El artista invisible: los efectos de Sergio Luis Marticorena en el cine cubano
MADRID, España.- El mundo del cine es una sinfonía de imágenes y sonidos que se entrelazan para contar historias. Detrás de cada paso, cada puerta que se abre, cada vaso que se rompe… hay un artista del sonido, conocido como artista de Foley, que trabaja en las sombras para dar vida a cada escena. En el caso del cine cubano, desde hace décadas, la persona detrás de ese quehacer es Sergio Luis Marticorena García, un talentoso artista de Foley que ha dejado su marca en la industria.
A lo largo de este extenso periodo, Marticorena, como lo llaman en el medio, ha sido el responsable de crear efectos sonoros tanto para las películas del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) como para los Estudios de Animación del propio ICAIC, series televisivas, tesis de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños y producciones independientes.
En conversación exclusiva con CubaNet, Marticorena compartió detalles de su oficio. “Este trabajo forma parte de la banda sonora de la película”, explica. “Es un proceso muy ligado al diseñador de la banda sonora. Él y yo nos vamos poniendo de acuerdo en lo que se necesita: pasos, sonido de la ropa, puertas que se abren, vasos que se rompen, caídas, golpes, choques; en fin, una buena parte de lo que lleva sonido en un filme”.
Marticorena detalla el meticuloso proceso que sigue para dar vida a cada sonido. Desde un visionado general de la película hasta un análisis preciso de los sonidos, su objetivo es encontrar los recursos para luego recrear estos sonidos de manera auténtica y natural. Además, destaca la importancia de sincronizarlos con las emociones y acciones de los personajes para lograr una experiencia cinematográfica inmersiva.
“Estamos todo el tiempo alertas, pues podemos echar mano de cualquier cosa que tengamos cerca”, agrega Marticorena. “Para los pasos tengo que buscar todos los tipos de zapatos que utilicen los personajes, que, según la cantidad de actores, pueden ser hasta 20 pares de zapatos”.
Sobre esta estrecha colaboración que mantiene con grabadores de sonido, editores y diseñadores en las bandas sonoras de las películas, precisa: “Lo primero que hacemos es ver la película completa y voy anotando lo que hace falta. Hay muchos efectos que se realizan en off y que uno no los ve en la pantalla, pero el director o el diseñador de la banda sonora te dicen que quieren que en un lugar determinado se oiga un sonido en off”.
También habla de la importancia de la colaboración con el grabador de sonido y el editor, quienes trabajan codo a codo para garantizar la calidad del sonido en la película. Desde seleccionar el vestuario adecuado hasta recrear efectos manuales, el proceso es minucioso y requiere mucha atención a cada detalle.
Sobre sus inicios en este mundo, remontándose a más de cuatro décadas atrás, relata que comenzó su trayectoria en la radio, donde se adentró en programas dramáticos y espacios infantiles. Posteriormente, en los años ochenta, se trasladó a los Estudios de Doblaje de la TV, en los que participó en la creación de bandas sonoras para producciones nacionales, internacionales y en doblajes de series extranjeras.
Entre las numerosas producciones nacionales para la televisión en las que intervino su ingeniosidad menciona telenovelas como Sol de batey, Tierra brava, Las huérfanas de la Obra Pía y aventuras como Shiralad. De las internacionales, por citar alguna, nombra el Castillo Rá-Tim-Bum.
Su incursión en el ámbito cinematográfico llegó en el decenio de los noventa, cuando fue convocado por Paco Prats, productor de los Estudios de Dibujos Animados del ICAIC, para trabajar en el proyecto Más se perdió en la guerra, de Juan Padrón. “Lo próximo en que trabajé fue en la película Amor Vertical, dirigida por Arturo Sotto”, recuerda.
Desde entonces, ha contribuido en la creación de bandas sonoras para una amplia gama de largometrajes, colaborando con reconocidos directores como Fernando Pérez, Mario Rivas, Ernesto Daranas, Juan Padrón y muchos más.
El trabajo de este artista de Foley se extiende al mundo de la animación, donde “pone el sonido a ese material que no tiene ningún tipo de sonido y hay que crearle uno más imaginativo”, detalla. Su trabajo en múltiples producciones en los Estudios de Dibujos Animados del ICAIC incluye los cortometrajes de Elpidio Valdés, 20 años, Más vampiros en La Habana, Historia del negrito cimarrón y la serie Fernanda.
Su vasta experiencia se ha extendido a la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, donde ha contribuido en la creación de bandas sonoras para numerosas tesis de grado.
“Desde hace varios años —comenta— trabajo en el estudio de Foley que montó el sonidista Boris Trueba, quien es a la vez grabador y editor, con el cual he logrado una gran compenetración que favorece lo que hacemos. Aunque también en ese mismo lugar trabajo con otros muy buenos sonidistas”.
“La creatividad es fundamental en este tipo de labor”, enfatiza Marticorena. “Por ejemplo, a veces el director me dice: ‘Quiero que me hagas esa paloma que está pasando por ahí, por cámara’. Nosotros no vamos a coger una paloma y soltarla. Entonces, por ejemplo, con unas tiras de tela o papel en dependencia del tamaño que tenga la paloma o el pájaro que pasa volando, logro hacer el aleteo. Hay que tener mucha imaginación, es esencial en esto”.
Entre las más de cien películas en las que ha trabajado, además de las mencionadas, se encuentran Boccaccerías habaneras, de Arturo Sotto; Jirafas, de Enrique Álvarez; Vestido de novia, de Marilyn Solaya; Suite Habana, de Fernando Pérez; Meñique, de Ernesto Padrón, y una de las últimas ha sido La mujer salvaje, ópera prima del realizador y guionista cubano Alán González, estrenada en el Festival Internacional de Toronto en 2023 y que a finales de ese año obtuvo los premios de Mejor película, Mejor sonido y Mejor actuación principal en el Festival de Cine Ceará de Brasil.
Cuando se le pregunta sobre las películas más desafiantes en las que ha trabajado, Marticorena considera que más que las películas en su totalidad, son ciertas secuencias o efectos específicos los que presentan mayores complejidades.
“Por lo general, todos los filmes son difíciles”, explica. “Hay que estar constantemente creando y buscando sonidos que no existen en la librería de efectos o que llevaría mucho tiempo adaptarlos a lo que se quiere. Los dibujos animados son muy complicados, exigen gran concentración y creatividad; hay que construir el sonido desde cero. No hay sonido directo y se inventa todo”.
Destaca por la complejidad de su trabajo de Foley Suite Habana, Martí el ojo del canario, El Mayor y Sergio y Serguei. En Suite Habana, el sonido era un protagonista más, lo que requirió de gran precisión y detalle; Martí el ojo del canario por lo complejo de las situaciones de muchas escenas, El Mayor por la gran cantidad de batallas y uso de armamentos. Sobre Sergio y Serguei relata: “Tuvimos que buscar sonidos en el exterior, entramos a una antigua destilería de alcohol para imitar el sonido de aerolitos chocando contra la nave espacial, utilizamos unos tanques grandes ─como se puede ver en las fotos─ y les tirábamos piedras con unos micrófonos dentro del tanque para grabar un sonido similar. Fue una experiencia que disfruté, también por estar junto a grandes amigos”.
Al indagar sobre por qué pocos se aventuran en esta profesión en Cuba, a pesar de la importancia del trabajo de Foley, Marticorena señala la falta de formación en este campo en el país. Explica que ha habido intentos y que algunos jóvenes se han acercado a él para aprender el oficio, pero que la complejidad del trabajo y la necesidad de gran imaginación y creatividad desalientan a muchos.
“Tienes que tener mucha imaginación, oído, creatividad y, fundamentalmente, debe gustarte hacer este trabajo”, afirma. “Constantemente estás creando sonidos, inventando, buscando, y ese es el problema”.
Marticorena recuerda que en el pasado compartió espacio con otro artista de Foley, Manuel Marín, hasta que finalmente se encontró solo en el campo. “Hubo un tiempo en que éramos dos artistas de Foley”, refiere. “Pero Marín también era actor y llegó un momento en que no podía con las dos cosas y entonces me quedé yo solo trabajando en los Estudios de doblaje de la televisión y en el cine”.
Lo cierto es que por esas razones y por falta de convocatorias y programas de formación específicos para tal especialidad, porque no ha habido una previsión, un llamado para preparar talentos para este tipo de labor, él ha sido el hacedor de la mayoría de los foleys en las películas cubanas durante muchos años.
Detrás de la minuciosa obra de Sergio Luis Marticorena se esconde una profunda pasión por el sonido y una gran sensibilidad artística. Su trabajo, aunque muchas veces poco reconocido, es esencial para crear la experiencia cinematográfica.
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