Cuando las clarisas de Belorado sí creían en el Papa y en la Iglesia
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En 2004, el convento de las Clarisas de Belorado había conseguido superar su momento más crítico por falta de vocaciones. De Lerma llegaron cuatro hermanas para ayudar a las mayores y, poco a poco, con la entrada de nuevas novicias se pudo evitar el cierre. Aquel año, eran 18 las monjas que se dedicaban, como ahora, sobre todo a la elaboración de trufas. El lunes, 13 de mayo, cuando anunciaron su ruptura con la Iglesia, eran 16, aunque una de ellas, sor Amparo, abandonó el cenobio alarmada por lo sucedido. Algunas de las rebeldes ya vivían en el monasterio aquel mes de diciembre de 2004, como sor Isabel, la actual abadesa, o sor Getsemaní, con las que ABC compartió una mañana (cuyo reportaje reproducimos a continuación) para poder transmitir unas vivencias y unos sentimientos que distan de los actuales. Cuando se abre la puerta del pequeño locutorio, ocho jóvenes atraviesan el umbral ataviadas con unos amplios hábitos en los que el color del velo (blanco o negro) delata su antigüedad en el convento, ya sea novicia o monja. La primera impresión, la del espectador que se encuentra al otro lado de la reja, es la de un grupo de jóvenes vitales, que irradian felicidad. La expresión de sus rostros risueños contrasta con las alpargatas que dejan ver los pies, que en estas fechas no parecen el calzado más adecuado para el común de los mortales. Son monjas de clausura del Monasterio de Santa Clara de Belorado (Burgos) . Dieciocho hermanas conviven bajo los techos de un edificio que hace sólo nueve años tuvo serias dificultades por falta de vocaciones. Entonces, ocho hermanas, ya mayores, lucharon con todas las fuerzas de que fueron capaces para evitar que el monasterio tuviera que ser abandonado. Y mientras trataban de mantener el convento en las mejores condiciones posibles para frenar su deterioro, pidieron ayuda a otro monasterio de la misma orden, el de Lerma, también en la provincia de Burgos, en el que se había producido una especie de «boom» vocacional con la llegada de un elevado número de jóvenes, muchas de ellas procedentes de Madrid. Curiosamente, también el convento había padecido años atrás la falta de nuevas postulantes, pero la situación cambió hasta tal punto que hoy son ya 92 las hermanas que viven en el Monasterio de Lerma , con evidentes dificultades de mero espacio físico. Por eso no es de extrañar que, ante semejante abundancia, cuatro hermanas de esta localidad de la ribera del Arlanza decidiesen trasladarse a Belorado, la capital de la piel, con este propósito: «Si Dios bendecía nuestra intención, bien, y si no, acompañar a las hermanas hasta que el convento se cerrase», asegura la actual madre abadesa, Sor María Victoria . Y Dios bendijo, porque nueve meses después ingresaron dos jóvenes. El arreglo de la iglesia, en buena parte gracias a donaciones y con voluntarios llegados de toda España, supuso un nuevo aliciente para la comunidad de religiosas, ya que algunas de las jóvenes que llegaron para trabajar en el templo acabaron por ingresar en el monasterio. Así, hasta conseguir que hoy haya 18 monjas en el convento, de ellas tres novicias y cuatro procesas temporales. La más joven está a punto de cumplir los 22 años (ingresó con 18); las dos mayores, Sor Inés (que ingresó con 14 años) y Sor Presentación, tienen 95. Las 32 celdas con que cuenta el monasterio pueden acoger todavía a un buen número de postulantes y, como reconoce la madre abadesa, «hay muchas probabilidades de que entren más jóvenes». Son chicas que proceden de diferentes puntos de España y que, en la mayoría de los casos, tienen una profunda convicción cuajada en diferentes grupos parroquiales. A Belorado llegan, sobre todo, para hacer oración. Una de sus principales actividades, además de atender el huerto, del que se abastecen, y la que les permite la auto- financiación es la elaboración de trufas, unos exquisitos dulces que venden directamente a los establecimientos comerciales y cuya fama sobrepasa ampliamente la frontera de Burgos. La clausura no supone ningún inconveniente para sus vidas, sino, al contrario, «el problema es tener que salir, porque nosotras somos muy felices aquí», afirma otra hermana, Sor Getsemaní , quien reconoce que «antes era más estricta y ahora salimos siempre que sea necesario para ir al médico o para hacer gestiones«. Las clarisas de Belorado Algunas de las hermanas que residían en Belorado en 2004 F. Ordóñez Lo cierto es que la reja que en el locutorio separa a las hermanas de los visitantes también ha dejado de tener el sentido que tenía hace años«. «Esta reja no es nada cerrada —dice la madre abadesa—. Es simbólica porque esto no es una cárcel, es decir, aquí estamos por una opción personal, una llamada de Dios». Nadie consigue explicar por qué chicas jóvenes, con amplia formación académica e incluso una floreciente vida profesional, un buen día deciden orientar sus pasos hacia un convento de clausura. De forma mayoritaria, esta elección se concreta en la orden de las clarisas y, más aún, en sus monasterios de Lerma y Belorado. «Es un misterio, un pequeño milagro, un capricho de Dios», dice la madre abadesa, aunque reconoce que «jóvenes llaman a jóvenes». Noticia Relacionada estandar No La presidenta de la Federación de las clarisas: «No sé quién les ha metido este disparate en la cabeza» Montse Serrador Sor María Javier reconoce que «llevo cuatro días llorando» y confía en que «reaccionen y vuelvan atrás» Estas mujeres se esfuerzan en transmitir sus sentimientos y su experiencia monacal. «Se experimenta tal plenitud interior que no sientes la necesidad de salir, a pesar de que hay una renuncia real», dice Sor Isabel , una monja burgalesa de 38 años que ingresó en el convento con 18 «porque tuve una experiencia de Cristo muy personal y en un año cambió mi vida». Isabel recuerda cómo entonces, siendo una jovencita, «yo no iba mucho por la parroquia porque no era de rezar; además, buscaba muchas cosas, pero no a Dios». Fue, precisamente, en la parroquia donde un día oyó una predicación sobre el Evangelio «y sentí algo muy fuerte —dice—, algo que vi que iba a cambiar mi vida», tal como ocurrió cuando meses después visitó el convento de las Clarisas de Lerma, donde «me sentí deslumbrada por aquellas monjas». «En nueve meses todo cambió, hasta el punto de que iba con mis amigos a tomar cañas y les dejaba para ir a misa o rezar a las iglesias». Una situación que concluyó con la entrada de Isabel en el convento, para sorpresa de muchos, amigos y padres. «Para ellos fue una sorpresa; mi padre me ofrecía una moto, viajes, trabajo... Hoy está feliz y satisfecho y entiende mi vida». Tampoco fue fácil para la familia de Paloma la decisión que tomó hace algo más de tres años cuando ingresó en el convento de las clarisas de Belorado. Esta madrileña, ahora novicia, cursaba entonces cuarto de Matemáticas, «pero llevaba mucho tiempo buscando mi sitio, hasta que un día leí el Evangelio y me hizo vibrar; luego, leí un libro sobre la vida de San Francisco y me di cuenta de que era lo que yo buscaba y tenía que dejar todo para pertenecer a Dios». Noticia Relacionada estandar No La única clarisa de Belorado que abandonó el convento: «Tenía que marcharme, no podía pertenecer a esa secta» Montse Serrador Sor María Amparo habla de las «burradas» que trasmitió a las hermanas el «fantoche» Pablo de Rojas a las que dijo que estaban «bajo su jurisdicción» El proceso fue similar al de otras hermanas: «Primero, una chica de mi parroquia (Alcorcón) entró en un convento; después vine aquí con una amiga y me encantó desde el primer momento; vi que encajaba perfectamente y que era lo que el Señor me pedía que hiciera». Desde entonces, Paloma —la única hija de una familia con otros tres hermanos— asegura que se siente feliz y no echa nada de menos. Sor Amada tiene ahora 31 años. Ya hizo sus primeros votos de forma temporal y tiene tras de sí toda una historia. «Yo me había alejado de la fe, me había dejado llevar y sólo quería divertir- me», asegura. «Los fines de semana me lo pasaba pipa y salía con chicos esperando encontrar el amor de mi vida». Pero ese amor no acababa de llegar, y después de salir con varios chicos le propusieron hacer el Camino de Santiago en una peregrinación organizada por la Pastoral Universitaria. «Fue toda una experiencia, un toque de Dios en mi vida que salió a mi encuentro», afirma esta joven, que recuerda cómo los primeros días del Camino pasó de buscar compañeros para jugar al mus y no ir a misa a experimentar «lo que es la ayuda de la gente y el vivir la Eucaristía». Del peregrinaje surgió un grupo con el que continuaron los con- tactos, de forma que, de la mano de un sacerdote, Amada fue profundizando en su fe hasta que, ya con la carrera de Empresariales terminada y con trabajo en una multinacional, decidió un día dejarlo todo, después de conocer a las Clarisas de Lerma. «La llamada —afirma— fue en unos ejercicios en agosto de 1998; entonces entendí que pertenecía a Dios, y el 3 de octubre de 1999 entré en Belorado». «Cuando en una comida —recuerda— dije a mis compañeros de trabajo que me metía monja de clausura, no se lo creían. Se hizo un silencio y pensaban que era broma, pero luego me conmovió el cariño de mucha gente, como el de un com- pañero que iba a tener un hijo y me pi- dió que rezase por él». Hoy, Amada mantiene contactos con algunos, entre ellos su antigua jefa. La tele «del revés» Las Clarisas de Belorado no están, ni mucho menos, aisladas del mundo. Saben perfecta- mente lo que sucede, no tanto por los medios de comunicación, sino por la gente que llama —muchas veces para pedir oraciones por los enfermos—, por el propio capellán o los peregrinos que pasan por el convento, que se encuentra en pleno Camino de Santiago. No escuchan la radio, ni tampoco la televisión, que está en la sala de labor pero vuelta del revés, «ya que nadie la pide» y sólo se utiliza para ver vídeos religiosos, aunque también tienen referencias «de oídas» de algunos de los programas «basura». Tampoco reciben habitualmente el periódico, pero si hay un acontecimiento importante se hacen con algún diario, como ocurrió con el 11-S o el 14-M, con los atentados de Nueva York y Madrid, respectivamente. En este último caso «nos enteramos por el capellán, que nos dijo que algo tremendo estaba ocurriendo y que teníamos que rezar», recuerda la madre abadesa. Por eso, también están al día de las tensas relaciones que actual- mente hay entre la Iglesia y el Gobierno socialista y algunas de sus medidas legislativas. «Si el mundo deja a Dios —señala María Victoria — vamos a ir de mal en peor, porque la raíz nuestra, de los españoles y de toda Europa, está en el cristianismo, y una sociedad que pasa de Dios va a la ruina». Sor Isabel , otra de las hermanas, añade que «la gente ahora está más insatisfecha y aunque no le falta de nada es más infeliz que nunca». Y es que —sentencia Sor Getsemaní— «ese vacío del alma sólo lo llena Dios«.