Ser concejal de pueblo
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En una animada tertulia se daba cuenta del paralelismo que uno de sus participantes decía ver entre una popular sección de la revista DDT, «Diálogos para besugos», y las sesiones de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados y el Senado. El comentario me recordó el «buenos días, buenas tardes», con que invariablemente comenzaba la surrealista y tronchante conversación que desde 1953 llevaba la firma de Armando Matías Guiu en ese semanario. Me permití reclamar cierta mesura porque la comparación podía ser peyorativa para este pez de la familia de los espáridos, de nombre científico pagellus bogaraveo. Tal como están los animalistas y otros congéneres, mejor no tentar la suerte para no verse metido en un lío. Además, las respuestas que esta misma semana hemos escuchado en las dos cámaras, diputados y senadores, en boca del presidente del Gobierno, son de un descaro, desvergüenza y cinismo que, insistir en símil de los besugos, supondría otorgar alguna dignidad a quien ha decidido renunciar a ella desde la soberbia que exhibe chulescamente para salirse por la tangente, sin responder a nada de lo que se le pregunta. Recurrir, como Pedro Sánchez hizo el martes en el Senado, al atentado del 11-M, el mismo día que se cumplían veinte años de aquella brutal masacre, acusando al Gobierno de Aznar de mentir, huyendo de ese modo de responder a lo que se le pregunta, es burla, insolencia e impudicia. No sobrarían adjetivos descalificativos para su altanero comportamiento. Pero ¿qué puede esperarse de quien ha hecho de la necedad virtud y de la mentira pretexto para no responder a la oposición? Aznar erró al atribuir durante la mañana de ese día la autoría de la masacre a ETA . Y el Partido Socialista, bajo la dirección rasputinesca de Rubalcaba, aprovechó los muertos para iniciar una brutal campaña que incluyó el asedio a las sedes del Partido Popular y la vulneración propagandista por medio de la insidia el mismo día de reflexión. El «No nos merecemos un gobierno que nos miente» es ahora mismo una máxima que debería hacerse realidad de modo inmediato aplicada al de Pedro Sánchez. Lo peor no fue que el PP perdiese las elecciones celebradas tres días después de los atentados, sino que las ganase Rodríguez Zapatero por la manipulación espuria y emocional que su partido hizo del atentado. Y, ruindad añadida, porque con él se inició la deriva del Partido Socialista hacia la confrontación y el frentismo, renunciando al entendimiento con el PP en los grandes asuntos del Estado. Sólo un Sánchez, entregado a la manipulación de nuestra historia, podía recuperar a un ZP que anunció al ser desalojado de Moncloa su deseo de dedicarse a la contemplación de nubes, una actividad que sí ha venido desarrollado en su tan a menudo visitada Venezuela. Nubes vistas desde abajo y desde arriba volando a bordo de un avión de la rescatada Air Europa. Y llegamos al miércoles 13 al Congreso de los Diputados para asistir a otra bochornosa incomparecencia de Pedro Sánchez. Incomparecencia por negarse a responder a una sola de las preguntas hechas por el líder de la oposición. Y contraatacando para pedir hasta en cinco ocasiones la dimisión de Isabel Díaz Ayuso , cuyo novio ha sido objeto de una inspección fiscal, aireada por el Ministerio de Hacienda a despecho de la protección de datos y la presunción de inocencia, entre otras irregularidades. La hosquedad del debate en el Congreso, lo más parecido a una trifulca tabernaria, con las facas al cinto, temerosas de que se recurra a ellas, llevó a Sánchez al denuesto de lanzarle a Feijóo que «usted en mi partido político no habría llegado ni a concejal de pueblo». En España hay algunos más de 67.000 concejales . La inmensa mayoría de ellos lo son por vocación de servicio a su municipio y no ven ni un euro por su trabajo. Ninguno de ellos se merece el menosprecio de verse comparados como unos inútiles que no dan para más, tal como lo ha hecho Pedro Sánchez. Por cierto, de Koldo Garc ía , sus circunstancias, amistades, tejemanejes y complicidades Sánchez sigue mudo del todo. De eso el gobierno no quiere hablar, ni siquiera como besugo.