Balmes contra Fausto
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Unos años después de la publicación del drama Fausto, Jaime Balmes escribía El criterio (1843). Aunque no trató de replicar al protagonista de la obra de Goethe, nos vamos a permitir la licencia de emular a san Agustín de Hipona haciendo de El criterio un nuevo Contra Fausto. Lo hacemos en vísperas de la celebración en Barcelona y Vic (10 de abril) de la Jornada «Una visión actual del pensamiento de Balmes», organizada por la Universitat Abat Oliba CEU y el Centro de Estudios, Formación y Análisis Social. Reivindicamos así El criterio de Balmes contra una cultura que es radicalmente fáustica, al haber absolutizado la praxis -más aún, la póiesis productiva-, secundando aquella subvertida expresión con la que comienza Goethe su obra: «Al principio era la acción». Frente a esta primacía de la acción productiva, que subordina a la eficiencia técnica el saber y la moral, Balmes exhorta a conocer la verdad por sí misma, con actitud teorética. Frente a la voluntad demiúrgica de poder sobre la naturaleza creada, que se cree capaz de modificarla sin límites, Balmes exhorta a reconocer la realidad, pues «si deseamos pensar bien hemos de procurar conocer la verdad, es decir, la realidad de las cosas». Frente a la soberbia acídica y resentida de Fausto, que no habiendo alcanzado ese poder demiúrgico acabó pactando con el diablo, Balmes ensalza la sencillez del labrador o del artesano que con su arte buscan imitar la naturaleza. Frente a la dialéctica idealista del que opone la voluntad al entendimiento y los sentimientos a la razón, Balmes aúna según síntesis todo lo humano: «El entendimiento sometido a la verdad, la voluntad sometida a la moral, las pasiones sometidas al entendimiento y a la voluntad, y todo ilustrado, dirigido elevado por la religión; he aquí el hombre completo, el hombre por excelencia». Frente al antropocentrismo, del que acaba ironizando Mefistófeles al recordarle a Fausto que no es más que un hombre, Balmes subordina religiosamente el hombre a Dios. Ya decía Aristóteles que, si el hombre fuera lo más excelso del Universo, la prudencia política sería la virtud más elevada; mas ello corresponde a la sabiduría dado que Dios es lo óptimo máximo. Ante las revueltas antimacedónicas, Aristóteles huyó de Atenas para que no se pecase por segunda vez contra la Filosofía. Pues con actitud aristotélica, Balmes escapaba de la agitación revolucionaria y de los bombardeos sobre Barcelona, buscando la consolación de la Filosofía en una retirada masía en Prat de Dalt. Allí escribía El criterio. En nuestros días también la ciudad es bombardeada, pero por las bombas del hombre fáustico. Detrás siempre se encuentra Mefistófeles, afirmando en verso que no hay camino; Fausto respondía que, en efecto, él no busca la felicidad, sino que el temple del hombre es su más agitada actividad. La ciudad queda así arrasada, en ruinas. Urge recuperar el criterio para pensar bien, para conocer la verdad, para reconocer el dogma de Chesterton de que «un cerdo es un cerdo» -o que «un burro es un burro»-… Pero, sobre todo, urge que el hombre y su ciudad estén ordenados sapiencialmente a Dios. En una ciudad así, nos recuerda Balmes contra Fausto, «la razón da luz, la imaginación pinta, el corazón vivifica, la religión diviniza». Enrique Martínez, catedrático de Filosofía de la Universitat Abat Oliba CEU