No es ‘near’, es ‘friendshoring’
La relocalización de actividades productivas desde China hacia Norteamérica es el nuevo término de moda que le pone marca a esfuerzos de atracción de inversiones y programas de gobierno. Es cierto; el Estados Unidos de la administración de Joseph Biden sí ha hecho esfuerzos importantes por reducir los riesgos de exposición a la concentración en China que provocó la chinamanía.
También es cierto, que la excusa que los estadounidenses han dado para irse de China es que quieren que sus cadenas productivas estén más cerca de los 48 estados contiguos de la Unión Americana. Esa es la excusa del pariente lejano al que nadie quiere ver, y entonces cada vez que nos lo encontramos decimos “nos quedas muy lejos”. A Estados Unidos nunca le ha importado que China esté lejos geográficamente. La cercanía no importa tanto como la afinidad, de negocio y política. Me explico.
Una inversión estadounidense se ubicará, desde el punto de vista del inversionista, en el lugar del planeta que les dé la mejor relación de riesgo y rendimiento. Si inviertes afuera de los Estados Unidos, estás tomando un riesgo, y por ello, esperas un rendimiento más alto derivado de esa inversión. Desde el punto de vista gubernamental, las autoridades de comercio, economía y seguridad de los Estados Unidos quisieran que las inversiones de sus connacionales estén en lugares en donde puedan ayudarlos a defender sus intereses de negocio, ojalá mediante las cortes y la diplomacia, y en un caso extremo, mediante la coerción.
En la China de Xi Jing Ping no es fácil defender los intereses estadounidenses, ni usando el sistema judicial, ni el aparato diplomático, ni mediante amenazas de violencia. Todo lo contrario. Un potencial conflicto bélico con China es de pronóstico reservado para los Estados Unidos. Por eso van de salida.
México tampoco es un lugar donde sea fácil defender los intereses de los Estados Unidos, y recientemente se ha vuelto más difícil. El embate del expresidente Trump contra México y el TLCAN, y la renegociación del mismo, fue un perder-perder que dejó a estadounidenses, canadienses y mexicanos peor de lo que estaban. México no es una economía grande, ni un poder militar. Pero está en la vecindad más próxima a los Estados Unidos, y ese país no quiere conflictos en su interior, ni en su cercanía inmediata, y recientemente hemos ahondado nuestros conflictos.
Nuestras cortes siempre han sido ineficientes y parciales, e influenciables con dinero. Desde los años 80 hasta la fecha, la rama ejecutiva del gobierno en México, a través de su influencia, diplomacia y poder, ayudaba a conciliar los intereses de estadounidenses y mexicanos. Hoy no podemos ponernos de acuerdo con ellos en temas como energía, agua, protección de inversiones, crimen o infraestructura. Eso pesa en la relación bilateral.
Peor aún. Resucitaron los entusiastas de rusos, chinos y países totalitarios en la población mexicana, que parecían dormidos desde los años setenta. Los polacos, ucranianos, finlandeses y alemanes deben estar más preocupados con la vecindad rusa de lo que los mexicanos deberíamos preocuparnos de la estadounidense. Pero, por virtud de Masiosare, extraño enemigo, mucha gente no supera los traumas de la guerra de 1846-48. Esto ocurre a lado y lado. Los sureños de allá siempre piden a sus compatriotas que “se acuerden de El Álamo”, mientras que aquí los Niños Héroes nos recuerdan que hay que odiar a los de enfrente.
El ganador, hasta el momento, de la relocalización, es Vietnam, porque pudo curar las heridas de su conflicto con los estadounidenses. India también se puede llevar un pedazo de las oportunidades de relocalización, cuando su locura nacionalista termine; igual que nosotros.
Hasta la Argentina de Milei, por efecto de cercanía ideológica con los Estados Unidos, se beneficiará más de la relocalización que nosotros, si nos mantenemos fieles a nuestros ideales de criptosocialismo capitalista de cuates guadalupanos.
Las oportunidades derivadas de la relocalización son enormes. Las regiones de México que logren diferenciarse ideológicamente del centro, y que resuelvan sus carencias en uso de suelo, comunicación en inglés, conocimientos prácticos para su población, agua, electricidad y seguridad jurídica, las aprovecharán. Los demás seguirán soñando con que Polonia o Mongolia nos cedieran su lugar, cerquita de Putin o Xi; y que nuestros ejércitos marcharan juntos, haciendo el paso de ganso. No importa para nada que seamos vecinos, si no podemos ser amigos.