El último debate y la recta final
Incluso los más conspicuos opinadores profesionales —llevan décadas en los espacios más relevantes de los medios— coincidieron en que la doctora Claudia Sheinbaum fue la ganadora del último de los debates organizados por el Instituto Nacional Electoral.
Con un desempeño serio, en clave “presidencial”, y sobre todo armada de propuestas, la candidata de la Coalición Sigamos Haciendo Historia probó una vez más por qué es la persona más preparada para ser la primera presidenta de México.
Del otro lado, vimos desmoronarse la figura que presentaron como un fenómeno político, quien se dedicó a lanzar ataques sin pruebas y a repetir el listado de acusaciones que durante todo el sexenio han caracterizado un discurso opositor incapaz de hilvanar un proyecto de nación.
La candidata opositora se empeñó en el ataque vulgar que satisface a los más radicales de entre sus electores, pero no convence a nadie más. Se ganó los aplausos de los suyos que ven un país que la mayoría ciudadana no mira igual, como lo constata la alta aprobación del presidente López Obrador en el cierre de su gobierno.
En su debacle, la candidata opositora —como corresponde a una representante de la derecha rancia— recurrió al expediente del antilaicismo y el antisemitismo. Hacer uso de las creencias religiosas —o la ausencia de ellas— en un Estado laico es no comprender la historia, además de un acto de vil oportunismo político.
Un par de días después, frente a un auditorio convocado por Citibanamex, Xóchitl Gálvez se instaló plenamente en la mentira: presentó una encuesta en la cual aventaja por escaso margen a la aspirante de Morena. Lo que no dijo fue que tal encuesta fue realizada por una empresa que trabaja para su campaña y que ha sido señalada por diversos actores políticos como una encuestadora que vende sus resultados al mejor postor.
Pasado el debate, y luego de que las más recientes encuestas confirman que vamos a una elección que Morena y aliados ganarán ampliamente, se han multiplicado los discursos grandilocuentes que pretenden hacer creer a la ciudadanía que no se decidirá entre dos proyectos, sino entre democracia y dictadura.
En esa línea, repiten los viejos argumentos de 1994 (¿alguien olvida el “voto del miedo”?) o de 2006 (el “peligro para México”), expresión que ofendía no solo al candidato sino también a sus millones de votantes.
Desde el “círculo rojo” —integrado por intelectuales y opinadores que durante al menos décadas han dominado los principales espacios en los medios— se auguró que el “fracaso” del gobierno de López Obrador. Decían que una vez confirmado tal fracaso, las ideas de los intelectuales de Carlos Salinas (y los mandatarios que siguieron) bajarían al “círculo verde”, como ellos, a las y los ciudadanos de a pie. Se quedaron en su torre de marfil, esperando que eso ocurriera.
En la recta final, solamente las encuestadoras patito consideran competitiva a la aspirante opositora. Algunos estudios incluso anticipan que el triunfo de Claudia Sheinbaum sería con una ventaja mayor a la obtenida por el actual mandatario.
“¡Deriva autoritaria!”, gritan desde hace años, esperando encontrar eco en más de 30 millones de personas que otorgaron a López Obrador un mandato con la mayor legitimidad de nuestra historia reciente.
“¡Dictadura!”, claman, desde el Zócalo de las libertades, mientras lanzan insultos de grueso calibre contra el presidente y nuestra candidata.
Luego de tres debates y de cientos de actos de campaña, se reafirma de qué lado está el proyecto de país soberano, libre y con mayor igualdad. Del otro lado, a falta de brújula, solo tienen odio.