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Апрель
2024

Sin bajar la inflación no se puede, con bajarla no alcanza

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Sin bajar la inflación no se puede, con bajarla no alcanza

A comienzos del Siglo XX, el psicólogo Edward L. Thorndike intentando determinar qué factores eran decisivos para definir las percepciones de las personas, encontró que estas pueden estar influenciadas por una sola característica o atributo de la persona, el objeto o la situación que se está percibiendo. Esa tendencia a hacer juicios globales basados en una impresión inicial la llamó ‘efecto halo', un tipo de sesgo cognitivo donde una característica positiva (o negativa) de algo influye en las percepciones posteriores, generando una impresión que afecta la evaluación de otros atributos.

El gobierno de Javier Milei parece estar obsesionado con impresionar con alguna variable de su programa económico a las dos audiencias a las que trata de seducir, buscando que las buenas impresiones de un atributo contagien la percepción sobre el resto del programa. Esas dos audiencias a las que le habla Milei son los mercados y la gente (los votantes). A los primeros les muestra el superávit fiscal logrado en el primer trimestre del año, a los segundos la desinflación que ha venido ocurriendo durante ese período, con mejores resultados de los esperados por el mercado.

El tema es que detrás de esas variables (que impresionan) aparecen las dudas: ¿Es consistente la baja de la inflación?, ¿Se está logrando de un modo saludable?, ¿No se está abusando del ancla cambiaria?, ¿No está explicada en buena medida por la profunda caída de la actividad? Algo parecido ocurre con el superávit: ¿No se abusó de la licuadora, sobre todo con los jubilados? ¿No se logró con impuestos extraordinarios que no se pueden sostener mucho más tiempo? ¿No se postergaron pagos que no debieran haberse postergado?

El ancla de todo es la ilusión del cambio

No importa cómo se logró la desaceleración de la inflación, no importa cómo se logró el superávit, Milei pretende que esos dos atributos tengan un efecto halo sobre el resto de la política económica y ayuden a construir la percepción en las dos audiencias a las que les habla, de que todo va viento en popa y que el programa económico funciona.

Pero las dos audiencias inciden de manera diferente sobre el proceso. Los mercados pueden ayudar a que el proceso económico produzca mejores resultados, pero los mercados no votan, ni sostienen un proceso político. Al proceso político lo sostiene la legitimidad popular, el apoyo social al rumbo de gobierno. Sin esa legitimidad, el proceso político podría encontrar dificultades para mantener su estabilidad. Y esa particularidad de la naturaleza de los procesos políticos es aún más dominante en el que estamos transitando. Por su condición política de gobierno en hiperminoría, el de Milei es un gobierno que necesita sostener el apoyo popular mucho más que cualquier otro gobierno.

Y en buena medida lo ha estado logrando. Milei no logró convencer casi a ninguno de los que votaron a Sergio Massa el 19 de noviembre pasado. Tampoco se muestran mayoritariamente convencidos los que no votaron o votaron en blanco en el ballotage. Lo que sí ha logrado es mantener el apoyo del 90% de los que lo eligieron en la segunda vuelta.

¿Por qué vemos este fenómeno extraño de un gobierno sosteniendo sus apoyos en este contexto económico tan adverso? Por varios motivos. En primer lugar, porque la ilusión del cambio todavía se mantiene. Es difícil que alguien se desilusione rápidamente, la ilusión de que esto pueda funcionar tiene un ciclo de vida determinado y sólo al final de ese ciclo es posible que emerja la desilusión. Milei todavía goza de esa ventana de tiempo de mucha gente que no sólo está ilusionada, sino que quiere creer que no estuvo equivocada y que esto puede funcionar.

En segundo lugar, porque todavía no se visualiza una alternativa que seduzca a los que apoyaron a Milei. Si los que acompañaron este cambio sólo ven como alternativa la posibilidad que vuelvan aquellos que quisieron desalojar del poder en las elecciones pasadas, tendrán razones para mantenerse esperando que esto funcione incluso si no les convence lo que están viendo. Si uno no tiene un lugar a donde ir, es probable que se sienta constreñido a quedarse en el lugar en donde está.

Y, en tercer lugar, porque hay un indicador que pudiera ayudar a generar la impresión de que el programa está funcionando, y ese es el Índice de Precios al Consumidor que ha venido mostrando una desaceleración más pronunciada que la esperada. La desinflación podría ser la que genere el efecto halo sobre el resto del programa económico. La variable a través de la cual la gente pueda tener la percepción de que el programa está funcionando.

No es lo mismo un ajuste por las buenas que por las malas

Esto último se ha vuelto parte de una suerte de trampa para el Gobierno. Si necesito sostener los niveles de apoyo, y puedo lograrlo demostrando que bajo rápido la inflación, puedo terminar teniendo el sesgo de favorecer las acciones del programa económico que me garanticen resultados en esa materia a costa de afectar otros aspectos del programa.

Un ejemplo de esta trampa radica en la observación que muchos economistas están haciendo sobre un eventual atraso cambiario que podría estar produciéndose como consecuencia de mantener fijo el régimen de devaluación mensual del 2% adoptado en diciembre pasado. ¿El Gobierno está abusando del ancla cambiaria para favorecer la desinflación, pero afectando la capacidad del programa para lograr una reactivación más vigorosa en el mediano plazo?

Se entiende la obsesión del Gobierno por bajar la inflación, ya que se trata de un resultado altamente capitalizable en materia de apoyos y de opinión pública. Pero no sólo de desinflación se vive y el Gobierno va a tener que garantizarse que la eventual recuperación económica llegue rápido y de manera vigorosa, porque sin bajar la inflación no se puede, pero con bajarla no alcanza. En algún momento la gente no sólo va a querer dejar de perder, sino que va a empezar a querer recuperar parte de lo que perdió, y para ello el Gobierno necesitará de la recuperación de los niveles de actividad y de un tipo de cambio que favorezca esa recuperación.