Otras mujeres
El 8 de marzo suele ser un día alegre en España. Mujeres de todo tipo se unen en comidas, cánticos, marchas, confesiones y reivindicaciones comunes. El avance es claro, aunque quede tarea por hacer. Por mucho que España esté entre los países con mejores resultados comparativos de igualdad –como muestra el índice de la ONU que mide esto–, quedan barreras visibles e invisibles en muchos rincones, incluido este de los medios, que tiene, además, una repercusión especial a la hora de reforzar o no algunos estereotipos presentes en la sociedad.
Incluso comparado con otros países –como Reino Unido o Estados Unidos, los que mejor conozco– sorprende cómo en España siguen dominando las voces masculinas en presentaciones, podcast, análisis, fotos de familia, tertulias y otros foros públicos. Me llama la atención especialmente cuando se trata de que hablen personas expertas en asuntos “serios” como el conflicto en Oriente Próximo o el precio de la luz.
Ahora bien, tampoco creo que la muy cuestionable manera de preguntar del CIS sobre la igualdad refleje la mentalidad general de los hombres españoles. De hecho, cuando se pregunta de otra manera más concreta, la defensa de la igualdad de derechos es uno de los asuntos donde hay más consenso en España en todo el espectro ideológico, como explicaban las investigadoras Sandra León y Amuitz Garmendia en este estudio de 2021 sobre polarización. Así, según escriben, “hay consensos transversales amplios en igualdad de género: tanto en el conjunto de España como en todas las Comunidades Autónomas, en torno a un 75% de la ciudadanía está de acuerdo, por ejemplo, con sancionar a las empresas que paguen menos a las mujeres por el mismo trabajo, o con promover los puestos de trabajo sin discriminación de género”.
Pero este 8 de marzo pienso en los lugares donde este día no va a ser tan alegre, igual que ayer o mañana. Aquellos donde las mujeres sufren la guerra y la violencia de los agresores de manera especialmente brutal por el hecho de ser mujeres.
Es difícil creer en el progreso de la humanidad cuando la violación se sigue utilizando como un arma de guerra más, como hemos visto recientemente en Israel y en Ucrania. Y ya ni hablamos de la indignidad del grupúsculo de personas o bots capaz de abrazar la última conspiración a mano para negar el sufrimiento de mujeres que no deben encajar en su ranking de víctimas aceptables.
Y mientras nos miramos al ombligo y observamos las tragedias lejanas desde nuestro rinconcito privilegiado y partidista, hay unas 700.000 mujeres adultas y adolescentes para las que cada mes tener la regla es una pesadilla de humillación, dolor y miseria en medio de las bombas, como cuenta este reportaje del Guardian. Las mujeres en Gaza apenas tienen acceso ahora a compresas, tampones y medicamentos para aliviar el dolor, y muchas viven en refugios de la agencia de la ONU para Palestina, UNRWA, donde de media hay un baño por cada 486 personas.
En Gaza, dar a luz se ha convertido en una heroicidad entre el dolor insoportable, la dificultad de ir a un hospital y la incertidumbre de si tu bebé o tú lograréis sobrevivir, como cuenta esta historia publicada en Desalambre.
Muchas de estas mujeres necesitan ayuda, pero no quieren nuestra compasión barata y nuestro paternalismo interesado. A menudo, se niegan a ser identificadas como víctimas, y quieren luchar contra lo que les ha tocado.
Este 8 de marzo pienso en estas mujeres. Escuchar, leer sus voces es lo que, como mínimo, todas y todos podemos hacer.
Nuestra memoria y nuestra atención es frágil en medio de toneladas de información y, por supuesto, desinformación. Para que las voces de mujeres valientes no se disuelvan, lean, por ejempo, a Natalia Miroshnycenko, psicóloga que ayuda a mujeres violadas y que entrevistó nuestra Mariangela Paone en Kiev poco después de que se retiraran los soldados rusos de la región.
Días como hoy deberían servir también para que las voces de mujeres como ellas no se olviden.