tengamos la ilusión de vivir en una película distinta, pero su problema más grave no es la pereza de la repetición, sino la pérdida de una poética.
Uno se pregunta dónde ha quedado la poética del gesto, del amor por el detalle, que el cine de la Pixar heredó de la producción de los Studios Ghibli. Tal vez recordaremos “Del revés 2” por la voz afrancesada (gracias a Adèle Exarchopoulos), de una indolencia no exenta de superioridad moral, de Aburrimiento, o por la visita a la Cueva de los Secretos, feliz aunque breve desvío al universo del ‘cartoon’ absurdo, pero nada de lo que singularizaba a “Wall-E”, “Ratatouille”, “Los increíbles” o “Toy Story” permanece en “Del revés 2”, ni siquiera en el diseño de Ansiedad, que se convierte en la villana de la función, frivolizando lo que, sin duda, es uno de los problemas de salud mental más comunes en la adolescencia.
Lo mejor: el trabajo con las voces, especialmente el de Maya Hawke y el de Adèle Exarchopulos, bien vale verla en versión original.
Lo peor: es una película hecha con el piloto automático, incapaz de reproducir la melancólica poética del original.