El #MeToo francés de Judith Godrèche pisa la alfombra roja del Festival de Cannes
Vestida de riguroso negro y con un resacón como mochila (“ayer me acosté a las tres de la madrugada hablando de la magnífica película de Dupieux”), Meryl Streep repasó ante una platea entregada a la causa buena parte de la carrera que le ha hecho merecedora de la primera Palma de Oro honorífica de la 77ª edición del festival de Cannes. Después de que, en la gala de inauguración, al entregarle el premio, Juliette Binoche no pudiera reprimir las lágrimas cuando reconoció lo mucho que Streep había contribuido a resignificar el modo en que vemos a las mujeres, era inevitable que, a pesar del dolor de cabeza, la Margaret Thatcher de “La dama de hierro” explicara qué le ocurre a Hollywood con las chicas. “No es solo una cuestión económica. Afortunadamente, en ese sentido las cosas han cambiado mucho desde mis inicios”, afirmó. “El problema es que los ejecutivos son incapaces de proyectarse en una protagonista femenina. No saben identificarse con ellas. Es sintomático que la primera vez que un ejecutivo de Hollywood me confesó que entendía a mi personaje fue con “El diablo viste de Prada””. ¿Por qué la recordamos tan vivamente en una película como “El cazador”, donde aparecía poco más de veinticinco minutos? “Porque en esa época en las películas solo había una actriz, todo lo demás eran hombres”.
Streep colaboró activamente en el movimiento “Time's Up”, que consiguió recaudar veinte millones de dólares para la defensa legal de las víctimas del #MeToo. Seguro que el caso de la actriz Judith Godrèche, que en febrero de este año reactivó la lucha contra la impunidad frente a los abusos sexuales en el mundo del cine denunciando a los directores Benoît Jacquot y Jacques Doillon por haberla violado cuando era menor, le resulta familiar. En un gesto precipitado, cuando la programación del festival estaba cerrada, Thierry Fremaux anunció que el certamen acogería la proyección de “Moi Aussi”, el corto de Godrèche creado en homenaje a todas aquellas personas, más de cinco mil, que se solidarizaron con su confesión, contándole por mail sus experiencias como víctimas de agresiones sexuales. El estreno del corto, en la inauguración de la sección “Una cierta mirada”, parecía una solución de compromiso para demostrar que el festival no se ponía de perfil ante una polémica que, estos días, agita como nunca la industria del cine francés, incluida una carta publicada en "Le Monde" en la que cien destacadas personalidades piden al gobierno de Macron una ley integral que se cuadre ante la violencia de género.
[[QUOTE:PULL|||Sobre las malas madres|||Inspirada en el caso real de Dagmar Oberbye, una mujer que, en la Dinamarca de después de la Gran Guerra, montó una particular (por lo siniestra y clandestina) agencia de adopción para ayudar a madres que no podían hacerse cargo de sus bebés, “The Girl with the Needle”, de Magnus Van Horn, parece explorar varios temas -cómo sobrevivir en tiempos de crisis extrema, la maternidad como trauma, la legalización del aborto- sin decidirse por ninguno. El suntuoso blanco y negro de la película nos hace notar que Van Horn estudió en la Escuela de Cine de Lodz, pero, a pesar de su tono dickensiano, que a veces deriva hacia el horror gótico, el filme es acaso demasiado tremendista para su propio bien.]]
El corto quiere dejar huella de los testimonios de esas víctimas invisibles, dar forma a ese dolor silenciado a través de la voz de la hija de Godrèche, Tess Barthélemy, que recita fragmentos de esas confesiones anónimas. Esas palabras son la guinda que corona una manifestación de mil personas, la mayoría mujeres, recorrida por la propia Barthélemy, en un baile que descubre sus bocas, como abriendo paso a sus palabras, y que cristaliza en una danza-catarsis, la expresión solidaria de un enjambre de cuerpos que, por fin, parece haberse liberado de la cárcel de la negación. Se trata de celebrar que puede haber una recompensa al final del camino y, sobre todo, de reivindicar que hay que tomar cartas en el asunto ante tanta ignominia. Por supuesto, hubo una ovación cerrada.
También había que entender como un gesto que la primera jornada de la sección oficial se abriera con una película, “Diamant brut”, dirigida por una debutante, la francesa Agathe Riedinger, que habla precisamente de la vulnerabilidad de la identidad femenina de la generación Z ante la cosificación de su cuerpo en las redes sociales, la normalización de la cultura de la violación y la virtualización de un yo que tambalea a expensas del elogio y linchamiento que recibe en Internet. La película, que Riedinger ha concebido como una prolongación de su cortometraje “J’attends Jupiter”, se apoya en el retrato de Liane (espléndida Malou Khebizi), cuya gran meta vital es convertirse en una Kim Kardashian a la francesa: tiene la esperanza de que su participación en un ‘reality’ llamado “La isla de los milagros” la rescate de su aciago presente, con una madre en el paro, siempre al borde del desahucio, y ella robando cosméticos y complementos en unos grandes almacenes para revenderlos a precio de saldo. El principal interés del filme es tomarse muy en serio la radiografía de un estereotipo -el de las ‘juanis’ de la periferia, que sueñan con la celebridad atómica y vulgar de la telerrealidad en ‘prime time’- sin un átomo de condescendencia, intentando entender las circunstancias que provocan su deseo -la rabia de clase, la falta de futuro, la conversión del yo en un valor de mercado- sin juzgarlo.