El venezolano está marcado por su propia historia
La sociedad venezolana está a la espera de un desenlace político, que acabe con esta larga pesadilla. Sin duda, el momento del cierre de este ciclo está por llegar. El asunto, querido lector, es cómo transformarlo. ¿Estamos preparados para ello?
¡Debemos aprender a apreciar lo que tenemos, antes de que el tiempo nos enseñe a apreciar lo que tuvimos!
Es vital ver la transición no como un proceso rutinario de repetir viejas fórmulas y restablecer lo malo, sino como un momento de “transformación” nacional para enterrar el pasado y arrancar la construcción de una República liberal.
La corrupción es un mal inherente a los gobiernos que han pasado en la historia de mi país, la cual no está controlada por la opinión pública. ¡La enorme mayoría de los políticos han hecho dinero de la nada! Llegan pobres a un cargo y luego los ves con dinero y te dicen: ¡Ah, carajo, si he sido comerciante toda la vida! Así ha sido desde decenas de años. La sociedad se acostumbró a aceptar esos sofismas. Entonces nos salió cara la estupidez como sociedad.
El venezolano está marcado por su propia historia. Somos esclavos del pecado (socialismo). Pero falta la clave para comprenderse a sí mismo y hasta que no lo consigamos, experimentaremos una rebelión consciente e inconsciente contra nosotros mismos y eso es contra Dios.
Para transformarnos hace falta la justificación y sobre todo la de cómo aceptarse mutuamente entre personas de orígenes diversos. Porque como en cualquier otra parte, no fue tan sencillo reunir en una misma comunidad o intención a quienes por cualquier factor se piense diferente. Recomiendo, entonces, aceptar nuestras diferencias. La transformación del Ser servirá para erradicar todo el sistema vigente, imperante, aplastado por sus devociones y tradiciones.
Mi planteamiento de fondo es sumamente sencillo: Venezuela necesita hoy una verdadera “evolución o batalla cultural” ya que el problema es ideológico; para transformar los sustentos más arraigados de su identidad contemporánea y de su formación actual como pueblo, sin los cuales no podremos como nación enfrentar un mundo presente y futuro cada vez más difícil, conflictivo y competitivo. Sin una transformación profunda de la concepción que tenemos los venezolanos sobre nosotros mismos y sobre nuestras instituciones, cualquier intento de cambio en las estructuras económicas o políticas quedará como un falso arranque, tales como los fallidos intentos que hemos protagonizado desde hace décadas. Desde los años setenta hemos experimentado ya al menos cuarenta ajustes económicos fracasados, tres intentos serios de golpe de Estado, diversas reformas a la Constitución, y el resultado neto ha sido el de un desarrollo social y económico paralizado, que nos ha llevado de ser el mejor país de América Latina a un fracaso consistente, rotundo, costoso, irreversible y difícil de justificar.
Planteado así es un prospecto dramático. Hace tres décadas atrás América Latina estaba sumida en el atraso, la hiperinflación, la pobreza, el autoritarismo y el desmanejo en general de la marcha de las naciones. Venezuela aparecía como una isla de estabilidad, de crecimiento y de progreso social envidiable. Éramos una nación de esperanza, refugio de inmigrantes que buscaron una oportunidad para vivir decentemente. Los venezolanos veíamos con cierto aire de superioridad a las pobres naciones vecinas y ofrecíamos nuestras generosas contribuciones al avance de aquellos países.
¿Qué pasó con nosotros? ¿Cómo pudimos derrochar tantas oportunidades? ¿Cómo pasamos de ser los mejores a estar entre los peores?
Las respuestas a esas interrogantes las debemos analizar a profundidad, en un ambiente donde el reconocimiento de los fracasos no sea asumido como derrotismo. Intuyo que llegó la hora de pasar del diagnóstico a la acción. La salida a la crisis pasa por entender que Venezuela debe asumir la globalización como el gran desafío del presente y del futuro, en un sentido amplio que va más allá de la acción coherente en el campo técnico de la macroeconomía, y toca los aspectos más complejos de la transformación educativa (privatizarla), la transformación social y la transformación y reducción de las instituciones públicas.
Por otro lado, las grandes perspectivas de una venezolanidad angustiada por el pecado y la desgracia, incapaz de liberarse a sí misma, se reducirán a un problema personal: ¿soy yo realmente libre o soy un juguete del sistema?
Esto nos hará ver que los venezolanos de los primeros tiempos de la democracia tenían sus debilidades como las tenemos hoy, y que la fe no había eliminado el peso de las realidades sociales.
La comunidad está en peligro. Los promotores de un “cambio” en el país proponen volver atrás valorizando las viejas prácticas partidistas, electorales, clientelismo, crímenes de corrupción, estatismo, populismo, entre otros. Una especie de vuelta a la ley anterior.
Debemos ser propositores a una transformación de valores, conducta y sistema político, forma de gobierno que conduzca a las regiones a desarrollarse desde sus localidades con sus propias leyes, sistema de justicia, pues aún no hemos comprendido o hemos olvidado que ser cristiano no es ante todo practicar una religión, sino más bien vivir la fe esperanzados en la venida caritativa de nuestro “Dios”.
No hemos transcendido como seres, no transformamos ni la materia prima, somos metalistas, solo sacamos del suelo y vendemos. Por tanto, hemos perdido nuestra verdadera identidad y desarrollando una identidad de la viveza criolla, populista, el marañero, el pillo, mentiroso y criminal.
Actualmente existe una solidaridad entre grupos políticos en un mundo habitualmente hostil en la cual se juntan para procurarse una seguridad real. Algunos prefieren esta seguridad a la aventura de transformar y los riesgos que ellos corren ante esta nueva tendencia (libertad).
Es necesario parir una decisión hallada en el corazón de cada integrante de la sociedad y servir con un poder espiritual que no reconoce como tal el fracaso.
No debemos reparar en que la fuerza que debe conceder a esta nación la libertad debe ser la misma que debe emplear cada individuo que se decide a hacer algo bajo los principios del deseo, decisión, fe, persistencia y planeamiento organizado. “Si somos los autores de la sociedad, podemos destruirla o transformarla. Basta con tener la voluntad de hacerlo”.
Los conceptos sociológicos de sociedad frecuentemente señalan a un más allá de las voluntades o fuerzas de los hombres, no se atienen a límites claros y describen formas totales que se imponen sobre sus partes. Hace más de dos milenios que el término de origen griego política πολιτικός = “de los ciudadanos” designa el orden de prácticas mediante las que los hombres en libertad disponen del gobierno.
Debemos transformarnos en seres que realmente llenemos la existencia, fortalecidos en espíritu para dirigir el destino de una nave llamada Venezuela.
¡Venezuela debe ser libre a través de la transformación de cada individuo, reduciendo al Estado y el poder del gobierno! ¡Por tanto, la libertad de la patria tiene por límite la libertad sagrada del individuo!
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