Culpables
En 2018, el programa de análisis estelar de Televisa, Tercer Grado, maltrató a Ricardo Anaya y trató a López Obrador de manera condescendiente. Creo recordar que ahí insistió el hoy Presidente en el absurdo de que al día siguiente de su toma de posesión no habría corrupción e inseguridad. Seis años después, estamos peor en ambas cosas, pero Tercer Grado repite su comportamiento: no fue igual el trato a Xóchitl Gálvez, a quien se le interrogó con dureza, que a Claudia Sheinbaum, quien se dio el lujo de callar a los periodistas.
Es un caso más que confirma mi argumento de hace años. Los grupos que más quedaron a deber a México en la etapa democrática fueron medios y academia. No menosprecio a políticos y empresarios, grupos privilegiados del viejo régimen que, sin embargo, aprendieron a vivir en democracia. Más los primeros. Pero quienes tenían la responsabilidad de la pedagogía democrática, de la formación ciudadana, no cumplieron.
La bajeza de miras, la condescendencia, el olvido de decenas de periodistas muertos, del ataque directo desde el poder a María Amparo Casar y a Ceci Flores, madre buscadora, del millón de muertos del sexenio, olvidar todo eso cuando se entrevista a la sucesora designada del tirano no tiene defensa.
Me dirán que es una percepción mía, y que trataron igual a ambas candidatas; me dirán que hay temas más relevantes; me podrán decir la misa entera, pero en el momento en que tenían que defender a los ciudadanos del ataque inmisericorde desde el poder, fallaron. Como lo hicieron durante seis años, celebrando virtudes inexistentes del tirano, o la responsabilidad fiscal inexistente, e incluso una ficticia reducción de la pobreza. Todo, por no meterse al detalle, a los datos, a la revisión seria que debería definir al periodismo, y no la ilusoria neutralidad de quien, para saber si llueve, pregunta a varias personas en lugar de salir a la calle a mojarse.
Formo parte de ambos grupos que critico, no sé si eso da más o menos respaldo a mi reclamo, pero no fuimos capaces de ayudar al nacimiento de la ciudadanía de forma eficiente. Después de siete décadas de gobiernos autoritarios, cimentados en un sistema educativo diseñado para adoctrinar, era indispensable atacar de frente al nacionalismo revolucionario y extirparlo de las mentes para poder construir la democracia. La ficticia alma nacional, en realidad una construcción cultural e histórica que tenía el objetivo de legitimar el gobierno corporativo, debía ser reemplazada por la concepción ciudadana, individuos con derechos y obligaciones, y ya no grupos organizados alrededor de reclamos, prebendas y dádivas.
En ese sentido, el gran adversario en la construcción de la democracia era ese conjunto de creencias, estatistas, desarrollistas, siempre de subordinación, que cristalizaba en el viejo PRI, luego en el PRD, y eventualmente en Morena. Al confundir esas creencias con la “lucha social” y la “izquierda”, la gran mayoría de los colegas limitó el ataque. Muchos gravitamos alrededor de ese polo durante la transición, la última década del siglo pasado. La mayoría no lo abandonó a tiempo, encandilados por el caudillo, el mesías tropical, creador o beneficiario de todos los conflictos político-sociales de los últimos treinta años.
Esas tres décadas eran el bono demográfico, y la oportunidad de crear el bono democrático. Fracasamos. Diría incluso que facilitamos la llegada al poder del grupo más rupestre y retrógrada posible. Sin duda podemos achacar parte de la culpa a políticos corruptos, empresarios cobardes, líderes venales, pero si el problema de fondo es cultural, como afirmo, entonces fuimos nosotros: medios y academia, quienes fallamos.
Pero tal vez estemos frente a una gran oportunidad. López Obrador ha galvanizado a la simiente ciudadana, incluso facilitando la decisión de la candidata. Es el momento de asumir la responsabilidad, como ya lo están haciendo centenares de colegas. Una semana para corregir.