20 años sin Ricardo Ortega, el reportero de guerra que perdió el trabajo y la vida por contar la verdad
“¡La otra torre, Ricardo! ¡La otra torre!”. Esta frase pronunciada… casi gritada por el presentador de Antena 3 TV Matías Prats sigue siendo hoy uno de los momentos periodísticos más recordados en nuestro país. Un segundo avión acababa de estrellarse contra el World Trade Center de Nueva York en los instantes iniciales del 11 de septiembre de 2001, una jornada que cambiaría el mundo para siempre. La otra voz que resonaba en la pantalla de la televisión era la del verdadero protagonista de aquella improvisada, terrible e interminable retransmisión: Ricardo Ortega. El entonces corresponsal en Estados Unidos de Antena 3 ya era una referencia en el mundo del periodismo, pero el papel que le tocó jugar ese día le aupó todavía más en su carrera profesional. La noche de aquel 11S, ya madrugada del 12, cuando se apagaron las cámaras y le llegaron las felicitaciones desde Madrid, Ricardo no podía imaginar que, apenas dos años y medio después, se encontraría con la muerte en Haití, después de haber sido cesado y humillado por los responsables de la cadena por la que tantas veces se había jugado la vida.
“Cualquier cosa que hubiera hecho en la vida, la habría realizado con la misma excelencia porque era una persona brillante —recuerda Corina Miranda, excorresponsal de guerra, compañera y amiga de Ricardo—, pero él llegó al periodismo, podemos decir, de forma casual”. Tan casual que Ortega había estudiado, primero, Ingeniería de Telecomunicaciones en Valencia y, más tarde, aprovechó una beca para cursar la carrera de Física en Moscú. En esa ciudad vivió el desmoronamiento de la Unión Soviética, un acontecimiento histórico que le empujó a dejar de ser un mero testigo para convertirse en narrador.
En 1991 empezó a robarle tiempo a la Física para realizar colaboraciones puntuales en medios de comunicación españoles. “Se enamoró del periodismo y lo tenía todo para triunfar: era curioso, investigador y comunicaba muy bien”, señala Miranda. Estas cualidades le permitieron pasar, en muy poco tiempo, de realizar traducciones del ruso para la Agencia EFE a convertirse en el primer corresponsal de Antena 3 Televisión en la capital de la recién nacida Federación de Rusia.
“Era muy concienzudo. Se preparaba muy bien cada crónica, cada intervención en directo en los informativos”, apunta Guillermo Altares, periodista de El País que compartió trinchera, y no solo informativa, con Ricardo. “En televisión es muy difícil aportar contexto y profundidad a las noticias porque tienes poco tiempo para tu crónica, pero Ricardo lo conseguía —añade Corina Miranda—. Ese era su gran don, explicar asuntos complejos con brevedad y un lenguaje sencillo. Ricardo era un excelente corresponsal de guerra, pero era ante todo un gran reportero. Repasando sus crónicas te das cuenta de que era capaz de captar la atención del espectador y de contarte con la misma intensidad un concierto, unas elecciones, un terremoto o una guerra”.
Los primeros conflictos bélicos en los que se curtió Ricardo fueron los provocados por la desintegración de la Europa comunista. Secesiones, pugnas territoriales… Armenia, Nagorno Karabaj, Bosnia… Baños de sangre que tuvieron otro de sus máximos exponentes en las dos guerras de Chechenia. Lo que vio y vivió en aquella república separatista le forjó como reportero y como persona. “Empatizaba con las víctimas. Sentía que tenía que darles voz, que mostrar lo que allí ocurría. Por eso volvía una y otra vez a cualquier guerra y, especialmente, a Chechenia, incluso cuando ya el conflicto apenas interesaba en Occidente. Le importaba la gente de Chechenia”, afirma Altares.
Esa determinación por impedir que el conflicto checheno cayera en el olvido y la forma cruda, rigurosa y honesta con la que informaba sobre la política rusa le generaron algunos problemas con las autoridades de aquel país. Fue detenido por el ejército y recibió más de una amenaza de expulsión por parte del Kremlin. “Estaba dispuesto a asumir riesgos si creía que detrás había una gran historia —añade Altares—. Hoy hablamos mucho de Putin y si pensamos en el primer periodista español que desnudó a Putin y que vio lo que podía hacer con un país, ese fue Ricardo en Chechenia”.
Otro veterano reportero, Gervasio Sánchez, resume la forma en que Ortega entendía el periodismo: “Anteponer los problemas que hay en el mundo a todos los intereses políticos, económicos y apestosos que nos rodean. La verdad por encima de todo. Así lo entendía Ricardo y lo entendemos todos los periodistas de verdad. El problema grave es que hoy llamamos 'periodista' a gente que no hace periodismo sino propaganda y publicidad encubierta, que ejercen de correa de transmisión de intereses políticos o económicos”.
El ya fallecido escritor Juan Goytisolo nunca pudo olvidar su encuentro con Ricardo en Chechenia. Tal y como plasmó en un artículo publicado en El País, le impresionó ver cómo el periodista era capaz de desenvolverse en aquel terreno tan peligroso para grabar imágenes y recopilar testimonios que demostraran las masacres cometidas por las tropas rusas: “Las palabras e imágenes filmadas por Ricardo Ortega son un recordatorio de que la honestidad y valentía de un hombre redimen a quienes las escuchamos y vemos tal acumulación de barbarie, mentiras y manipulación”.
En el año 2000 Ricardo Ortega cambió su corresponsalía en Moscú por otra, aparentemente, más segura y cómoda: Nueva York. Su visión aguda, certera y mordaz le permitió brillar con unas crónicas en las que diseccionaba las grandezas y las miserias de la sociedad y la política estadounidense. Todo cambió el 11 de septiembre de 2001.
A las 08:46, 14:46 en España, Ricardo oyó un estruendo y, desde la ventana de su despacho, empezó a ver llamas y humo en una de las Torres Gemelas. Apenas dos minutos después telefoneaba a su redacción en Madrid para dar la noticia. Aún no era consciente de la trascendencia del suceso ni de las consecuencias que tendría en el orden mundial. Fueron horas de retransmisión en directo, días describiendo el ambiente de una Gran Manzana aterrorizada, semanas relatando las reacciones políticas y meses en los que siguió muy de cerca la respuesta militar a los atentados.
Tan de cerca que consiguió alternar su trabajo en la corresponsalía con una serie de viajes a Afganistán que siempre se dilataban en el tiempo. En uno de ellos coincidió con Altares, enviado por El País para relevar a su compañero Ramón Lobo: “Ricardo era muy solidario. Yo era un novato y me ayudó en todo momento. Él ya llevaba un mes, pero parecía el conejito de Duracell; le sobraba energía. Entramos juntos en Taloqan, una ciudad que acababa de ser liberada del dominio talibán. Nunca me habría atrevido a entrar de no ser porque iba con Ricardo. Más tarde logramos viajar a Kabul poco después de que cayera en manos de la Alianza del Norte. Cuando regresé a Madrid, él permaneció allí. Siempre había que sacarle de las orejas de los conflictos que cubría”.
Tras expulsar del poder a los talibanes, Washington fijó su siguiente objetivo: Irak. Nada hacía pensar que, para Ricardo, esa guerra que cubrió desde Estados Unidos iba a acabar siendo la más letal, profesionalmente hablando. La Casa Blanca trató durante meses de justificar una eventual invasión, argumentando que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva y tenía contactos con Al Qaeda, el grupo terrorista que cometió los atentados del 11S. El gobierno español, presidido por José María Aznar, se sumó a esa teoría junto a Reino Unido y en contra del criterio del resto de países y de la ONU.
En España la oposición a esa posible invasión generó una enorme movilización de la ciudadanía. Los nervios se apoderaron de un Ejecutivo que veía como las encuestas expresaban ese masivo malestar y puso a todos sus medios de comunicación a trabajar para legitimar la guerra que se avecinaba. El problema era que, en Antena 3, Ricardo no estaba dispuesto a entrar en el juego.
Fueron semanas en las que la ONU y sus inspectores de armamento en Irak insistían en pedir más tiempo para investigar porque, hasta ese momento, no tenían pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva. Semanas en las que Estados Unidos y Reino Unido preparaban a sus ejércitos para la invasión. Semanas de manifestaciones masivas contra la guerra en Madrid, Barcelona y otras ciudades españolas. “Las fuentes de Ricardo, y eran muy buenas fuentes, le decían que no había armas de destrucción masiva en Irak ni conexiones de Sadam con Al Qaeda. Si le hubieran dicho lo contrario, lo habría contado, pero le decían lo que le decían… y lo contó”, resalta Altares.
Corina Miranda coordinaba el trabajo de Ricardo desde la redacción de Antena 3 en Madrid: “Quizás la guerra más difícil que le tocó cubrir fue en los pasillos de la ONU, donde los obuses no reventaban edificios, pero sí reventaban conciencias. Los jefes le llamaron varias veces la atención. Después de sus intervenciones en directo había una llamadita diciéndole 'Ricardo, mira a ver lo que dices… mira a ver cómo lo estás diciendo…'. Esto me lo contaba después a mí. Incluso él me pidió, alguna vez, que le transcribiera lo que había dicho en la conexión por si se había equivocado o había dicho algo de lo que no estuviera al 100% seguro. No era el caso porque calibraba cada palabra. Así que mantenía lo que había dicho y lo defendía”.
Esas semanas de cobertura en los pasillos de la ONU se resumen en la que quizás sea su crónica más conocida. El 'número tres' del gobierno estadounidense, Colin Powell, acababa de comparecer ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para exhibir unas imágenes borrosas de los supuestos arsenales iraquíes y otras supuestas pruebas que legitimarían su inminente invasión.
Ricardo Ortega lo contaba así, en directo, en el informativo de Antena 3: “Pésima coreografía. Hay que ser un experto o tener mucha imaginación para interpretar las fotografías y grabaciones que ha compartido aquí el secretario Powell. Dos ideas: Sadam miente y Sadam es amigo de Osama (Bin Laden). Para tragarse el discurso de Powell hay que creerse también tres axiomas: la CIA es infalible, la CIA jamás ha manipulado o fabricado pruebas, y los equipos de inspectores de Naciones Unidas son poco menos que ingenuos e incompetentes. Francia, Rusia, China, miembros con derecho de veto del Consejo de Seguridad, han reaccionado de inmediato: 'Gracias por las pruebas, míster Powell —han dicho—, pero son sospechas o indicios. Para lanzar una guerra hay que basarse en hechos concluyentes. Por tanto, hay que multiplicar el número de inspectores. Cualquier acción bélica tiene que pasar por el Consejo de Seguridad y no tiene sentido lanzar una guerra mientras no se hayan agotado las vías diplomáticas'”.
Una crónica que Guillermo Altares y otros profesores de periodismo utilizan en sus clases como ejemplo de honestidad, valentía y rigor: “Ricardo estaba en este oficio para contar la verdad. Y si contar la verdad era decir que estaban manipulando pruebas, lo hacía”.
A Ricardo sus jefes le “invitaron” a tomarse unas vacaciones en pleno conflicto bélico. De la noche a la mañana desapareció de la pantalla. Solo unos meses después, a finales del verano de 2003, una de las primeras decisiones que tomó Gloria Lomana como nueva directora de los informativos Antena 3 fue cesar a su corresponsal en Nueva York. "Mi cese llega por una presión expresa de La Moncloa”, le confesó Ricardo a Rafael Poch, su amigo y veterano corresponsal de La Vanguardia. Poch desveló en su periódico: Ricardo “en mensajes anteriores me adelantó que la cosa acabaría estallando (…) Las crónicas de Ricardo durante la guerra de Irak no habían gustado. Desentonaban con el infame alineamiento del gobierno del PP. Ya le habían llamado la atención en varias ocasiones (…) 'Lo que siempre me temí, ya ha llegado', me anunciaba en octubre”.
“Fui testigo directo de todo ello —corrobora 20 años después Corina Miranda—. Yo te diría que su cese no lo vivió del todo mal… porque estaba convencido de que había hecho lo correcto. Y la historia le ha dado la razón, palabra a palabra. Ni había armas de destrucción masiva, ni Sadam tenía relación con Al Qaeda”. A Ricardo no le ofrecieron otra alternativa que instalarse en la redacción de Madrid: “Me mandan para hacer pasillos”, le confesó entonces a otro de sus colegas. “Él era un espíritu libre y quería seguir moviéndose, seguir haciendo, en definitiva, periodismo”, apunta Corina Miranda. Por eso, el reportero decidió pedir una excedencia y empezar a trabajar como freelance desde Estados Unidos o desde el lugar en el que estuviera la noticia. En los últimos días de febrero de 2004, ese lugar era Haití.
Desde Nueva York, Ricardo Ortega era consciente de que el presidente haitiano, Jean-Bertrand Aristide, tenía las horas contadas. Washington le había puesto en su diana por su acercamiento político y económico a Cuba y Venezuela. Los grupos armados opositores se acercaban a la capital del país. El veterano corresponsal habló con la dirección de Antena 3 para que suspendiera su excedencia y le permitiera cubrir el conflicto. El no que recibió por respuesta no le hizo desistir. Decidió viajar solo hacia Haití convencido de que la cadena de televisión acabaría reconociendo y aceptando su trabajo cuando todo estallara. No se equivocó.
Haití se convirtió en tema prioritario en sus informativos y Antena 3 empezó a conectar en directo con ese mismo corresponsal al que había cesado. Ricardo estaba solo. Él mismo grababa imágenes con una pequeña cámara. Todo para contar la verdad. Todo, según contaron varios de sus colegas más cercanos, para intentar volverse a hacer un hueco en Antena 3. El 7 de marzo un disparo acabó con su vida.
El comité de empresa de Antena 3 denunció que Ortega se encontraba en Haití en una situación laboral irregular, por lo que trabajaba “sin operador de cámara, sin producción, sin teléfono, sin equipo”. La empresa reconoció que el periodista llegó a Haití por su cuenta y en plena excedencia, aseguraron que más tarde regularizaron su situación, pero que no pudieron enviarle un chaleco antibalas ni ningún otro material por la crisis que se vivía en el país caribeño. José Rubio, presidente entonces del comité de empresa, se reafirma 20 años después en la denuncia: “Se exige muy poca responsabilidad a los consejos de administración de las consecuencias humanas que tienen las decisiones de sus directivos”.
En un principio, la muerte de Ricardo Ortega se achacó a disparos realizados por los chimeres, un grupo armado partidario del ya depuesto expresidente Aristide. Sin embargo, el documental Muerte de un periodista, realizado para Antena 3 por el periodista Jesús Martín, el reportero Koldo Hormaza y la productora Idoia Avizanda, reunió pruebas y testimonios que señalaban a los marines estadounidenses como los autores de la ráfaga que acabó con la vida de Ortega.
Ricardo formaba parte de un grupo de periodistas que se refugiaba de los incesantes tiroteos en una casa y que trataba de ayudar a un fotógrafo estadounidense herido por los chimeres. “Habían llamado a la embajada de Estados Unidos para que enviaran a los marines y poder evacuar al herido —relata Corina Miranda—. Ricardo lo estaba grabando todo con su cámara y en la secuencia se escucha el sonido de los Humvee norteamericanos llegando, se oye a Ricardo decir 'ya están aquí', se ve como sale de la casa, se oyen disparos y la imagen se va a negro”.
La Justicia haitiana investigó el suceso y concluyó que la ráfaga letal fue disparada por “tropas extranjeras”, pero que no fue capaz de identificar a los autores concretos, entre otras cosas, por la falta de colaboración de las autoridades estadounidenses. En España la Audiencia Nacional no fue tan diligente. Pablo Ruz fue el único magistrado que dio pasos en la instrucción del caso, reuniendo pruebas y tomando declaración a varios testigos. Ruz ordenó el envío de una comisión judicial a Haití. “La comisión, no sabemos la razón, nunca viajó —recuerda con pesar Corina Miranda—. La investigación no avanzó y en 2011, el magistrado Eloy Velasco archivó el sumario por falta de autor conocido, dando la misma validez a las dos versiones del ataque. Es un dolor añadido al de su pérdida, tanto para los amigos como, sobre todo, para la familia. Es doloroso porque su muerte ha quedado impune”.
20 años después, la figura de Ricardo Ortega sigue siendo una referencia para quienes ejercen o pretenden ejercer el periodismo. “Es un símbolo. En estos tiempos locos de mentiras masivas, de Putin, Trump, Orban y Netanyahu me he acordado mucho de él. Ricardo nos enseñó el poder de la verdad y de hacer cualquier cosa para contarla”, afirma Guillermo Altares. Gervasio Sánchez coincide con Altares y añade: “Ricardo fue honesto toda su vida. Su fidelidad al periodismo le costó muy cara. Me pareció indignante que su televisión usara su figura en el 20º aniversario del 11-S y nadie recordara que se la había echado a patadas de allí. Ha pasado con gobiernos de todos los colores, en otros medios y a otros periodistas. Casos como el de Ricardo al que maltratan y hasta le sacan de la plantilla, pero después, cuando muere, le exhiben en la pantalla”.
“Él usaba el periodismo como herramienta para contar la verdad, costara lo que costara —concluye Corina Miranda—. Le tocó vivir una serie de acontecimientos históricos que cambiaron el mundo. Fue testigo de la descomposición de la URSS, de numerosas guerras, del 11-S, de un cambio de paradigma en la forma de entender las relaciones internacionales. Le tocó vivir una serie de experiencias tan intensas que siempre intentó ser lo más correcto, lo más profundo y lo más objetivo posible. Intentó, simplemente, ser periodista. Y lo consiguió”.