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Апрель
2024

Ante la duda, la hechura: Santiago Domecq se corona en Sevilla con cuatro grandes toros, al borde de un indulto

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Abc.es 
Se llamaba Tabarro , nació en diciembre de 2019, estaba herrado con el número 30 y a punto estuvo de ser indultado. El toro con el que sueñan los grandes toreros y el toro con el que sueñan los grandes ganaderos. Frente al populismo de quienes alcanzaron el clímax con Coronado –el cuarto–, la clase suprema de este Tabarro, sublimado por el sobresaliente valor de David de Miranda, desmayado y reunido en una faena a cámara lenta, sincronizado con los olés de la Maestranza , una plaza rota ante el grado superlativo de la obra cimera del torero de Huelva. Tabarro no fue indultado, para dolor del ganadero y de muchos aficionados que encalaron en blanco nuclear los tendidos de la plaza, cuando bajo un infernal ruido el excelente animal tiró a tablas en su final. Que se conformó con la ovación en el arrastre, castigado por un presidente que no sacó el merecido pañuelo azul para concederle, al menos, la vuelta al ruedo. Preferia de Abril Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla. Martes, 9 de abril de 2024. Media plaza. Presidió José Luque Teruel. Se lidiaron toros de Santiago Domecq, de excelente juego y presentación en su conjunto. 1º, con bravura, ritmo y estilo (ovacionado); 2º, bravo y emocionante en el segundo tercio (ovacionado); 3º, con movilidad aunque sin clase; 4º, tardo y sin estilo (ovacionado tras ir de lejos al caballo); 5º, extraordinario, de clase suprema, para el que se pidió el indulto (también ovacionado); 6º, con calidad, aunque desentendido en sus salida (ovacionado). José Garrido, de rosa palo y oro. Estocada (oreja); pinchazo, bajonazo enhebrado y estocada (silencio). David de Miranda, de sangre de toro y oro. Aviso entre estocada y cuatro descabellos (ovación); pinchazo y estocada (dos orejas). Leo Valadez, de celeste y oro. Estocada baja y descabello (ovación); pinchazo (silencio). Tabarro – no hay quinto malo – ponía el broche de oro a un tridente extraordinario del ganadero jerezano, aunque ninguno como éste . Y después vendría el sexto. Hasta cinco toros fueron ovacionados en el arrastre, aunque por encima de ese éxito casi inimaginable para cualquier criador de toros bravos, sobresalía un apunte que confirmaba un principio elemental para cualquier profesional del campo: ante la duda, la hechura . Embistieron –con calidad– los que verdaderamente estaban en hechura de hacerlo. Casualmente, los que entraban dentro del molde sevillano . Primero –aunque altito–, segundo, quinto y sexto. La armonía por bandera . Después está el populismo de quienes ovacionaron la salida, y el arrastre, de Coronado. Un toro con la vista cruzada, ofensivo y violento al que José Garrido –algunos dirán que generosamente, yo pienso que fue una torpeza tremenda– lució de lejos en el caballo. Y se escuchaba en la grada aquello de « ¡un toro de bandera! ». Já. El extremeño, que rayó a un altísimo nivel con el toro inaugural, le daba carnaza a la demagogia . Esos mismos que tras desgañitarse en el arrastre del toro guardaron un silencio sepulcral en la valoración al torero. Y aún quedaba el sexto, con calidad y ritmo, aunque desentendido en su salida. Por cierto, ¿por qué se enlotó así de mal la corrida? Pero volvamos a lo de Tabarro, el toro que ha encumbrado a David de Miranda. Para ser justos, el toro con el que se ha encumbrado David de Miranda . Porque estuvo a la altura. Y porque se lo pasó muy cerquita y lo toreó a cámara lenta. Sin necesidad de estatuarios, manoletinas o péndulos. Un repertorio muy común en él, que lo empequeñecen. Limitado en un concepto superfluo, en comparación con lo que ha hecho. Que sí, que la gente no entró hasta una arrucina inicial, casi arrollada, pero el impacto fue al natural . En una segunda serie de frente y a pies juntos que si en vez de haber nacido en Trigueros es de San Bernardo, Triana o la Alameda mañana mismo tendría una peña con quinientos partidarios. Ponía Santiago Domecq un carísimo el listón al ciclo continuado que este martes arrancaba. Trece días de toros , y ya hay cinco toros para el recuerdo. Una tarde que arrancaba aromatizada por el siniestro tufillo mercantil . Con tres empresas al frente de la terna . La Merced y Olivenza por un lado, Onetoro por el otro. Más que Onetoro, su director. Y yo que me acordaba del mío y de su sobrecogedora reflexión acerca de la crítica taurina en tiempos del Faraón. Que se disipó rápidamente, con Garrido a portagayola y con Miranda estoico por gaoneras. Y con Saleroso, ojo a Saleroso, un toro con mucha categoría. En dos minutos de festejo ya se habían justificado los dos toreros y el ganadero. Un negrito entrepelado de Santi Domecq que, pese a ser altito, era fino y muy armónico en su expresión. Que se movió, pero con ritmo. Y con calidad. Al menos, hasta la tercera tanda . Al que lanceó con gusto Garrido, sin acelerarse, sin perder las formas en la meseta de toriles. Aunque más brilló en redondo. Sagaz, sin preámbulos . Pronto y en la cara. En la segunda raya del tercio, dándole ventajas al toro, aunque sin sacarlo. Hubo estética y también naturalidad en su giro. Artística era la clase de Saleroso. Bravo, s ostenido en un galope cimero. Dos tandas vibrantes, las que mantuvo con regularidad este primero. Un inicio astuto, que recordaba inevitablemente al que demandó Amistoso, el primero de Fermín, que pedía algo así. Pero volvamos a Saleroso, que hasta esa segunda serie tuvo talento y cadencia, más intermitente a partir de la tercera, exprimido por la diestra . ¿Se amontonó el torero o se aburrió el toro? Difícil respuesta. Más fácil es responder al conjunto del torero: fresco y centrado, con las ideas muy claras. Que amarró la oreja con un espadazo. Y ya nadie podía pensar sobre quién lo apoderaba. Si hábil nos pareció en el primero, temerario se mostró en el cuarto. Coronado, un toro que no vino bien a nadie . Ni al torero ni al ganadero. El que genera dudas a las figuras y complica el ascenso a farolillos. Con la vista cruzada, cuesta arriba, muy armado y tremendamente ofensivo, que fue ovacionado en su salida. ¡ Qué horror de criterio ! Como el de Garrido, que lo colocó de largo al caballo. Larguísimo. Y fue. Y la gente en pie. Y el cronista acordándose de Comando Gris . Regaló Garrido unas expectativas que después fueron imposible de concretar, pese al esfuerzo y aplomo. Y si armónico fue ese Saleroso primero, extraordinario fue Diestro , el segundo. Un toro en miniatura . De manos diminutas y proporcionada mirada. Traía el aire de Flautino , el toro del monumento a Curro, aunque algo ahogadito. Un toro de premio, sólo por su estampa. Que además era un volcán, a punto de estallar. En erupción con el inicio de David de Miranda . Que empezó como terminó, por bajo y genuflexo. Se salía el de Huelva de su repertorio, como se salía del molde este segundo de Santi. Emocionante, resonando su bravura sin límites en los tendidos. Que pareció perder su estilo, hasta que Miranda descubrió la clave. Que estaba en lo que tuvo su inicio: la 'escopeta' cargada, sin dejarlo pensar . Tuvo intermitencias la faena, como intermitente fue el estilo de Saleroso, otro toro de revolución. Y con muchas revoluciones. ¡Ojo! Que si el toro cae tras la estocada y le dan la oreja que le hubieran pedido, el de Triguero sale por la Puerta del Príncipe . Menos eco tuvo lo de Valadez, que se escapó de dos cornadas con el grandullón tercero y que no terminó de concretar nada ante la clase –eso sí, desentendida en su salida– del sexto. Se acordaron, ahora sí, de la querencia mercantil.