La maldita bendición del turismo
En 2023 entraron 85 millones de extranjeros a visitar nuestro país. Durmieron en hoteles o apartamentos turísticos, comieron, compraron regalos, tíquets para espectáculos de flamenco, del Museo Del Prado o Dalí. Dejaron aquí millones de euros en tiendas, hoteles, restaurantes o en cuentas corrientes de particulares y empresas que alquilan casas. Son uno de los motores de crecimiento en España, con una aportación calculada de 180.000 millones al PIB en 2023.
Sobre estas cifras soleadas se cierne la nube del descontento hace meses, una amenaza de la que Exceltur, la gran asociación empresarial, es consciente y alertó el año pasado: están preocupados por la mal llamada “turismofobia”.
La gran manifestación de Canarias del pasado fin de semana es un ejemplo de cómo el maná del turismo se puede transformar en hartazgo e incomodidad. Como resumía el magnífico lema que se vio en las protestas, “Canarias no vive del turismo, el turismo vive de Canarias”.
No es fobia al turismo en general, es fobia al sistema devorador que se está implantando en las ciudades turísticas. Implica sacar al mercado menos pisos de alquiler y ponerlos de corta estancia y vacacionales, porque empresas, grandes propietarios y también clase ahorradora, que también quiere participar de las altas rentabilidades por el chollo del turismo. Implica desaparición de comercio local, homogeneización con franquicias o transporte público saturado.
Supone presión para el medioambiente, contaminación o más residuos sin que se compense con más servicios de manera proporcional. La línea entre progreso y regresión puede ser muy fina.
El turismo, si trae progreso para todos, puede ser una bendición. Si las personas que encuentran un empleo gracias a él acaban pagando el 80% del sueldo que han conseguido en el alquiler por culpa de apartamentos turísticos y especulación, llega el hartazgo.
Lo que empezó en Madrid y Barcelona alcanza ya a ciudades medianas como Málaga, San Sebastián, Valencia o Alicante. La patronal es consciente de que necesita la complicidad de quienes viven en las ciudades porque, si no, habrá presión sobre los gobiernos para que limiten los excesos (también de rentabilidad).
Canarias es un aldabonazo para un tema que va a seguir en la mesa, como un elefante antiguo al que nadie se atreve a tocar. Es el debate entre limitar los beneficios de algunos en beneficio de todos. El debate ya no se puede postergar más.
Como en el caso de la implantación salvaje de las redes sociales o la conquista atropellada de terreno en el Lejano Oeste, primero llegan las empresas y el modelo económico que bebe de necesidades reales o generadas y luego, cuando los efectos son insostenibles y el daño muchas veces irreparable, aparecen los fallos del modelo, las consecuencias y las protestas ciudadanas. La presión para que se tome en cuenta que el negocio de unos pocos puede acabar con el bienestar de muchos ha llegado. Ahora le toca al sector público y a las empresas ponerse freno.