De las fiestas privadas a los grandes palcos: en el laberinto musical de Rock in Rio Festival
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Cuando Íñigo Quintero terminó su concierto para unas diez mil personas en el Escenario Tajo, salió por la parte de atrás e inmediatamente una multitud con acceso al backstage se levantó para pedirle un selfie o un autógrafo. El artista español se los concedió y desapareció en el campamento de tiendas de campaña y estructuras desmontables que configuran el backstage. Cada uno vive el Rock in Rio Lisboa a su ritmo, es un festival multitudinario, con varios escenarios y música para todos los gustos, pero también ambientes únicos y exclusivos en medio de la aglomeración. Es como una auténtica ciudad pop-rock , donde también encajan los ritmos electrónicos, las rimas hip-hop y los ritmos africanos. También hay fiestas privadas para la alta sociedad lisboeta o una carpa VIP con vistas simultáneas a los dos escenarios principales. Cada vez que termina un gran concierto, hay una multitud (unos 80.000 visitantes al día) que se desorienta durante minutos, buscando el siguiente chute de adrenalina, el siguiente estímulo cerebral, mientras los reporteros gráficos caminan bajo el sol abrasador por una vía sacra entre el foso del 'Palco Mundo'; y la zona de prensa: el clima lisboeta, la vista del Tajo y el césped componen un cóctel de bienestar imprescindible al festival. Hay varias dimensiones en un mismo evento: están los que pasan el festival en la primera línea de los mejores conciertos, los que prefieren una fiesta sofisticada reservada a invitados, los que disfrutan de comidas calientes y gin-tonics mientras ven a Ed Sheeran en la zona VIP, los que optan por la zona de comidas, los que disfrutan más de una fiesta electrónica o de un baile funk que del rock de los grandes palcos. Los que hacen cola durante horas para deslizarse por una tirolina de un extremo a otro del recinto: es un parque de diversiones para los aficionados de la música con espectáculos programados para personas de los 8 a los 80 años. «Es como ir a Las Vegas y no casarse» En el backstage, periodistas y dinosaurios portugueses del rap o artistas de TV se cruzan en las mismas fiestas. Con lentejuelas de colores desorbitados, la cara pintada y looks exóticos. A la entrada del recinto del festival hay una capilla abierta al público para celebrar bodas. Decenas de parejas hacen cola, como Sara y Manuel Machado, de 45 y 38 años: «Es como ir a Las Vegas y no casarse», cuentan a Diario ABC. Llevan 16 años juntos y disfrutan del Rock in Rio Lisboa desde el primer año. El cura va vestido de Elvis Presley y le asiste una disfrazada de Amy Winehouse. Hay locura para todos los gustos y tentaciones, incluso una noria con vistas a Lisboa que no para de girar. Hay un público fiel que quiere volver a dar vueltas a cada edición, aunque sólo sea uno de los cuatro días. Cada 20 metros, aparece una nueva atracción. Con una capacidad acústica y una ingeniería de sonido que permiten crear ambientes dentro de ambientes: los distintos pueblos de la Ciudad del Rock. Hay palcos para jóvenes rockstars que aún no tienen un público fiel, hay palcos para voces de rap menos conocidas de los suburbios de Lisboa. Hay colas para comprar pan con chorizo y porciones de pizza. «El público portugués es muy cariñoso» Y hay futuro, dice Roberta Medina , hija de Roberto Medina y principal organizadora del evento en Portugal. «Esta nueva ubicación, después de 20 años, nos permitirá ampliar el festival como nunca antes, con más músicos y más conocidos, un público más numeroso y más diversidad en la oferta cultural. Además, esta vista sobre Lisboa es enigmática», dijo a ABC, refiriéndose al Parque Tejo, la nueva base del festival, construida por el Ayuntamiento de Lisboa para acoger al Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud de 2023. Este año, el festival cuenta con una superficie de 15.000 metros cuadrados dedicados al público, además de otros 15.000 para la organización, invitados y backstage. Además, hay una fuerte inversión en comunicación y promoción del evento, en crear narrativas en torno al festival, tanto en las redes sociales como a través de los medios convencionales. La organización y la capacidad de comunicación son los pilares de un festival concebido para ser el buque insignia de una empresa multimillonaria de producción y comisariado cultural. « Es un festival para familias, jóvenes y mayores, con una programación abierta a todos, es la Disneylandia de los festivales , el público es el que elige a los artistas, programamos pensando en ellos», dice Roberta, apasionada de Lisboa y residente en Cascais desde hace unos 20 años. Además, este año cerca del 30% de los asistentes al festival son extranjeros, pero nada supera al público portugués: «Se saben de memoria las letras de todas las canciones, cantan de principio a fin, son muy cariñosos», explica Medina a ABC.