El edificio de Madrid que Franco convirtió en un palacio del terror: «Era un campo de concentración»
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La macabra obra de teatro se desarrolló en tres actos: grito, vuelo y golpe seco. Corría noviembre de 1962 cuando un tipo de entradas abultadas y mofletes generosos cayó a plomo desde una ventana de la Real Casa de Correos de la capital. De él sabemos nombre y apellidos, Julián Grimau , y hasta podemos suponer los motivos de su 'accidente'; y nótese la ironía. «Era un conocido dirigente del Partido Comunista. El suyo fue uno de los casos más famosos de represión y tortura en la sede de la Dirección General de Seguridad (DGS), el caserón de la represión franquista responsable de la política de orden público». El que se halla al otro lado de la línea telefónica es Pablo Alcántara , todo un doctor 'cum laude' en Historia Contemporánea. Y responde a este periódico al calor de su nuevo ensayo histórico: 'La DGS. El palacio del terror franquista' (Espasa). Un recorrido pretérito por el centro neurálgico de esta institución encargada de señalar, perseguir, cazar y escarmentar a los opositores de la dictadura. Algunos de ellos, como don Grimau. «Le detuvieron tras volver a España y fue llevado a la Real Casa de Correos. Los agentes dijeron que había intentado suicidarse arrojándose a la calle San Ricardo, pero todo apunta a que le tiraron. Aunque sorprenda, sobrevivió. Le fusilaron en 1963, y sentado en una silla: no podía levantarse por culpa de las torturas», sostiene el experto. El de Grimau fue el caso más sonado en aquella España franquista, pero no el único. Desde 1939, la DGS enjauló y escarmentó a cientos de opositores; de «curas obreros», como los define Alcántara, a lideres estudiantiles. En la práctica se convirtió en un pilar, y bien robusto, de la dictadura de Francisco Franco; y, como el dictador, extendió su vida útil hasta una fecha tan tardía como el ocaso de los años setenta. Más allá incluso. «Durante la Transición pasó a denominarse Dirección General de Policía, y se mantuvo en la Real Casa de Correos hasta 1983», añade el experto. Y hasta salpicó con sus tentáculos a partidos actuales. «Cuando el PSOE entró en el Gobierno, no solo no depuró a sus antiguos miembros, sino que los ascendió», completa. Nace la DGS Pero paso a paso, porque la historia de esta institución es tan abultada como el mito que la rodea. «La Dirección General de Seguridad nació mucho antes del franquismo. En el siglo XIX fue determinante durante la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República». Alcántara se detiene en seco, sabe que acaba de tocar hueso. «Se nos ha vendido que entre 1931 y 1936 no hubo problemas de orden público ni huelgas, pero no fue así», añade. De apagar aquellos bríos se encargaba también esta organización, y sin cortapisas superiores. «El Gobierno intentó reformar el aparato policial, pero terminó por mantenerlo con la Ley de Orden Público y la Ley de Vagos y Maleantes», finaliza. Noticia Relacionada estandar No ¿Por qué la Falange quiso asesinar a Franco tras la Guerra Civil? Un camino de odios y traiciones Manuel P. Villatoro En palabras de Alcántara, el estallido de la Guerra Civil primero, y la caída de Madrid después, dieron un giro radical a la DGS: «En septiembre de 1939 pasó a estar en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol. A partir de entonces se convirtió en el baluarte de la represión a través de la más popular Brigada Político Social, pero también de otras unidades como la Policía Armada». Ramificaciones las hubo a pares, y todas ellas, edificadas con la ayuda de un curioso aliado. «La Gestapo nazi fue primordial. Sus miembros, entre ellos el mismo Heinrich Himmler, viajaron a España para colaborar en su formación», desvela. Debe haber notado el experto nuestro asombro, porque ahonda en la herida: «Sí, sí. La Gestapo formó agentes y directores generales de seguridad, enseñó técnicas de tortura y firmó pactos con las nuevas autoridades españolas». Preguntamos por algunos ejemplos, y Alcántara responde con una retahíla. «En 1938 pactaron detener a los germanos que hubieran participado en las Brigadas Internacionales y vigilar a los españoles que viajaran a Alemania. Pero también colaboraron en la detención de Lluís Companys o el intento de capturar a Manuel Azaña», completa. Frente a la idea de que la España franquista no tuvo pactos con Adolf Hitler, el doctor en Historia aporta datos. Pablo Alcántara, en una imagen cedida a ABC PA Con todo, el grueso de la represión se sucedió tras la clausura a golpes de la Guerra Civil . «Durante su primera etapa, la DGS se propuso acabar con todos aquellos que habían hecho frente al golpe de Estado», explica Alcántara. Republicanos, socialistas, comunistas... Y, como no podía ser de otra forma, también los guerrilleros que se escondían en grandes ciudades como Madrid y Barcelona. «Muchos de ellos habían sido combatientes del ejército republicano; otros tantos se habían adherido a la lucha en los años cuarenta para acabar con Franco. También persiguieron a las mujeres que hacían de enlace entre ellos», completa. Torturas El epicentro de esta locura era la Real Casa de Correos, pero la institución contaba también con una infinidad de brigadas provinciales con sede en otras tantas comisarías y centros de detención. «Había una red gigantesca cuya cúspide era la DGS que, a su vez, rendía cuentas al Ministerio de Gobernación», completa. El brazo ejecutor eran los mil y un agentes. «Había de diferentes tipos: antiguos miembros de Falange, quintacolumnistas que habían espiado en Madrid para los sublevados, policías, antiguos soldados del ejército franquista...». A todos ellos les hacían un examen que ahondaba en su pasado y en su lealtad durante la Guerra Civil. Por preguntar, les preguntaban hasta si habían sido masones. Cosas de Franco. Ambiente de la Puerta del Sol durante el día de la Fiesta de la Banderita. Gran cantidad de público congregado en torno a la mesa instalada ante la dirección general de seguridad, junto a la banda de música ABC Arriban los temas espinosos, si es que el resto no lo eran. Toca hablar de torturas; y en mala hora, después del primer café de la mañana. «La Real Casa de Correos se convirtió en un palacio del terror. La mayoría de los presos decían que entrar allí era llegar al infierno. No sabían lo que les podía pasar. Golpes, electroshocks... Todo valía», suscribe. La mayoría de los reos quedaban instalados en los calabazos inferiores. «Las ventanas son las mismas», añade Alcántara. Y la presión a la que eran sometidos llevó a muchos a intentar suicidarse. Los gritos, las amenazas a los familiares y la privación de alimentos eran la guinda del pastel. La violencia se extendió, incluso, tras la destrucción de los últimos conatos de resistencia postrepublicana. «En los años cincuenta cargaron contra el movimiento obrero, que había resurgido de sus cenizas, y los movimientos estudiantiles. Actores, sacerdotes obreros, mujeres que practicaban abortos, personas del colectivo LGTBI... Todos los que no entraban en los cánones del movimiento franquista fueron perseguidos», completa Alcántara. Los testimonios que salían de la Real Casa de Correos hicieron que un comunista malagueño denominase al enclave el ' Belsen español'. «Era una suerte de campo de concentración, como el alemán. Así se replicó en la prensa antifranquista de la época», explica el doctor en Historia. Noticias Relacionadas estandar No Injusticia histórica El emperador hispano al que el Imperio romano quiso borrar de la historia Manuel P. Villatoro estandar No ¿Lo conoces? El territorio perdido por el que luchan España y Portugal desde el siglo XV Manuel P. Villatoro Llega el fin de la entrevista, y Alcántara devuelve el arma a la funda. Aunque lo hace con la convicción del que se basa en informes y datos fehacientes: «He entrevistado a varios militantes antifranquistas de todas las épocas, aunque, sobre todo, de los años setenta. Ellos me han demostrado que esa imagen del tardofranquismo blando fue un mito. En su última etapa, la represión seguía activa».