Vestir de hoy el mañana
Lo que más impacta a la sociedad en su conjunto es el beneficio directo del ahora mismo, ese que desmesura los ojos y eleva las cejas al infinito. La gente, por lo general, valora más aquel en comparación con los indirectos, pero sin estos faltaría vitalidad a los bienes y servicios que necesitamos.
En realidad, unos y otros se entrecruzan y complementan. ¿Quién no ha visto o sentido en carne propia el alegrón de recibir las llaves de lo que será su casa? O ver cuando le salvan la vida a un familiar. O que el hijo reciba un título universitario. O tener por primera vez agua mediante el acueducto. O comprobar, como en las últimas semanas, que la llegada de la canasta básica mejora…
Y así, beneficios directos e indirectos, de más o menos magnitud, proporcionan recursos esenciales para una correcta calidad de vida.
Obvio. No olvidemos que ni unos ni otros se cosechan a sombrerazos. Todos precisan control, recursos, estrategia, organización, perseverancia y eficiencia, a cielo abierto o bajo techo en la fábrica. ¿De acuerdo, respetable? Siento oír su ¡sí!
Paradójicamente, hay personas por rastras a quienes causa malestar escuchar hablar de planes y perspectivas sobre producciones y servicios, como si estas se las fueran a mandar del más allá… ¡Y ni allí regalan nada!
Verdad de verdades que acá, en nuestra geografía nacional, esos empeños siguen cojeando en el momento de definir en la práctica, lo que sabemos de memoria, y eso pasa desde el ayer de los ayeres, según me sopla el Bobo de Hatillo.
Cierto que el descontrol sigue siendo un problema que en muchísimos lugares demora las realizaciones, ¡y no hablemos ya de las calidades de lo que se concreta!
Por eso el asunto recibe el máximo de prioridad, como insistió, hace dos semanas, la última visita a Villa Clara de las máximas autoridades del país. Y no se trata de que haya un caos nacional, sino de multiplicar la exigencia interna sistemática para abrir vía libre al panorama socioeconómico.
Las pérdidas por descontrol resultan graves y diversas, y además facilitan las ilegalidades, promueven el despilfarro y obligan al desembolso de sumas considerables de dinero en el aseguramiento material de numerosos aparatos «controladores» que resultan quebrantados.
El control de verdad, el que funciona a todos los niveles y establece pautas de eficiencia en todas las facetas sociales y económicas, deviene garantía primordial, y muchísimas entidades lo logran, con buenos resultados, mientras otras hacen lo contrario.
Ese camino de tirar hacia la cuneta lo que entorpece se puede resumir en no dejar para mañana lo que se puede realizar hoy, a fin de ser diligentes y nunca perezosos. Y sabemos que la sabia tribuna de la calle refrenda que lo dejado para mañana se eterniza. ¡Solavaya!