Carrera de parihuelas: así marcha la digitalización de los servicios básicos en Cuba
LA HABANA, Cuba. – Mi vecino Padrón, un jubilado de 87 años que aún tiene que trabajar para no morirse de hambre, tuvo que hacer la cola del Banco Metropolitano dos días seguidos para poder cobrar su pensión de marzo. El primer día no alcanzó a ser atendido por falta de conexión. El segundo logró salir de la dependencia con su dinero, pero tampoco escapó de permanecer de pie durante varias horas antes de acceder a la ventanilla, y no porque hubiera demasiadas personas, sino porque la demorada e intermitente conexión no permitía efectuar las operaciones de manera expedita.
Por si fuera poco, a la semana siguiente Padrón tuvo que sufrir de nuevo la misma pesadilla. En esa ocasión, para poder pagar la electricidad se vio obligado a madrugar tres días seguidos en el portal de la oficina más cercana de Correos de Cuba por la misma causa: allí el trámite de pago de servicios también se vio afectado por la lentitud y frecuentes interrupciones de la conexión.
Mientras le escuchaba narrarme sus vicisitudes, no pude evitar recordar que precisamente unos días antes había leído sobre ese tema en la red de redes. Resulta que nuestros gobernantes se han “propuesto” (ahora sí) digitalizar el país. Aparentemente, en el año en curso la informatización y digitalización de procesos y servicios para el pueblo será asunto “prioritario” del Ministerio de Comunicaciones de Cuba (MINCOM). Al menos, así se afirmaba en la reunión anual de trabajo de ese organismo, efectuada en esta capital el pasado 9 de marzo con la presencia del gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez y su primer ministro, Manuel Marrero Cruz.
En el cónclave se anunció además la intención de incrementar en 200.000 la cantidad de líneas móviles activas en la actualidad, así como proveer acceso a internet para el 90% del total existente. Claro que eso no ocurrirá inmediatamente, como se desprende del rimbombante nombre del proyecto: “Política de Transformación Digital y Agenda Digital Cubana hasta 2030”.
Con todo, nada nos gustaría más a los cubanos que poder creerles. La digitalización o transformación digital, esto es, el traslado de la información analógica a un formato digital de manera que se haga accesible y utilizable mediante computadoras de mesa, laptops, tabletas, móviles y demás dispositivos digitales, se ha vuelto práctica común en los cuatro puntos cardinales a medida que ha evolucionado la tecnología, y con razón.
La digitalización permite incrementar la eficiencia y la productividad en tanto reduce los tiempos y esfuerzos necesarios para completar tareas. Como resultado, además de mejorar la experiencia de los clientes, posibilita a las empresas una mejor planificación estratégica y una adaptación más rápida y orgánica a los cambios del mercado, por solo mencionar algunas de sus bondades. No es de extrañar entonces que en el mundo contemporáneo la digitalización abarque cada vez más aspectos de la vida de los ciudadanos y no solo en lo referente a las comunicaciones, sino también en el comercio y el entretenimiento, hasta tal punto que conceptos otrora futuristas como inteligencia artificial o internet de las cosas ya se han hecho cotidianos para un sinnúmero de habitantes del planeta.
De vuelta a la mayor de las Antillas, pese a que al viceprimer ministro Jorge Luis Perdomo Di-Lella no le tembló la voz para asegurar que aun “en un entorno desfavorable signado por el recrudecimiento del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba y una crisis económica derivada de la pandemia de COVID-19” nuestro país “posee un acceso a internet superior al promedio mundial”, la mayoría de los cubanos, lejos de disfrutar de los beneficios de la transformación digital, más bien lidiamos con los obstáculos que la impiden o retardan, como por ejemplo la inexistencia de la infraestructura básica, el desconocimiento, o la imposibilidad de acceder a la tecnología imprescindible, léase teléfono móvil inteligente y conectividad.
Precisamente, sobre esta última la propia titular del MINCOM, Mayra Arevich Marín, reconoció públicamente que en el país existen actualmente 118 zonas de silencio, o lo que es lo mismo, unos 45.000 cubanos a los que aún no llega el beneficio de poder conectarse ni con el resto de Cuba ni con el mundo.
Así pues, la transformación digital para los habitantes de la Isla no viene, sino que según parece la traen en parihuelas. No hay conexión en los bancos, ni en los cajeros, ni en el correo, ni en la bodega, ni todos los bodegueros saben cómo operar las plataformas de pago, ni todos los clientes (en especial los ancianos) tienen móvil, con internet o sin ella. No obstante, el régimen se refiere a temas como los servicios públicos de telecomunicaciones, el comercio electrónico, el gobierno digital o la industria de aplicaciones y servicios informáticos, en fin, a la digitalización de los servicios básicos del país, como si se tratase de una realidad palpable o a la vuelta de la esquina.
Claro que esa práctica no es reciente. Por el contrario, la transformación digital ha sido una promesa recurrente en el discurso oficial en el último decenio, al menos desde 2018. Y no podría ser de otro modo: como sucede con cada anhelo de los cubanos, esa promesa no es sino otro método de distracción, otra herramienta de dominación castrista, otra más de las tantas “zanahorias” con las que los gobernantes de la Isla mantienen en marcha al extenuado jumento que es para ellos el pueblo de Cuba.
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