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Февраль
2024

La extraña ciudad de oro que impulsó la conquista de Estados Unidos por parte de España

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Abc.es 
La búsqueda del oro y los metales preciosos fue, durante las décadas posteriores al descubrimiento de América , el principal incentivo para que los españoles se abrieran paso en las vastas áreas del nuevo continente que todavía estaban sin explorar. No parecía importar lo hostiles que fueran muchas de ellas, tanto por sus pobladores indígenas como por sus características geográficas abruptas. El valor de las fortunas que encontraban o esperaban encontrar pesaba más que cualquier otro peligro que pudieran hallar en el camino. La extracción de oro fue, además, la causa de la fundación de muchas villas y ciudades, lugares donde vivir era difícil, pero en los que se potenciaron o crearon zonas de desarrollo agrícola y ganadero a expensas de la minería. El mayor incremento de las explotaciones auríferas se alcanzó en la década de 1530, con los trabajos sistemáticos que se llevaron a cabo en las minas mexicanas de Tehuantepec y Oaxaca. «Todo fue bien hasta que la producción de estas primeras minas comenzó a disminuir por el agotamiento de las vetas. A partir de ese momento, el principal incentivo para nuevas expediciones fue localizar otros yacimientos. Cuanto más grandes y ricos, mejor», explican Carlos Canales y Miguel del Rey en 'El oro de América' (Edaf, 2016). Los historiadores aseguran que, justo en ese momento, entró en juego una nueva faceta de la aventura americana : la de los expedicionarios que creían haber encontrado ciudades o minas llenas de oro allí donde no había nada. Eso fue lo que ocurrió con Cíbola, una ciudad legendaria llena de riquezas que, durante la época colonial, los conquistadores situaron en algún lugar al norte de la Nueva España, en lo que hoy es el norte de México y el suroeste de Estados Unidos. Según la leyenda, era una de las «Siete Ciudades» fundadas por un grupo de obispos huidos de la Península Ibérica tras la conquista de los árabes en el 711. Noticia Relacionada estandar No ¿Provincias o colonias? La polémica sobre el Imperio español que nos enfrenta desde hace dos siglos Israel Viana El debate tiene casi dos siglos de antigüedad y los historiadores más prestigiosos a ambos lados del Atlántico todavía no se han puesto de acuerdos, en una polémica que tiene, incluso, un alcance político en la actualidad En la versión original del relato, los obispos eran portugueses que habían salido de Oporto y cruzado el océano Atlántico, hasta fundar cada uno su propia ciudad en el continente americano, siete siglos antes de la llegada de Colón. Más adelante, los españoles reescribieron su propia versión de los hechos, en donde los religiosos eran de Mérida, de donde habrían huido en el 713. Por lo tanto, serían más bien visigodos, puesto que en esa época no existían ni Portugal ni España como tal. La leyenda La conquista del Imperio azteca a manos de Hernán Cortés en 1521 y el descubrimiento de nuevas minas de metales preciosos despertó la ambición de otros muchos conquistadores españoles. De hecho, los aztecas aseguraron que el oro utilizado en sus monumentos procedía de aquellas regiones. Esta confesión dio lugar a que la 'Leyenda de las Siete Ciudades', como se la conocía, se fusionara con la historia de la conquista de América, justo en el momento en que la corona española nombró como virrey de México a Antonio de Mendoza y Pacheco , un experimentado diplomático, militar y político con más de 40 años de experiencia. En su séquito, como hombre de confianza, viajaba un joven salmantino de apenas 25 años: Francisco Vázquez de Coronado . En marzo de 1536, cuando el virrey llevaba apenas un par de meses en el cargo, llegaron a México los supervivientes de la fracasada expedición de Pánfilo de Narváez en las costas de Florida. Eran Álvar Núñez Cabeza de Vaca y tres compañeros, que llegaron primero a Culiacán y después a la Ciudad de México tras atravesar, desde Florida, todo el sur de Texas y parte del actual estado norteamericano de Nuevo México, bordeando toda la costa del Golfo de México. A su llegada, informaron con detalle a Mendoza de su largo y angustioso viaje y mencionaron que habían escuchado hablar a los indios de ricas ciudades con casas altas, situadas en alguno de los países que habían recorrido. En especial, le hablaron de una ciudad bañada en oro en una región llamada Cíbola. Aunque advirtieron que ellos no la habían visto, el virrey envió una reducida expedición para confirmar su existencia. Puso a Coronado al frente y le acompañaron Estebanico (un antiguo esclavo árabe de raza), tres misioneros franciscanos (Marcos de Niza, Honorato y Antonio de Santa María) y algunos indios mexicanos cristianizados. La codicia El pequeño grupo, con el objetivo de encontrar las míticas ciudades, partió de Culiacán en marzo de 1539. Pronto surgieron las desavenencias entre los frailes y Estebanico, puesto que los primeros iban con la intención de evangelizar y el segundo, para hacerse con el máximo oro posible y apoderarse de cuantas mujeres indias pudiera, para formar su propio harén. «Cuando el 'Negro' escuchó de algunos nativos que existía una magnífica ciudad llamada Cíbola, decidió adelantarse con unos cuantos hombres a los frailes e intentar descubrirla por su cuenta, pensando ganar reputación y honra», cuentan Carlos Canales y Miguel del Rey. Como dijo el cronista Pedro Castañeda de Nájera , que se unió como soldado a la expedición de Coronado, «su imprudente osadía y codicia pronto le saldrían caras». Antes de adelantarse en solitario, sin embargo, Esteban y los frailes diseñaron un código: si el primero descubría algo relevante, lo señalaría mediante cruces clavadas en el camino, cuyo tamaño sería proporcional a la categoría del descubrimiento. Al cabo de unos días, los religiosos empezaron a toparse con ella, cada vez más grandes. Un día apareció en el camino de grandes dimensiones, lo que significaba un hallazgo importantísimo. Estebanico se había alejado de los frailes más de 80 leguas, cuando llegó a la aldea zuñi de Háwikuk, pero estaba convencido de que su vida no corría peligro. Los indios le ofrecieron alojamiento, pero estaban recelosos y le preguntaron durante tres días por las verdaderas razones de su viaje. Él se presentó como adelantado de un gran señor de hombres blancos al que obedecían otras muchas naciones, pero la respuesta no le convenció y lo acusaron de ser el espía de un gran reino que quería saquearlos. Al final, lo ejecutaron. El último intento «Cuando los indios supervivientes contaron a los frailes lo que le había ocurrido a Esteban, estos se asustaron y emprendieron el regreso a México a marchas forzadas, sin tener de Cíbola otra idea que lo que los indios les habían contado», relató Castañeda. Para provocar el envío de una gran expedición militar que los socorriera y se vengara, fray Marcos de Niza aseguró haber visto con sus propios ojos la ciudad de oro y que sus vecinos tenían esmeraldas y otras joyas y que usaban vasijas de oro y plata. Para rematar su fábula, el misionero bautizó Cíbola como «el nuevo reino de San Francisco» y dijo haber descubierto, también, las Siete Ciudades. En el ánimo del virrey Mendoza y de muchos de sus compatriotas, Cíbola se convirtió pronto en una palabra de resonancia mítica, al ser relacionada en el libro de caballerías 'Amadís de Gaula', publicado en 1508. En uno de los relatos en la obra se contaba la historia de los siete obispos que, supuestamente, habían huido de España en el siglo VIII con un fabuloso tesoro hasta América. Y que allí fundaron siete ciudades de casas doradas, decoradas con piedras preciosas, donde la gente comía en vajillas de oro. Impresionado, Coronado marchó con el fraile a Ciudad de México para informar al virrey de su próxima expedición. El viaje desató el entusiasmo entre la población y más de 300 españoles y unos 800 indios se presentaron como voluntarios para acompañar a la expedición de Coronado, nombrado para la ocasión capitán general. Como maestres de campo de la fuerza española, dividida en seis compañías de caballería, una de infantería y otra de artillería, se designó a Pedro de Tovar, guardián de Juana la Loca, y a Lope de Samaniego, gobernador del arsenal de Ciudad de México. También participaron en la empresa, además de Castañeda como cronista, algunas mujeres y religioso, entre los que estaba el imaginativo Marcos de Niza. El presupuesto Aunque contaba con el apoyo oficial de la Monarquía, la expedición fue financiada, sobre todo, por Mendoza (que aportó 60.000 ducados) y Coronado (50.000). Y mientras se organizaban los preparativos, el virrey envió un destacamento de 15 hombres para inspeccionar el terreno. Este segundo grupo salió de Culiacán el 17 de noviembre de 1539 y, tras caminar unas cien leguas hacia el norte, encontró en la frontera entre Sonora y Arizona unos indios que decían haber vivido en Cibola. Luego continuaron hasta la actual ciudad de Phoenix, en Arizona, y siguieron la orilla del río Gila hasta que las fuertes nevadas y las abruptas montañas les obligaron a detener la marcha y montar un campamento para pasar el invierno. «Al no recibir noticias del destacamento de vanguardia, se pensó que los indios lo habían aniquilado para proteger el secreto de las enormes riquezas de Cíbola. Eso aceleró los deseos de partir de los hombres de Coronado y, el 23 de febrero de 1540, la expedición al completo partió de Compostela, capital de Nueva Galicia, a unos 600 kilómetros de Ciudad de México. Antes de emprender la marcha, el virrey pasó revista a las compañías y arengó a los hombres. Todos juraron sobre los Evangelios que obedecerían ciegamente las órdenes de Coronado», recuerdan Canales y Del Rey. Tras meses de marcha llegaron por fin al cerro que, supuestamente, ocultaba Cíbola al otro lado, tal y como había insinuado la inmensa cruz de Estebanico. Cuando un destacamento llegó a la cima, el sol todavía bañaba el valle que se desplegaba ante sus ojos. En el centro del mismo había un increíble pueblo de casas con las fachadas doradas. Descendieron a toda prisa para contar que, por fin, había descubierto la ciudad de oro. Cuando Marcos de Niza escuchó las buenas nuevas, decidió escalar la montaña de nuevo para comprobarlo con sus propios ojos… y llegó la decepción. Cuando el nuevo destacamento llegó a la mítica ciudad, las viviendas no eran ni mucho menos de oro, sino un pobre vecindario formado por casas de adobe. Debido a la tenue luz del atardecer, los ojos de los primeros expedicionarios habían convertido el barro en oro, lo que causó una gran tristeza, decepción y cólera entre los miembros de la expedición. Pero como habían llegado ya demasiado lejos, Coronado decidió seguir explorando el territorio durante dos años más. Aquel engaño fue la avanzadilla de la colonización que llegaría después, con la fundación de nuevas villas y la llegada de miles de colonos y misioneros a la región que hoy es el norte de México y el suroeste de Estados Unidos.