El «abuelo del mundo» estrena la Jornada Mundial de los Niños
Francisco se erigió ayer como el abuelo del mundo. En realidad, le coronó el actor Lino Banfi, que vendría a ser el Paco Martínez Soria italiano, esto es, uno de los intérpretes de referencia del país transalpino que, como Jorge Mario Bergoglio, ya ha rebasado los 87 años. Banfi otorgó el título al Papa en el marco de la primera Jornada Mundial del Niño, una iniciativa eclesial que busca replicar el éxito de las Jornadas Mundiales de la Juventud, puesta en marcha por Juan Pablo II y que se han convertido en un impulso evangelizador entre las nuevas generaciones.
Para el estreno se eligió el Estadio Olímpico de Roma, donde se concentraron miles de chavales llegados de 101 países de los cinco continentes en torno al Sucesor de Pedro. Poco antes de las cinco de la tarde, Francisco hizo su entrada en el terreno de juego para participar en un acto que se alargó algo más de dos horas entre actuaciones musicales, coreografías, un breve partido de fútbol, una suelta de globos… Y lejos de situarse en un escenario, el Obispo de Roma se colocó a ras de suelo, sentado en una silla, a la altura de un grupo de chavales.
El plato fuerte de esta cita, que concluirá hoy con una misa en la plaza de San Pedro, fue el interrogatorio al que se sometió el Papa. Exultante, sin signo alguno de cansancio y en un tono propio de un párroco que sabe utilizar el lenguaje que cala entre un público exigente, con constantes preguntas para buscar en ellos una reacción de complicidad, Francisco entabló un diálogo con naturalidad y sin discurso prefijado alguno más allá del saludo inicial.
«Queridos niños, con sus preguntas pueden hacer una verdadera revolución», expuso Francisco después de contemplar el cortometraje protagonizado por una menor coreana que le planteó cómo hacer cambiar a los adultos. «Hay tanta gente con el corazón cerrado y duro que parece un muro», comentó el pontífice, que invitó a su particular entrevistadora a que llene «de preguntas a los mayores, para que te expliquen el porqué hay gente que no tiene que comer». «Tienen que plantearles esas dudas también a Dios», le dejó caer.
¿Un milagro?
La pregunta más original de cuantas le hicieron vino de una menor de Indonesia: «Si pudieras hacer un milagro, ¿cuál sería?». «Eres brava», le dijo de inmediato el Papa, para responder a continuación: «Es fácil: que todos los niños tengan lo necesario para vivir, comer, jugar, ir a las escuelas. Este es el milagro que más desearía yo, que todos los niños sean felices». «Recemos a Dios para que este milagro lo haga el Señor», añadió el pontífice.
Uno a uno, Bergoglio fue resolviendo las inquietudes de sus interlocutores, aunque hubo un tema en el que se detuvo más tiempo, vinculado directamente con la Doctrina Social de la Iglesia. Se la lanzó Luis Gabriel, un nicaragüense que le preguntó porqué hay personas que no tienen casa ni trabajo. «¿Es justo que haya personas que no tienen casa ni trabajo?», correspondió Francisco a su auditorio. Y sentenció: «Esto es una injusticia». «Es fruto de la malicia, del egoísmo, de la guerra», apostilló. Con el gesto especialmente serio, comentó: «Si una persona busca escalar por encima de los demás, ¿es buena o mala?». Ahondando en su reflexión aterrizada a su público, compartió una denuncia que también ha hecho, lo mismo ante jefes de Gobierno que en sus audiencias generales: «Hay tanta maldad, egoísmo y tantos países que gastan dinero en comprar armas y gente que no tiene nada que comer….». El Papa, en un ejercicio de autocrítica, remarcó que la desigualdad «es culpa de la humanidad». A partir de ahí, hizo un encargo a quienes le escuchaban: «Les pido algo: que todos los días, cuando hagan la oración, recen por los niños que sufren esta injusticia». En medio de la algarabía propia de los niños, Francisco pidió «silencio» de forma reiterada para «rezar al Señor para que ayude a resolver esta injusticia de la que todos tenemos algo de culpa».
A lo largo de esta conversación con los niños, hasta en las preguntas aparentemente más livianas, el pontífice las dio la vuelta para buscar su particular moraleja desde el humanismo cristiano. Así ocurrió cuando Malik, de las Islas Seychelles, habló: «¿Cómo se sintió cuando su equipo ganó el Mundial?». «¡Muy feliz!», comentó el Papa, a la vez que dejó caer: «Pero cuando se gana con la mano no está bien». La italiana Yolanda, por su parte, le expresó al Sucesor de Pedro su pesar por la soledad de los ancianos. Francisco apuntó que «hay tantos mayores que han dado su vida, educando hijos y nietos, y ahora están abandonados en alguna residencia... Esto es injusto». De nuevo, puso deberes a los que se encontraban en el estadio: «Tenemos que ir a visitar a los abuelos a su casa o allá donde estén». «Los abuelos nos han regalado nuestra historia, hay que respetarles, buscarlos y escucharlos», defendió. Y terminó su respuesta pidiendo a los chavales que gritaran con él: «¡Vivan los abuelos!».
Otra tanda de preguntas estuvieron vinculadas a la paz. Una vez más, el Papa, lejos de andarse por las ramas con alocuciones genéricas, cedió el micrófono a uno de los niños para que fuera el mismo quien respondiera como hacerlo realidad en lo cotidiano. «Perdonar y pedir disculpas», verbalizó el pequeño- Con este punto de partida, Francisco les comentó que «en nuestro barrio, cuando jugamos con los niños en la escuela, cuando hay algún conflicto, no hay que seguir peleando, hay que hacer la paz, perdonando». Justo después les comentó: «Les voy a enseñar un gesto de paz». Entonces, el pontífice dio un apretón de manos al chaval que le acompañaba. «Quiero que todos ustedes den un gesto de paz a quien tiene al lado», invitó a todo el estadio, que hizo caso al pontífice. Y remató: «Ven, la paz siempre es posible».