Sergio Giral, cineasta libre contra la tiranía del silencio
MIAMI, Estados Unidos. – La actriz cubana Lola Amores acaba de merecer el Premio a la Mejor Actuación Femenina en el Festival de Cine de Málaga por su conmovedora interpretación de Yolanda en la película La mujer salvaje, de Alán González.
En lo más profundo del marginalismo que corroe a la sociedad cubana contemporánea la joven se ve vapuleada por dos hombres ―esposo y amante―, quienes protagonizan un hecho de sangre grabado por ubicuos teléfonos celulares.
Eventualmente, al darse a conocer públicamente el video, pierde la custodia de su hijo adolescente a manos de su propia madre, y la película aborda la ordalía que emprende para recuperarlo.
De la única forma que Yolanda se hace valer en un universo injusto es siendo herética, irrespetuosa y violenta, entre otras maneras de rebelión, porque el recurso del erotismo no le dio muy buen resultado.
Para encontrar en el cine cubano un personaje tan intenso y complejo, que presenta a Lola Amores como poseída, habría que remontarse a la María Antonia de Sergio Giral, interpretada por Alina Rodríguez en la película homónima de 1990 con la cual el director cerró de manera estelar su filmografía en Cuba, poco antes de regresar a Estados Unidos donde había vivido parte de su infancia y adolescencia, por ser hijo de madre estadounidense.
Como cineasta, Giral fue un adelantado en la exploración de nuestras tramas culturales más relegadas gracias a sus ancestrales orígenes africanos. Junto a Sara Gómez y Nicolás Guillén Landrián, quienes sufrieron las arbitrariedades del régimen, terminó siendo uno de los más respetados directores negros haciendo cine en una institución como el ICAIC, donde decisiones y atropellos eran llevados a cabo por burócratas blancos.
Aunque el argumento, basado en una obra de teatro, se remonta a los años 50, María Antonia es una suerte de “mujer nueva”. En la secuencia final, la película da un giro inesperado y extraordinario cuando la “pecadora” se baja de un carro moderno en traje de batalla sensual como si regresara del ruedo de la más vieja profesión del mundo. El personaje de Alina Rodríguez pudiera ser la primera “jinetera” en pantalla grande.
Con María Antonia, Sergio Giral volvía a especular con la infidencia que tantos dolores de cabeza le ocasionó Techo de vidrio, en 1980, otra de las películas cubanas que sufrió la censura y debió aguardar ocho años para ser autorizada su presentación, sin explicaciones mediante.
El guionista de Techo de vidrio, que trata sobre un caso de malversación y corrupción, pálido si se compara con hechos reales ulteriores, fue el novelista Manuel Cofiño, dueño de una literatura afín con los preceptos ideológicos del régimen.
Por años compartimos oficina en la Dirección de Literatura del Ministerio de Cultura, donde Cofiño disfrutaba visitar el llamado Movimiento de Talleres Literarios Provinciales, donde aleccionaba a futuros escritores de la Isla.
El día que supo de la censura a Techo de vidrio, nos confió, mirando siempre sobre los hombros y a todas luces atemorizado, que la película había caído en desgracia y tanto Sergio como él podían estar expuestos a castigos insospechados.
Cofiño nunca se volvió a referir al caso en nuestro círculo laboral. Debe haber sido amonestado por su liberalismo y lo que le haya ocurrido a Giral no trascendió a la prensa.
Cuando el director de cine partió hacia Estados Unidos le aplicaron las reglas de la desconfianza y la disipación. Al presentar María Antonia en el Festival de Cine de Miami, cortesía de su fundador y director, Nat Chediak, y referirse al régimen como “dictadura”, el destino anticastrista del cineasta quedó sellado.
En 1993, recién arribado a Miami, unos parientes me llevaron al Parque Bayside en el Downtown de la ciudad. Recuerdo que al pasar junto al Campus Wolfson del Miami Dade College vi un cartel que anunciaba la presentación del cine de Sergio Giral. Supe entonces que el director estaba en la ciudad. A los pocos meses, curiosamente, empecé a formar parte de la prestigiosa institución educacional.
En 1995 Giral dio a conocer su revelador documental La imagen rota, donde logró reunir a numerosos artistas cubanos exiliados relacionados con el cine. Son testimonios irreprochables sobre los avatares que debieron sufrir cuando pensaron que, con la creación del ICAIC en 1959, se abría un camino de prosperidad y libertad para la cinematografía en la Isla. Hay personalidades ya fallecidas como Alberto Roldán, Mario García Joya, Roberto Fandiño y Ramón Suárez y verdaderos clásicos vivos entre los cuales figuran Orlando Jiménez Leal, Fausto Canel, Miñuca y Fernando Villaverde, así como Eduardo Palmer, entre otros, con valiosos testimonios que expresan la imposibilidad de hacer cine sin democracia.
Hasta el día final de su creativa jornada, Sergio Giral, quien acaba de fallecer, fue consecuente con los conceptos antitotalitarios que manejan sus congéneres en La imagen rota.
Tuve la suerte de contar con sus ideas en algún panel sobre cine cubano independiente patrocinado por el College. Siempre lo recordaré como un atildado caballero, de contagiosa felicidad. Lo echaremos de menos, sin duda, pero queda su cine para la eternidad.
Al final del documental La imagen rota aparece el texto siguiente:
“Este documental es un tributo a todos los cineastas cubanos que eligieron el exilio por más de tres décadas, buscando libertad de expresión. Agradecemos a estos artistas, quienes se han esforzado para crear un cine libre de dogmatismo y sufrieron la tiranía del silencio”.
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