Los iraníes dan las espalda al régimen de los ayatolás con una abstención récord
A falta de datos definitivos, la abstención fue la gran triunfadora de la doble cita electoral -Parlamentarias y Asamblea de Expertos- del pasado viernes. Era la gran preocupación del régimen de los mulás en la primera cita con las urnas tras las revueltas prodemocráticas desencadenadas en septiembre de 2022 por la muerte a manos de la Policía de la moral de la joven Mahsa Amini por no llevar bien puesto el velo islámico y en medio de un profundo malestar por la realidad socioeconómica.
El 41% escaso de participación que, de manera provisional y después de haberse retrasado el cierre de las urnas en dos ocasiones con ánimo de maquillar el fracaso, adelantaron este fin de semana las agencias oficiales de noticias iraníes representan la cifra más baja en unos comicios desde el nacimiento del régimen hace 45 años— adelantado por las agencias oficiales de noticias. La abstención fue especialmente elevada en la capital, Teherán, donde sólo fue a votar un 24% del censo. En 2020, cuando se celebraron las últimas elecciones parlamentarias, la participación fue del 42%, lo que ya había supuesto un hito abstencionista en la historia de la República Islámica.
Con todo, el régimen celebra la más que previsible victoria de los candidatos conservadores y ultraconservadores en el Parlamento o Asamblea Consultiva Islámica, una cámara con 290 miembros y atribuciones limitadas en la teocracia de los mulás. Un extremo que no ha de sorprender habida cuenta del papel de filtro desempeñado antes de la contienda electoral por el Consejo de los Guardianes. El órgano, que tiene como función revisar la legislación adoptada por el Parlamento -sus doce miembros son designados directamente por el líder supremo de la Revolución—, dio luz verde a 15.200 candidatos de los 49.000 que se registraron para los comicios parlamentarios. Como era previsible, las candidaturas liberales y reformistas fueron excluidas. Ya ocurrió lo mismo hace cuatro años, cuando los conservadores se hicieron con 232 de los 290 escaños del Parlamento.
La cita del pasado día 1 fue también la de la elección de los 88 miembros de la Asamblea de Expertos, un cuerpo cuya encomienda es supervisar la acción del líder supremo de la Revolución, la elección del mismo en caso de vacante o incluso cesarlo en su puesto (algo inédito hasta la fecha). La nueva Asamblea será previsiblemente la encargada de buscar sucesor al ayatolá Alí Jameneí, que tiene 84 años y lleva casi treinta y cinco como líder supremo.
Ajeno a la abstención registrada, el sábado el presidente Ebrahim Raisi -que ha logrado revalidar su escaño— se congratulaba en un mensaje a la nación de la, a su juicio, «masiva» participación, asegurando que la misma fue un «golpe a los oponentes del país», según se hacía eco la agencia de noticias IRNA. En su alocución, el mandatario desde 2021 aseguraba que los enemigos de Irán «hicieron todo lo que estaba a su alcance para desincentivar el voto, pero la participación, junto a la fe y la esperanza, representaron un gran no al frente inhumano de la arrogancia».
Tormenta perfecta
De confirmarse los datos ofrecidos por las agencias estatales, una gran parte de la sociedad iraní ha dado la espalda una vez más a un régimen encastillado que apuesta por la una línea cada vez más dura. El deterioro de la popularidad del sistema es el resultado de la combinación de una serie de factores agravados en los últimos años.
Inciden de manera simultánea elementos políticos y materiales. Por una parte, una crisis económica que, en forma de una inflación disparada, golpea los bolsillos de los ciudadanos desde hace varios años y que sume ya a más de un tercio de la población en la pobreza extrema en uno de los principales exportadores de petróleo del planeta.
Por otra, la respuesta del régimen ante las protestas que durante los años 2022 y 2023 reclamaron en las calles de las ciudades iraníes la caída de la autocracia de los mulás. Un movimiento de base urbana y juvenil que sólo ha encontrado del Gobierno un repliegue en forma de represión. Según los cálculos de diversas ONG, la ofensiva de las autoridades iraníes dejó cerca de 500 muertos, más de 20.000 detenidos y un repunte de los recortes a la libertad de la población, especialmente las mujeres. Cientos de figuras públicas iraníes han denunciado la «farsa» electoral y pidieron la abstención en la doble cita electoral; entre ellas la premio Nobel de la Paz Narges Mohammadi -actualmente en la cárcel--, para quien el boicot es «una obligación moral para los iraníes que aman la libertad y buscan la justicia».
Desestabilización regional
Pero los problemas crecen para el régimen más allá del ámbito doméstico. La teocracia islámica vive momentos difíciles en el concierto internacional. Occidente responsabilizar a Teherán de haber orquestado una ofensiva bélica simultánea contra Israel y Estados Unidos a lo largo de Oriente Medio desde el inicio de la operación anti Hamás de las Fuerzas de Defensa en la franja de Gaza.
Pese a que el régimen insiste en que sus fuerzas no participan directamente en ninguna campaña militar, lo cierto es que desde que empezó el conflicto entre Israel y Hamás, los aliados de la teocracia iraní -apéndices de la estrategia de Teherán—, desde los rebeldes yemeníes hasta Hizbulá, el todopoderoso partido-milicia libanés, hasta las milicias proiraníes con base en Siria e Irak, vienen golpeando de manera simultánea a intereses occidentales en la región. La escalada hace temer el estallido de una guerra a gran escala en el conjunto de Oriente Medio. indican que fueron producidos por el brazo de inteligencia del Estado Mayor Conjunto, conocido como J2, y cuya función es asesorar al presidente. Y otros, llevan una marca que indica que fueron compartidos con países de la alianza de inteligencia Five Eyes, que incluye EE.UU., Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Reino Unido. Tampoco se descarta el origen ruso o prorruso del «hackeo».