Las dos Claudias
En el primer debate, la candidata presidencial de Morena centró la estrategia en su gestión como jefa de Gobierno en la Ciudad de México. Sus intervenciones bordaron en políticas públicas, indicadores y, claro, siempre un premio de las más variopintas nomenclaturas. No faltó alguna que otra audacia narrativa, como afirmar que había logrado impunidad cero en feminicidios. A los contrastes sobre los fracasos y decepciones de la presidencia de López Obrador, la candidata oficialista regresaba una y otra vez a lo que supuestamente se había logrado en la capital del país. El objetivo, supongo, era presentar una candidata con perfil propio, moderada en ciertas posiciones, independiente y distinguible de su supremo elector. Una continuidad sin continuismo.
Algo de esos sutiles deslindes no cayó bien en Palacio Nacional. Por lo menos esas especulaciones flotaron copiosamente en el posdebate. Desde el enojo del Presidente sobre las preguntas que “buscaban dañar a su gobierno”, hasta esos trascendidos que reprochaban que la candidata había olvidado sus paternidades políticas. La estela del debate presidencial fue que Claudia Sheinbaum se defendió a sí misma, pero no a la cuarta transformación con la vehemencia que exige el movimiento. La lacónica fuga “si tiene pruebas, presente su denuncia” sobre el cuestionamiento a la corrupción, se asumió como una indisposición a defender lo indefendible. A sustraer de la campaña presidencial todo lo que no fue en su año y que puede provocar daño. Y el Presidente terminó reconociendo la percepción: nos quieren amarrar navajas, pero la quiero, la quiero, la quiero.
Mientras que en el primer debate la candidata Sheinbaum mencionó cuatro veces la palabra “transformación”, en el segundo ejercicio lo hizo en 22 ocasiones. Las dos menciones al Presidente en el primer encuentro se convirtieron en cuatro. La candidata de Morena dejó de lado su paso por la ciudad y se concentró en defender los “logros” de López Obrador. Ni la más mínima insinuación de que algo podría ser distinto o tener impronta propia. El país se gobernará como lo hace el Presidente, no con un modelo que ya tuvo alguna realización. La transformación sigue sin un ápice de corrección.
En alguno de sus informes plebiscitarios, el Presidente dejó a la posteridad sus reflexiones sobre cómo entiende y ve su sucesión. Nos dijo desde el Zócalo que él ya había resuelto la duda del general Lázaro Cárdenas en el 34: entre el guiño moderado, pragmático pero sumamente riesgoso del avilacamachismo, siempre mejor la continuidad ideológicamente militante del general Múgica. A los buenos entendedores, pocas palabras. Claudia era su Múgica. La continuidad sin dobleces.
Hay dos Claudias en esta elección. Dos caras que no se reconcilian. Ya quedó claro que Claudia no tiene la libertad de los Ávila Camacho: por más que en reuniones privadas con empresarios prometa deslindes, el segundo debate ya no la hace creíble. Su rol es la lealtad mugicana. Esa es la instrucción de Palacio que se hará valer desde un rancho con estación de Tren Maya para regresar si es necesario. Por lo menos, mientras exista revocación de mandato. Esa herramienta inédita para enmendar errores sucesorios. Las lecciones de un general que no se mira en el exilio. El testamento del mesías que nunca se irá a la chingada.