Modesto Hierrezuelo: “Cuba es el país que peor paga el arbitraje de fútbol”
LA HABANA, Cuba.- Recién graduado de Periodismo me encomendaron atender un deporte nacionalmente tan desatendido como el fútbol. No era lo más apetecible, pero había que pagar la novatada. Así que, casi sin refunfuños, viajé por toda la geografía insular reportando las peripecias de un campeonato que -pese a sus evidentes limitaciones de toda índole- se jugaba con unas ganas asombrosas.
Fue por entonces que trabé relaciones con varios de los mejores jugadores que pasaron por las canchas cubanas. Por citar unos ejemplos, me acuerdo de la magia que salía de las botas de Manuel Bobadilla, la calidad individual de Ariel Álvarez, el instinto de Lester Moré, la polivalencia de Osmín Hernández, la ‘locura’ de Lázaro Darcourt y los reflejos de Odelín Molina.
Tampoco olvido las visitas a escenarios de altísimo voltaje (Zulueta, Manatí, Baltony, San Cristóbal…), las discrepancias con los mandamases del más universal en el ámbito doméstico o las experiencias aprendidas de la mano de gente respetable como Roberto Hernández y el peruano Miguel Company.
Sin embargo, cuando paso revista caigo en cuenta de que con quienes compartí más y mejor fue con los árbitros. Ante todo con mi amigo Luis Enrique Yero, cordial y pintoresco, pero también con Duque, Castañeda, Pedrito, Lázaro Hernández, ‘Papo’ Rojas, la pionera María Esther, el difunto Manduley y este hombre que las redes sociales han vuelto a poner en contacto conmigo, Modesto José Hierrezuelo Fábregas.
La herencia santiaguera lo llevaba a comerse las eses al hablar, y por eso yo cambiaba su nombre diciéndole un ‘Modeto’ al que él siempre respondía con sonrisas. Miro atrás y lo veo callado, receptivo, más atento a hacer correctamente la faena que a gozar la farándula nocturna. Así, paso a pasito, cultivando un perfil bajo que no era la norma en sus colegas, Hierrezuelo se convirtió en uno de los árbitros de más cotización en Cuba.
En el rol de asistente fue el uno indiscutido. Linier de categoría internacional desde 1999, tuvo el privilegio de oficiar en varias ediciones de la Copa de Oro de la Concacaf, en una de las cuales fue designado para trabajar en la final donde México tuvo en sus filas a gente como Jared Borgetti y Pavel Pardo y Brasil, nada menos que a Kaká, Robinho, Maicon y Julio Baptista.
“Ese fue un momento inolvidable en mi vida como árbitro”, refiere este oriundo del Reparto Sueño que actualmente tiene 57 años y reside (le doy medio segundo para adivinarlo) en los Estados Unidos de América.
—Vamos a empezar por el final. ¿Cuándo y cómo saliste de Cuba?
—Salí por la vía del turismo el 10 de enero de 2023. Iba a reencontrarme con un hijo que vive en México, pero también buscaba un porvenir para los años que me quedan por vivir. Así que una vez allí decidí no regresar. En ese país estuve trabajando dos meses y medio; me dieron la oportunidad de tomar parte en la liga amateur y me fue bien en lo personal y lo económico. Después un gran amigo me propuso ponerme el parole humanitario para que entrara a Estados Unidos, lo hizo, y con la bendición de Dios llegué acá el 2 de julio de ese mismo año.
—Entonces, ¿ya le dijiste adiós definitivamente al arbitraje?
—No. Aquí soy empleado de una compañía de lanchas rápidas muy reconocida mundialmente, Cigarette, pero también imparto justicia en la liga amateur de Miami. Por cierto, allí somos bastantes los cubanos…
—¿Qué te hizo inclinarte por esa profesión?
—El responsable fue mi segundo padre, el señor Osvaldo Brea Ramos, un prestigioso árbitro internacional. En 1992 terminé mi etapa como jugador, y como él siempre me insistía en que me dedicara a arbitrar porque tenía buenas condiciones físicas, un día entré en un curso para los colegiados de Santiago de Cuba. Al término del mismo, nos fuimos para su casa y me dijo “siéntate ahí”. Sacó un maletín con todos los equipamientos de árbitro y un reglamento, y me exhortó a seguir ese camino. Mi respuesta fue corta: “Si voy a ser árbitro es para ser igual o mejor que tú”. En ese instante comenzó mi carrera.
—¿Cómo fue tu progresión?
—Poco a poco escalé de rango. Empecé en los Juegos Escolares, luego el Campeonato Juvenil, y después llegué a la Primera Categoría en un Zonal Oriental. Estuve como árbitro en Cuba desde 1995 hasta mi culminación como árbitro FIFA en 2011.
—¿En qué año alcanzaste el nivel máximo que otorga la federación internacional?
—Mis buenos resultados motivaron la propuesta en 1999, y al año siguiente recibí la categoría. Enseguida me designaron para mi primer partido de eliminatorias de la Copa del Mundo, me convocaron para un Premundial sub-20 de Concacaf y seguidamente se me invitó a intervenir en la Copa de Oro 2002. ¡Jamás un cubano había tenido semejante honor! La verdad, debe haberme ido bien, porque participé en el partido por el bronce efectuado en el Rose Bowl de Pasadena.
—Y en 2003 llegaste a la cima…
—Sí. Haber trabajado en la discusión del oro entre México y Brasil no se me va a olvidar nunca. En el terreno había muchos jugadores de reconocimiento universal.
—¿Qué vino a continuación de eso?
—Seguí asistiendo a eventos en el exterior. Por ejemplo, en los Juegos Centroamericanos de 2006 también trabajé en el partido por el primer lugar, y además estuve en preolímpicos, eliminatorias mundialistas y quedé a las puertas de ser designado para arbitrar en el Mundial 2006 de Alemania. En cuanto a Copas de Oro, independientemente de las mencionadas de 2002 y 2003, intervine en las de 2005 y 2009.
—¿Cómo eran las condiciones de vida de los árbitros cubanos en tu época?
—Muy malas. Viajábamos mucho en tren, a veces más de 24 horas encaramados ahí: imagínate un viaje tan largo con el poco confort de los trenes cubanos. Y de los hospedajes ni te cuento. ¡Críticos! La falta de organización y de respeto estaban a la orden del día. Por ejemplo, una vez Carlos Brea y yo fuimos convocados para una etapa final en Pinar del Río y nos trasladamos en tren desde Santiago a la capital, y de la capital a Pinar lo hicimos en camión. Entonces, al llegar a la sede nos dijeron que nosotros no estábamos designados para esa etapa. Terrible: el mismo día tuvimos que virar para atrás porque no hubo solución del caso. Pero nada, esa fue la profesión que cogimos, fue la que nos gustó y había que echarle ganas.
—Y los salarios… ¿qué?
—Yo creo que Cuba es el país que peor paga el arbitraje de fútbol en el mundo. En mi tiempo el árbitro central ganaba 15 pesos, los de línea ganaban ocho y el de mesa, cinco. Eso no llegaba a 15 centavos de dólar al cambio de la época. Allá hay deportes que tienen menos esfuerzo físico que éste y pagan mejor. Me parece que con el dinero que entrega la FIFA cada año se pueden mejorar los salarios de unos hombres que hacen un trabajo muy esforzado, sometidos constantemente al calor, el mal estado de las canchas y con medidas de seguridad que distan de ser idóneas.
—Permíteme una incidental: en materia de arbitraje, ¿qué te gustaría cambiar del fútbol moderno?
—El Var. Para mí deberían eliminarlo y dejar el juego como era anteriormente. Las decisiones debe tomarlas alguien que en ese momento está viviendo el partido y no esperar que una máquina u otra persona determinen. Total, el Var se vale de un montón de cámaras y tomas y pese a eso a menudo se equivoca. Desde que entró en uso dije que esta medida mata un poco el espíritu del fútbol, y que ahorita los encuentros los va a dirigir un árbitro sentado en las gradas. No creo que fuera necesario automatizar tanto el arbitraje.
—Para cerrar, ¿qué opinión te merece el tratamiento que recibiste en Cuba como árbitro?
—Fíjate, en campeonatos nacionales fui el mejor árbitro asistente del país desde 2002 hasta que me retiré en 2011, y me eligieron Árbitro del Año en tres oportunidades. Por otra parte, que yo tenga conocimiento soy el árbitro cubano que más resultados tuvo a nivel internacional. Sin embargo, jamás se me hizo un reconocimiento ni un retiro oficial. Lo voy a dejar ahí para que saques tus propias conclusiones.
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