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Февраль
2024

Deprisa, deprisa

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Deprisa, deprisa

Usain Bolt tardó exactamente 9,58 segundos en recorrer la pista de los 100 metros en el Campeonato Mundial de Atletismo de Berlín el año 2009. Más, mucho más, deben correr Pedro Sánchez, el Gobierno y el PSOE para tapar, como en las películas de dibujos animados, las amenazantes grietas que se multiplican -aquí y allá, se cierra una y se abren dos-, en un barco que aún, a pesar de los pesares, lleva una buena velocidad de crucero y todavía está en condiciones de llegar a puerto lustroso y con todos sus componentes en buen estado de revista. Pero habrá que correr. Deprisa, deprisa, porque el panorama al que se enfrentan tiene lo suyo: un caso de corrupción grosera y sucia sobre la cabeza de notables colaboradores del líder; resaca de la pérdida de 5 escaños en Galicia y el tema de la amnistía, duro, correoso, enfermizo, sin resolver. Menos mal que los datos económicos resisten. Por ahora. 

Lo primero, ese viscoso y repugnante asunto de Koldo García. La corrupción es horrible, pero aprovechar las miserias y el dolor de una ciudadanía ahogada por un virus asesino no tiene nombre. Claro que todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad, pero vaya usted a contar esa milonga a esta derecha, política, mediática y sociológica a la que tanto queremos, porque el currículo de García tiene lo suyo. Tampoco ayuda aquella rara salida del Gobierno del ministro Ábalos, deficientemente explicada tras haber jugado un papel de primera fila en los iniciales pasos triunfantes de Pedro Sánchez. Y, por supuesto, de nada sirve recordar la desvergüenza del hermano de Ayuso y el caso de las mascarillas en el Ayuntamiento de Madrid. El PSOE y el Gobierno, que llegaron a La Moncloa denunciando una salvaje trama de corrupción del PP, el caso Gürtel, están obligados a demostrarnos que ellos no actúan de la misma manera y cercenan la corrupción de raíz, sin componendas de ningún tipo. Tienen que atajar el caso con hacha de carnicero, llevándose por delante lo que haga falta, manos, brazos, cabezas, militantes, dirigentes, subsecretarios, exministros, y vaya usted a saber a qué otros distinguidos representantes del partido del Gobierno afecta tan nauseabundo asunto. Y si Ábalos no se quiere ir, se le echa. Porque la responsabilidad política –ya veremos la judicial- es suya. Por tanto, respuesta política: devuelvo mi escaño. Y si no lo hace, se le arranca con tenazas, que ese tira y afloja es obsceno. Se ha hecho con acierto y reflejos la comisión en el Congreso y la auditoría interna en Transportes. ¿Que no hay mayores daños y que no existen otras implicaciones ni males de superior calado? Miel sobre hojuelas. Pero ya. Hay que escardar el terreno hoy. Esta mañana. Esta noche. Lo demás es llegar tarde. 

El Ojo ya ha empleado alguna vez aquello de que las desgracias nunca vienen solas, a ti se te ha muerto tu padre y a mí se me ha perdido el bolígrafo. Porque el batacazo, a los cien días de Gobierno, llega en mitad de una tormenta que para alguna próxima película la quisiera Bayona. Escuece Galicia y preocupa, cómo no iba a hacerlo, la pérdida de poder territorial que ya se demostró el 28 de mayo del 2023. El cambio del máximo liderazgo en el partido que se produjo en 2016 trajo consigo un terremoto en su núcleo territorial que aún no se ha recompuesto. Hacer candidaturas sólidas en las autonomías –Ana Pontón, la gallega del Bloque es el último ídolo del respetable, tantos años picando piedra- no es tan fácil como cualquier tertuliano, tan listos ellos, supone y proclama. Les voy a poner un ejemplo y lo van a entender perfectamente. Juan Lobato, cabeza del PSOE en Madrid. 

Tiene el PP en la capital de las Españas a ese portento de la desvergüenza que responde al nombre de Isabel Díaz-Ayuso. Es difícil enfrentarse a ella, como a todos los tahúres. Habrá que recordar que Ángel Gabilondo, PSOE, venció a la reina del vermú en 2019, pero un entonces potente Ciudadanos, más la aportación de Vox, llevaron a Ayuso a la Puerta del Sol. Los socialistas pensaron entonces que convenía, y quizá no era mal criterio, situar a una persona joven, con futuro, para que aguantara el tirón durante algún tiempo, y mucho trabajo después, situarse en primera fila de las apreciaciones de los madrileños. ¿Se ha dado tal supuesto con la presencia de Juan Lobato, iniciada en el 2021? Ahora resulta que a Lobato le enfadan algunas cosas de Ferraz. Y Ferraz se dice, ¿de verdad, con una mano en el corazón y otra en la cabeza, creemos que este buen señor puede ganar a la máxima representante del chelitrumpismo, utilizando a Ferraz como saco de entrenamiento? ¿Le mantenemos, dos, cuatro, ocho años? Y entonces, qué hacemos, ¿mantenemos a alguien que intuimos perdedor por largos tiempos, o buscamos a otro u otra que nos parezca mejor candidato, y vuelta la burra al trigo?

Hay más asuntos de enjundia en los que el tiempo corre que se las pela. El primero, Puigdemont y la amnistía, ese elefante en la habitación del que no nos libramos, maldita sea nuestra suerte. Sánchez ha pedido prórroga hasta el 7 de marzo. Mal. Ahí, y la cuerda ya se ha estirado mucho más de lo razonable, deben acabar las dudas. O cenamos o se muere padre. Pero esta situación es insostenible, un desgaste salvaje para el Gobierno. Ya hemos explicado aquí por qué el Ojo es partidario de decir basta, poner pies en pared y a quien dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Puigdemont tendrá su estrategia, es muy dueño, pero Sánchez debe tener la suya, que ya está bien de ofrecer esa imagen de docilidad. Sabemos que el cuento es otro, pero ese gancho -manda Waterloo- se ha convertido en pieza fundamental de la derecha. Y hay una parte importante de la ciudadanía que ha comprado la vaina. Ya. Fuera. Acabar con eso. A como dé lugar. Final feliz o infeliz. Pero apuesten por el carpetazo definitivo a este pegajoso asunto, háganos el favor. 

Y si en esta zona todo son prisas, ¿qué decir del área de la izquierda más allá del PSOE? Esa pata de Sumar es savia fundamental para el Gobierno, no sólo por sus 31 diputados, que no es cosa baladí, sino por lo que significa de legitimidad para un gobierno que se presume de izquierdas. Pero si al PSOE le fue como le fue en Galicia, ya me dirán de los resultados de Sumar, primero, y de Podemos, después. En ambos casos esos datos, 27.000 papeletas para Yolanda Díaz, y unos irrisorios 3.700 votos para los morados, son una demostración absoluta, incontestable, de que Sumar aún no tira y de que Podemos es una ruina. Decimos que el PSOE debe darse mucha prisa para cortar las estrepitosas grietas de su estructura, pero es que a su izquierda el panorama es aún más duro.

¿Qué piensa hacer Sumar? ¿Cómo va a continuar en su afán de intentar aglutinar a la izquierda muy izquierda, labor que por ahora se ha demostrado lejos de sus posibilidades? Tienen muchos motivos para reflexionar las buenas cabezas políticas que aún conviven dentro de Sumar, y el tiempo, como siempre, corre en su contra. Ahora es el momento de que Díaz y Errejón demuestren su pretendida capacidad. Iñaki Gabilondo se asomaba a los micrófonos a las seis de la mañana del primer día de cualquier año, y preguntaba. “¿Hay alguien ahí?”. El Ojo mira por la mirilla en la sede de Podemos y hace la misma pregunta: ¿Hay alguien ahí? Y si lo hay, sabemos al menos de tres, Iglesias, Montero y Belarra, ¿hacen alguna reflexión cuando están juntos en la mesa camilla? Fidel Castro, allá cuando Gorbachov cedió en los años noventa del siglo pasado y el comunismo del telón de acero se vino abajo, tuvo el cuajo de afirmar que la historia de la Humanidad es cíclica y que dentro de algún tiempo el comunismo volvería a reinar en el mundo y allí, entonces, en ese nuevo giro, se encontrarían a la orgullosa Cuba, hoz y martillo enhiestos que había permanecido fiel a los postulados marxistas.

Heroica, pero no parece, la verdad, una postura muy inteligente, sobre todo para los cubanos. Tampoco lo sería para Podemos. Boicotear al Gobierno con sus cinco diputados sólo va a lograr que se queden más solos y además, odiados por la ciudadanía de izquierdas que no entiende esa alianza de facto con PP y Vox. Sabemos todos que las elecciones vascas van a ser otro desastre para Iglesias, también para Díaz, si no se produce algún extraño sucedido, porque Bildu les ha arrebatado ideas, proyecto y gentes. Ha rebañado con el cucharón. Esto de aquí, eso de más allá y aquello otro, para mis urnas. De lo que podría ser Sumar y de lo que era Podemos no va a quedar ni la raspa. El PSOE, salvo sorpresa, tendrá la posibilidad de afianzar la repetida colaboración con el PNV. Tiene la izquierda muy izquierda que ponerse a trabajar a destajo para no perder en tres, cuatro años, lo que hasta ahora se ha logrado en avances sociales, que no es moco de pavo ni piquito de colibrí. Y el PSOE no debe perder nunca esa mirada hacia su izquierda, entre otras cosas porque Puigdemont le da siete votos, y este otro lado le ofrece 56. Sin ellos no hay vida posible para enfrentarse a una derecha mundialmente pujante, como muy posiblemente se verá en las elecciones europeas de junio y en la desgraciada y temida reelección de Trump. 

¿Quién dijo que iba a ser fácil?

(Zelensky ha reconocido la muerte de 31.000 soldados ucranianos. Imposible conocer el número de bajas de Rusia. En Gaza, otras 30.000 muertes. ¿Hasta cuándo seguiremos marcando cruces y alimentando a los agresores con más y más armas?) 

Adenda. Reunión en Washington la semana pasada de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), organizada por la Unión Conservadora Estadounidense (ACU). Ninguna broma, fundada en 1964, sus muchísimos millones empujaron a Ronald Reagan a destrozar el mundo cogidito de la mano de Margaret Thatcher, el señor les tenga en su gloria infinita. Este año, Trump, Bukele, Milei. Y Abascal.

Echen un vistazo a La parada de los monstruos, 1932, Tod Browning. 

Oigan, tal cual.